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El Acuerdo Marco de Corea del Norte cumple 20 años

Clinton aspiró a alejar a Pyongyang de su desafío nuclear
Michael Rubin
miércoles, 29 de octubre de 2014, 08:13 h (CET)
Hoy se cumple el vigésimo aniversario de la firma por parte de la administración Clinton del Acuerdo Marco con Corea del Norte. Los preparativos del acuerdo y sus consecuencias habrían de ser una "oportunidad docente" de las que hablaba Obama en el escándalo del profesor de Harvard para todos aquellos decididos a cerrar un acuerdo nuclear con Irán con independencia del precio. Después de todo, igual que en 1994, la Casa Blanca se ha comprometido a llegar a un acuerdo con un estado disfuncional de ambiciones nucleares, a cualquier precio. Las acciones de la Casa Blanca sugieren convencimiento de que un mal acuerdo será mejor que no tener acuerdo. De hecho, al realizar la investigación documental de mi libro acerca de la actividad diplomática norteamericana con regímenes disfuncionales - investigación que me condujo a Corea - lo que quedó claro es que el equipo de negociación Clinton sabía que era un mal acuerdo, pero no le importó. Los regímenes comunistas se derrumbaban por todo el planeta, y por eso los negociadores manifestaban confidencialmente que no debían preocuparse de los detalles, porque ¿cuánto tiempo más podría prolongarse la dictadura norcoreana? En perspectiva, el proceso diplomático con Corea del Norte fue un desastre. Después de todo, que el estado comunista ha desarrollado bombas nucleares y proyectiles balísticos capaces de alcanzar Estados Unidos es algo que se ha dado en el contexto del diálogo y los acuerdos negociados con Corea del Norte. Lejos de acabar con la amenaza de Corea del Norte, ha sido en el contexto de una actividad diplomática a menudo desesperada que la amenaza se agravó.

¿Qué sucede? Bill Clinton llevaba apenas un mes de presidente cuando el régimen norcoreano decidió poner a prueba al nuevo titular. Rechazó permitir las inspecciones de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, y al poco anunció que en tres meses abandonaría el Tratado de No Proliferación Nuclear. Kim Il Sung dio por descontada la reacción instintiva de Washington ante una novedad inesperada, y acertó. El Departamento de Estado buscó la forma de conservar a Corea del Norte en el Tratado de No Proliferación Nuclear a cualquier precio. Robert ("Bob") Gallucci y sus colegas explicarían más tarde que "El que Corea del Norte abandonara las obligaciones del tratado con impunidad en el mismo momento en que su programa nuclear parecía encaminarse a la fabricación de armamento, habría supuesto un golpe devastador del que el tratado no se habría recuperado nunca". Proteger el Tratado - incluso si eso significaba encubrir la ficción de su eficacia - tenía preferencia sobre cualquier otra prioridad. Esta reacción dio la ventaja a Pyongyang. La maniobra para proteger el Tratado distrajo a Estados Unidos del principal motivo de interés de Corea del Norte: impedir que las inspecciones accedieran a los lugares que demostrarían las labores de proliferación.

El equipo Clinton, reacio a seguir cualquier camino que pudiera conducir a la intervención militar, aspiró a alejar a Pyongyang de su desafío nuclear mediante el diálogo. Dialogar significaba la legitimación de llevar la política hasta el límite. Provocar y explotar crisis revertiría en interés de Pyongyang. La disposición de Clinton a negociar el cumplimiento de los términos nucleares por parte de Corea del Norte sería una concesión, aunque una que Clinton se prestaría a olvidar. El armisticio de 1953 exigía que Pyongyang revelara todas las instalaciones nucleares y, en caso de conflicto, permitiera que la Comisión de Armisticio determinara el objeto de las instalaciones sospechosas. Al convertir en referencia unos mecanismos de salvaguarda contra la proliferación más flexibles, Clinton hizo que Corea del Norte saliera impune antes de arrancar las negociaciones. En la práctica, Obama ha hecho más de lo mismo con Irán dos décadas más tarde: Las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con respecto a las obligaciones de Irán eran claras, pero en aras del compromiso, Obama dio a Irán un margen al que no tenía derecho. Irán respondió como era previsible: Le das la mano, se coge el brazo.

De vuelta a Corea del Norte: Mientras se agotaba el plazo de la amenaza norcoreana de abandonar el Tratado, los faroles y los gestos de desafío de Pyongyang subieron de tono, pero Galluci veía progresos simplemente porque las negociaciones continuaban. El equipo negociador de Corea del Norte se comió a sus homólogos estadounidenses con patatas. Una vez iniciadas las negociaciones, Pyongyang advirtió que el objetivo del Departamento de Estado siempre pasaba de la protección de la seguridad nacional a la conservación de las negociaciones, simplemente. Si el mecanismo tiene preferencia sobre la paz, entonces ¿por qué dar el paso definitivo de resolver el conflicto fundamental?

Fue en el contexto de la negativa norcoreana a permitir las inspecciones de la Agencia de la Energía Atómica que el diálogo se centró en proporcionar al reino comunista reactores de agua a presión a prueba de fines militares, presuntamente. Galluci accedió a "financiar" su construcción, concesión que vino falta de cualquier permiso norcoreano a la inspección por parte de la Agencia de los lugares sospechosos. Para los diplomáticos estadounidenses, esto era "un paso adelante".

Como con Irán hoy, la Agencia se mantuvo más firme que los negociadores estadounidenses en la necesidad de cumplimiento por parte norcoreana, temerosos ellos de que un mecanismo de verificación y un régimen de inspecciones demasiado estrictos fueran a minar las esperanzas de acuerdo. Cuando el equipo de seguridad nacional de Clinton se reunió para dialogar con Corea del Norte en el contexto de la incomodidad del presidente con los continuos gestos de Corea del Norte, concluyó que con incomodidad o sin ella, la diplomacia era la única opción real. Clinton comenzó a aplacar a Pyongyang casi inmediatamente. Igual que Obama ha pasado a "desactivar el Golfo Pérsico", Clinton canceló las maniobras militares de 1994 con Corea del Sur, en deferencia a Corea del Norte. Cuando las autoridades norcoreanas frustraron las intensivas inspecciones, el equipo Clinton accedió a negociar lo que en tiempos eran las obligaciones norcoreanas. E igual que el equipo Obama critica a Israel y a los aliados árabes moderados de América por sembrar inquietudes con Irán, el equipo Clinton puso hace 20 años las miras en Corea del Sur por inquietar con lo lejos que estaban dispuestos a llegar los negociadores estadounidenses, y las lagunas que se mostraban dispuestos a tolerar.

Cuando se reanudaron las conversaciones, Corea del Norte abandonó cualquier atisbo de flexibilidad con las inspecciones, de manera que el Departamento de Estado se decantó por la conciliación. No es de extrañar que los negociadores iraníes hayan puesto a Corea del Norte como referencia que emular, en lugar de país que condenar.

En tanto, la puesta en escena norcoreana subía de tono frente a la conciliación estadounidense. Pyongyang, por ejemplo, amenazaba con convertir Seúl en "un mar de de llamas". Corea del Norte también anunciaba que retiraba las barras de combustible nuclear del reactor de Yongbyon, proceso que eliminaba pruebas de las intenciones de Pyongyang y permitiría a Corea del Norte separar el plutonio. Irán ha copiado la idea también en esto - eliminando pruebas en las instalaciones de Parchin, sabedor de que el Departamento de Estado perderá interés con tal de mantener vivas las conversaciones.

Clinton no era en principio tan dúctil como sus diplomáticos. Pero mientras el presidente perdía la paciencia, Kim Il Sung daba un paso atrás y prometía renovar las conversaciones a unos interlocutores francos pero ingenuos. Hoy con Irán, Thomas Pickering y William Miller interpretan simplemente el papel de Jimmy Carter hace 20 años.

La diplomacia volvió a empezar, aunque con un socio nuevo. El 8 de julio de 1994, un infarto acababa con la vida del inmortal líder norcoreano, y Kim Jong-il, hijo mayor y cerebro de ataques terroristas anteriores, asumió el mando. Las negociaciones progresaron con fluidez. Corea del Norte quería indemnizaciones por el desmantelamiento de sus reactores y ayuda energética hasta que los reactores de agua a presión entraran en servicio. Gallucci y los suyos accedieron. El equipo norcoreano accedió a permitir las inspecciones de los enclaves de plutonio sospechosos, pero solamente después de haberse entregado la mayoría de las piezas del reactor de agua a presión. Solamente bajo una presión organizada, Clinton reconoció que esto significaba que Corea del Norte estaría cinco años libre de inspecciones. Lo que empezó como un programa nuclear norcoreano ilícito había embolsado al régimen comunista disfuncional miles de millones de dólares en ayudas.

El peligroso diálogo de Clinton había salido por un precio desorbitado. El 7 de octubre de 1994, el presidente surcoreano Kim Young Sam criticaba el acuerdo de Clinton con Corea del Norte, diciendo que "Si Estados Unidos quiere conformarse con un compromiso a medias y los medios quieren tacharlo de buen acuerdo, pueden hacerlo. Pero a mí me parece que conlleva más riesgos y peligros". Tratar de resolver el problema a través del diálogo no tenía nada de malo, advertía, pero los surcoreanos sabían muy bien cómo funciona Corea del Norte. "Hemos dialogado con Corea del Norte más de 400 veces. No nos condujo a ningún lado. No son sinceros", decía Kim, instando a Estados Unidos a "no dejarse arrastrar por las manipulaciones de Corea del Norte". Aunque Kim Young Sam tenía razón al poner en tela de juicio la sinceridad de Pyongyang, su arrebato de franqueza provocó las iras de Clinton. La administración no quería complicaciones que descarrilaran el acuerdo, y Clinton se mostró dispuesto a ignorar las pruebas que pudieran minar la iniciativa. Dos semanas después, Gallucci y Kang firmaban el Acuerdo Marco.

Que el equipo de Gallucci creyera haber salvado la adhesión norcoreana al Tratado Nuclear era una quimera. Pyongyang nunca fue sincero en su adhesión. Los diplomáticos norcoreanos manifestaron en privado que solamente habían ingresado en el Tratado para recibir un reactor soviético, pero la Unión Soviética se derrumbó antes de que el Kremlin cumpliera el acuerdo. Gallucci había cumplido.

Poco después de iniciado el abastecimiento de crudo a Corea del Norte, Pyongyang empezó a desviar el crudo a su sector del acero, vulnerando el Acuerdo Marco. Los diplomáticos prefirieron ver virtud en el engaño del régimen Aunque Gallucci y su equipo advertían que Corea del Norte "está dispuesta a buscar maneras de poner a prueba los límites o evadir los términos de los acuerdos", justificaban diciendo que el desvío del crudo por parte del régimen "también pone de manifiesto la capacidad norcoreana de dar un giro radical y adoptar medidas asombrosas para resolver problemas potenciales que pudieran minar sus intereses generales". Como Wendy Sherman o Jake Sullivan en el caso de Irán hoy, Gallucci se había enrocado tanto en el éxito del Acuerdo Marco que su equipo y él, a puerta cerrada, culpaban a las demás autoridades norteamericanas por señalar o dudar del cumplimiento.

Albert Einstein definía la locura como hacer lo mismo repetidamente esperando cada vez un resultado diferente. Tal día como hoy hace 20 años, los negociadores estadounidenses firmaron con Corea del Norte un acuerdo que pondría límites a las ambiciones nucleares de aquel régimen disfuncional. El resultado fue un fracaso sin paliativos. Y aun así, 20 años después, la administración Obama se pone a replicar la catástrofe diplomática con otro acuerdo que no es más sólido. Igual que Corea del Norte desestabiliza Asia Oriental 20 años después, también la vía diplomática de Obama conducirá a un Irán nuclear.

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