Ya nos diría Lefebvre que las sociedades producto del capitalismo avanzado generaban una falsa sensación de libertad y de tiempo de ocio que no era sino un modo más de alienación. Lipovetsky, corrido el tiempo, certificaba el aupado de un capitalismo de consumo que ha venido a relevar al productivo. Un capitalismo que solo vive el presente, hedonista, buscador meramente de diversión, una diversión que ejerce como velo que trata de ocultar todo asomo de sufrimiento o tornarlo show. Vivimos en sociedades opulentas en las que, curiosamente, crece la precariedad, una precariedad endilgada a base de seductoras propuestas que captan al ciudadano, más entregado al hedonismo que al deber. El consumismo se ha socializado en todos los estratos, ya no hay consumos de clase, sino generalizado, pues se han difuminado las usanzas y deberes de clase, y no solo se consumen bienes tangibles sino sensaciones (viajes, divertimentos…). Se ha diversificado el consumo; dos personas de semejante capacidad adquisitiva pueden diferir ostensiblemente en sus hábitos consumistas. Asimismo, y en conexión con lo antedicho, aventuraba Lipovetsky que las comunidades reales entrarán en crisis, siendo sustituidas por las virtuales, difuminándose el vínculo colectivo. Ya parece que andamos en eso.
Y en tales circunstancias, que serían en las que nos hallamos instalados, el economista Santiago Niño Becerra apuntaba hace no mucho una serie de consideraciones que no podemos dejar de tener en cuenta en estos tiempos extraños, en los que parece precipitarse sobre nuestras pálidas existencias un cambio civilizatorio. Este economista se remontaba a principios de los noventa para observar cómo entonces, pretendiéndose a toda costa el crecimiento económico, se produjo una inyección mundial de dinero en forma de crédito para que, teniendo la gente más dinero en los bolsillos, se diese el pretendido crecimiento: a mayor liquidez, mayor crecimiento económico. Y tal dinámica duraría hasta 2007, cuando la capacidad de endeudamiento se mostró ya agotada. Los entes económicos ya no pueden endeudarse más y nos adorna un excedente de capacidad productiva, dándose una crisis de sobreproducción y subconsumo. Pero antes de llegar a este momento hay que tener en cuenta factores como que la Bolsa a partir de los noventa se fuese separando cada vez más de la economía real y que se pudiera crecer prescindiendo cada vez más del factor trabajo, que es como la mayor parte de la población tendría acceso al dinero (a la obtención de capacidad adquisitiva). Además, los avances tecnológicos liberan cada vez más mano de obra, produciéndose un excedente de población activa, que verá limitada su capacidad de consumo. Ya se habría acabado la era del “megaconsumo” y del “hiperdesperdicio” propia de un tiempo en que se creían ilimitados los recursos. Parece que en el horizonte se divisa muy otro panorama: habrá que regular dicha escasez de recursos, no pudiéndose adquirir todo aunque se tenga la capacidad adquisitiva para hacerlo; crecer menos; establecer controles demográficos… en definitiva, pensar más en términos colectivos en un contexto en el que ya no tendrán nada que decir las viejas ideologías, pues se hará necesaria más una gestión de los técnicos que de los tradicionales políticos.
El actual sistema, a decir de Niño Becerra, de momento no sucumbirá en lo fundamental, pues le quedarían unas cuantas décadas más, pero sí habrá de sufrir sustanciales transformaciones a no mucho tardar.
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