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La labor de España en Hispanoamérica

Los hispánicos levantaron cuarenta y dos catedrales en América, de la misma manera que edificaron muchos Colegios mayores y Universidades
Manuel Villegas
martes, 28 de abril de 2020, 08:32 h (CET)

Actualmente existe una tendencia cuya finalidad es calumniar y desprestigiar toda la labor de la civilización de España en Hispanoamérica. Actitud perversa y aviesa. nacida, impulsada y llevada a cabo por los enemigos de España con el fin de desprestigiar y quitarle mérito a todo el bien que ha esparcido por las tierras americanas.

España había finalizado la Reconquista con la toma de Granada en enero de 1492. Las mesnadas que habían participado en ella se encontraban ociosas. El descubrimiento de las nuevas tierras tuvo lugar en el mes de octubre del mismo año. Ocasión más propicia no se les pudo presentar para desfogar su actividad bélica, de manera que muchos de estos soldados marcharon a los territorios recién descubiertos con afán de aventura y en búsqueda de riqueza.

Al regreso de Colón del primer viaje, Fernando e Isabel se apresuraron a comunicárselo al Papa Alejandro VI, quien por la Bula Inter Caetera, del 6 de mayo de 1493, o sea, nueve meses escasos desde la vuelta del Almirante, les decía a nuestros reyes:“ Os mandamos, en virtud de santa obediencia que así como prometéis, y no dudamos cumpliréis, destinéis a las tierras e islas susodichas, varones probos y temerosos de Dios, doctos, instruidos y experimentados, para doctrinar a los dichos indígenas y moradores en la fe católica e imponerles en las buenas costumbres, poniendo toda la diligencia de vida en los que hayáis de enviar”.

Atendamos a que dice: “varones probos y temerosos de Dios”, no frailes y sacerdotes, por lo que cualquier persona cuya moralidad y erudición estuviesen suficientemente probadas, podría ser enviado a las Indias, no sólo a instruir a los indígenas en la cultura europea, sino también, dada su intachable rectitud de vida, a adoctrinar a los nuevos hispanos.

Pero no fueron solo soldados los que marcharon a las nuevas tierras desconocidas, ya desde el segundo viaje de Colón (1494-1496) lo acompañaron misioneros para evangelizar a los nuevos ciudadanos españoles, pues como tales fueron considerados por nuestra Reina Isabel la Católica.

Desde el primer momento del Descubrimiento todos los monarcas hispanos tuvieron un tacto y cuidado exquisito sobre cómo habían de ser tratados los nuevos súbditos españoles, tanto es así que casi se deja a su voluntad que aprendan castellano, pues las palabras del rey Felipe II son: “… no parece conveniente apremiarlos a que dejen su lengua natural, mas se podrá poner maestros para los que voluntariamente quisieren aprender la castellana y se dé orden cómo se ha de guardar lo que está mandado en no proveer los curatos, sino a quien sepa la de los indios .

Es más, expresa claramente que no se provean los curatos, es decir las parroquias, con sacerdotes que no hayan aprendido antes la lengua de los indios con los que han de tratar, obligándolos a conocer el habla de cada pueblo.

Nos encontramos con una actitud posiblemente no conocida en la Historia: el pueblo conquistador ha de aprender la lengua de los conquistados, en lugar de que sean estos los que conozcan el habla de los conquistadores. Los pueblos dominados por los romanos, cuyos idiomas son conocidos hoy como lenguas románicas, tuvieron que abandonar sus lenguajes y adoptar el de los conquistadores, como ha ocurrido siempre a lo largo .

En esta línea cabe resaltar la expresa voluntad del rey Felipe en cuanto a que los indios conservasen sus lenguas vernáculas, por eso no debe de extrañar que, ya desde los tiempos del Emperador, hubiese frailes estudiosos, como el franciscano Andrés de Olmos quien publicó en 1547 la primera gramática de la lengua nahualt. Fray Alonso de Molina confecciona en 1555, en los inicios del reinado de Felipe II, el primer vocabulario también de nahualt. Poco después, es decir en 1555, otro seráfico franciscano, Maturino Gilberti, elabora la gramática purépecha y en 1559 publica un diccionario de esta lengua , además de: Arte de la lengua de Michoacám, en 1558 .

Las investigaciones y trabajos continuaron sin cesar, y el dominico fray Domingo de Santa María confeccionó la Gramática de la lengua mixteca .

Enumerar todos los estudios y publicaciones de las distintas hablas de los nativos sería casi interminable, pero mencionaremos que en 1560 el dominico fray Domingo de Santo Tomás editó un vocabulario de la lengua quechua, y que, en 1584, el impresor Antonio Ricardo dio a la luz un manual de la Doctrina Cristiana en las lenguas quechua y aymará, primer libro imprimido en Lima .

Tenemos el caso de un editor que, preocupado porque los indígenas conociesen la doctrina del Evangelio, publica un manual que les sirva a los aborígenes para conocer las enseñanzas cristianas.

Por lo que se puede afirmar que al terminar el reinado del Rey Felipe casi todas las grandes lenguas indígenas contaban con una transcripción fonética del alfabeto latino con gramática y diccionarios. No fueron la solución definitiva pero sí ayudaron a mantener en gran manera la comprensión y en entendimiento entre hispanos e indígenas.

El miramiento, por parte de España, de las lenguas aborígenes fue total desde el primer momento, la prueba de ello es que hoy se hablan en El Ecuador catorce lenguas ancestrales, así como otras naciones se siguen conservando sus lenguajes primitivos.

A todas estas hablas el ilustra Antonio de Nebrija las denomina “lenguas compañeras del Imperio”.

Todo esto no hace nada más que demostrar la gran preocupación de los monarcas hispanos respecto a los pobladores de unas tierras tan lejanas que integraban su imperio a los que había que evangelizar y culturizar en beneficio de unos nuevos conocimiento superiores a los que tenían, descubriéndoles un mundo moderno, con nuevas aportaciones como por ejemplo la rueda que, según los nuevos descubrimientos arqueológicos, se ha demostrado que conocían, pero que no le habían el uso práctico que tenía en el viejo mundo.

Que España no llevó a cabo una masacre de indígenas, como sí realizaron los ingleses y los holandeses, de la misma manera que los franceses, es un hecho incuestionable, cuya muestra irrefutable la encontramos hoy en los muchos pueblos indígenas que continúan habitando en las mismas regiones en las que se encontraban cuando la llegada de los hispanos.

Cabe que nos preguntamos ¿cómo se encuentran y dónde los pobladores primitivos de las tierras que colonizaron los pueblos anteriormente mencionados? ¿Qué mestizaje se ha producido entre colonialista y conquistados?

¿Cuál fue la labor educativa de los otros pueblos conquistadores? ¿Cuántas universidades o colegios mayores fundaros? ¿Dónde se encuentran las universidades creadas por los portugueses en un territorio tan extenso como Brasil?

La tarea de aportar una nueva civilización a pueblos que, aunque fuesen imperios como los mayas y los aztecas, vivían en un estado de barbarie tal que era incompatible con la forma de vida de Europa fue ingente.

La Corona española, ante el hallazgo de las nuevas tierras, se encontró con una enorme y ardua tarea que fue la de gobernar, administrar y controlar tan vastos territorios e implantar en ellos la cultura hispana y europea. Labor para la que, como Estado, no contaba con las infraestructuras suficientes; para ello se valió de la inestimable colaboración de las órdenes religiosas, con larga experiencia en el control y gobierno de las distintas comunidades y conventos con los que contaban.

Los franciscanos

Fue la primera y una de las más importantes órdenes que arribaron para adoctrinar, convertir, misionar, civilizar y enseñar a los indios. Su estancia se refleja en la arquitectura, en la educación, en las letras y en y en todas las facetas de los distintos conocimientos existentes en Europa y España en aquellos tiempos.

Los franciscanos arribaron al virreinato de Nueva Granada en 1519 y fueron ampliando fundaciones de conventos durante los siguientes años, instalando nuevos cenobios en Nueva España, 1524, Perú en 1532 y se esparcieron por Centroamérica a partir de 1536.

Los Franciscanos Rodoco Ricke, Pedro Gosseal y Pedro Rodeás se instalaron en Quito, lugar en el que Ricke llevó a cabo la primera plantación de trigo del Nuevo Mundo.

Con el correr de los años se establecieron en Bolivia, Chile, Colombia, Guatemala, Nicaragua y la Florida, ya a inicios del siglo XVII.

José Vasconcelos, mejicano al que no se le puede catalogar de pro hispano, en su conferencia “La idea franciscana en la conquista de América” llega a decir: “ ...la de México fue una conquista que no se limitó a buscar minas, bosques y recursos naturales, sino que entró a nuestros territorios impulsada por el afán de los paisajes nuevos que deleitaban la ambición de los aventureros y por el celo de los franciscanos que buscaban almas que convertir. Y la conversión suponía la enseñanza no sólo de las verdades religiosas, también la ciencia toda y las artes de la civilización europea” .

La enseñanza de los franciscanos

Los franciscanos, durante el siglo XVI, tenían un sistema de enseñanza basado en tres modalidades de aprendizaje: el patio, los aposentos y las piezas, y la capilla.

En primero e instruía a las masas; los aposentos y las piezas estaban construidos junto a la iglesia, como una especie de internado para los hijos de los caciques, en los que recibían enseñanza, además de la doctrina cristiana y canto, oficios tales como carpintería, sastrería, pintura, lectura y escritura. Una formación tan completa o más que la que pudiese recibir cualquier estudiante en la Península

La actividad de los Jesuitas

Si meritoria y excelente fue la labor de los franciscanos, no le fue a la zaga la llevada a cabo por los jesuitas. No olvidemos que la labor hispana comienza en estas tierras a finales del siglo XV y durante los siguientes. En el siglo XVI Tomás Moro escribe su UTOPÍA, que él mismo califica como obra provechosa, agradable e ingeniosa sobre la mejor organización de una república y sobre la nueva isla llamada Utopía, por ello no deberemos de extrañarnos, si, a pesar de que la palabra utopía designa un lugar que no existe, los misioneros, especialmente los jesuitas, intentasen, con grandes esfuerzos y sacrificios, hacer realidad ese no lugar, y concibiesen la idea de que se podía crear un territorio de felicidad en el que sus habitantes viviesen en un cuasi estado de perpetuo bienestar. Para ello comenzaron a relacionarse con los indígenas y a aprender su lengua, dado este primer paso, crearon y, podríamos decir, acotaron unos territorios en los que formaron unos poblados para asentar y fijar en ellos a los indios dispersos.

A estos lugares los denominaron Reducciones, y la finalidad que perseguían era crear una sociedad con los beneficios y cualidades de la sociedad cristiana europea, pero sin los vicios y maldades que los caracterizaban, como el canibalismo, los sacrificios humanos y todas las atrocidades que practicaban.

Estas misiones las extendieron por toda América y, para Manuel Marzal, sintetizando el pensamiento de otros estudiosos, constituyen una de las mayores utopías de la historia.

En estos poblados se llegaron a reunir varios miles de personas. Fueron en gran medida autosuficientes pues disponían de una completa infraestructura administrativa, económica y cultural que funcionaba en régimen comunitario, donde a los nativos se les educaba en la fe cristiana y enseñaba a crear arte con elevado grado de perfección, pero siempre siguiendo el modelo europeo. Se trataba de una aculturación en la que se respetaba todo lo de bueno que pudiese tener sus hábitos y se desterraba las costumbres bárbaras e inhumanas.

Estas reducciones prosperaron con mucha dificultad desde mediados del siglo XVII hasta que atacados por la misma Iglesia, pues no compartía sus métodos, por otros españoles que consideraban innecesaria la evangelización y por los comerciantes de esclavos que vendían a los indígenas para realizar trabajos de grandes esfuerzos, y acusados de querer crear un imperio independiente, y la campaña difamatoria que padecieron en toda América y Europa, finalizó con su expulsión de estos territorios en 1759, de España en 1767 por disposición de Carlos III y la disolución de la Orden en 1773 por el Papa Clemente XIV presionado por los monarcas de España y Francia.

La extensión del mérito y el éxito de este esfuerzo han sido objeto de debate entre los historiadores, pero el hecho es que fue de vital importancia para la primera organización del territorio y de los fundamentos de la sociedad americana como es conocida hoy en día.

La impronta hispana en Hispanoamérica

No seremos exhaustivos en la exposición de los muchos beneficios que la civilización hispana aportó a las nuevas tierras, ya que su exposición se haría casi interminable, sí queremos mencionar que España consideró los territorios descubiertos como una prolongación más de la Corona hispana, por ello puso todo su empeño en que sus instituciones fuesen como un reflejo de las castellanas.

Los aborígenes, salvo los grandes imperios azteca e inca, en su mayoría tribus dispersas, necesitaban, para su gobierno y administración, que fuesen reunidos y agrupados en ayuntamientos que normalmente se formaban alrededor del convento de frailes que se hubiesen establecido en el lugar, como hemos dicho.

La institución municipal hispana se trasladó a las nuevas tierras descubiertas en las que se constituyeron tomando como modelo los Regimientos municipales hispanos,

Estaban gobernados, al igual que los cabildos municipales españoles, por regidores que estudiaban las necesidades de la población, así como atendían sus quejas y reclamaciones.

Los hispánicos levantaron cuarenta y dos catedrales en América, de la misma manera que edificaron muchos Colegios mayores y Universidades.

Estos datos no hay que ir al Archivo de Indias a buscarlos, se pueden consultar en Internet.

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