Hermanos: Allá por los años 90 un servidor se hartó en ciertos foros de decir que debíamos prepararnos para la revolución tecnológica que se nos venía encima y que, posiblemente, una de las mejores herramientas de las que podríamos disponer era el teletrabajo. Es decir, poder trabajar desde casa, organizándote tú los tiempos, pero cumpliendo con los objetivos que la empresa pudiera marcarte.
Evidentemente eso tiene dos peligros: uno primero es que el trabajador no sepa o no quiera trabajar de esta manera o que el desconfiado patrón considere que así es imposible controlar al trabajador. Otra posibilidad es que el trabajador, con objetivos marcados, se pase todo el día delante del ordenador y no tenga tiempo para nada más. Que también es un peligro.
En estos días de confinamiento, mi trabajo ha sido de teletrabajo. Con Ayuntamientos, con otros compañeros…Y he observado muchas ventajas al sistema.
En primer lugar, el tiempo. Que como sabéis es oro. La disminución del tiempo perdido en desplazamientos a las reuniones se minimiza de forma exponencial. En una reunión de 15 personas nos ahorramos entre unas cosas y otras 15 horas de trabajo de sueldos de directivos que se tiran a la papelera solo yendo y viniendo al lugar de la reunión.
Pero la importancia es mucho mayor. Porque a las reuniones vamos en un medio de transporte que, por lo general emite emisiones contaminantes durante todas esas horas que antes hemos contabilizado y reduce el tráfico facilitando la movilidad. Es decir, un beneficio medioambiental evidente.
El teletrabajo ha venido para quedarse, a la fuerza, pero para quedarse.
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