Mientras la actividad laboral se ve profundamente afectada por esta pandemia, que no sólo es una amenaza para la salud pública, también está poniendo en peligro el bienestar de millones de personas y truncando ilusiones que, verdaderamente, nos dejan sin palabras. Sólo hay que ver la mirada de esos niños en países pobres, donde la escuela es mucho más que un lugar de aprendizaje, para algunos representa su salvación en materia de seguridad, y en los servicios de salud y nutrición. Ante esta bochornosa situación hay que permanecer en acción y con los brazos bien abiertos. Para empezar, no podemos continuar empobrecidos en el desánimo; es menester tomar otros aires más éticos, cultivar otra actitud más esperanzadora, adherirse a otros horizontes más vivos, donde podamos ser dueños del tiempo y sirvientes del momento.
Lo peor que nos puede suceder es caminar encerrados en sí mismos, pasar por la vida sin inmutarnos, tal vez únicamente girando en este laberinto egoísta del endiosado instante, obviando que nuestra existencia se sustenta en el deseo de participar y corresponder. De ahí, lo importante que es entusiasmarse cada día, activar la añoranza de hacerse familia, poner otro rostro más humano en el andar, situarse bajo la sombra de otros afectos más auténticos, también más desinteresados, que es el modo de hacernos crecer interiormente, madurando en los sueños. Son, precisamente, el mundo de las quimeras lo que nos hace agarrarnos a lo auténtico, traspasarnos por el amor que es lo que realmente nos custodia la vida que tenemos. Amar, desde luego, es desposeerse y cooperar. Aquello que nos abraza y fortalece en nuestras fragilidades, hasta transformarnos en motores de luz, es lo que ha de ponernos en camino. Dejemos, pues, las angustiosas sombras de las confusiones, salgamos con otro coraje a vivificar nuevos bríos, que nos hagan experimentar la cercanía de corazones.
Lo único que permanece son esos latidos que nos damos unos a otros, todo lo demás pasa, también el poder se muda de caminante, lo interesante es persistir en el alma humana, y ver esa realidad con los ojos del empeño y la paciencia. A propósito, decía el inolvidable poeta y dramaturgo español, Federico García Lorca (1898-1936) que “la soledad es la gran talladora del espíritu”, y no le faltaba raciocinio, pues, no hay mejor retiro para crecer en sabiduría. Por otra parte, tampoco nada se consigue sin energía. Todo es resultado del esfuerzo. Ni siquiera en la derrota nos abandona esa recuerdo tan vivo, el de revivirse y rehacerse. Ahora, con el COVID-19, estamos viendo como muchos países están aplicando medidas sin precedentes para hacer frente a la propagación de la enfermedad y así poder mitigar, de este modo, sus efectos antagonistas en la economía y en el mercado laboral.
Indudablemente, no está mal el obligarse, el practicar silencio y repensar que nada es para siempre, y si en la utopía del ayer se incubó la realidad del hoy, porqué no ejercitar nuevos pasos y no vencerse, sino convencerse de que la propia vida es la que confiere las ganas de vivir, y que nosotros no somos más que unos meros presentes. Desde luego, si hay algo que nos ha revelado el coronavirus es la fragilidad de nuestro yo, también de nuestras economías en un mundo desigual, en el que se habla mucho de solidaridad, pero se ejerce poco dicho impulso generoso. Téngase en cuenta que ahora hace más falta que nunca ese apoyo, debido a la pérdida de empleos, a los cierres de escuelas y la falta de centros de cuidado de los niños, lo que implica una necesidad de dar apoyos adicionales a las familias, sobre todo a los de bajos ingresos, tal y como reconoce la misma Organización Internacional del Trabajo.
En cualquier caso, no podemos continuar en el terreno de lo ilusorio, en derechos tan básicos como el de la alimentación, que ha de ser posible garantizarlo en todo el mundo. Nuestro gran tormento en la vida, quizás provenga de esa soledad impuesta, verdaderamente destructiva, ya que cualquiera de nuestros actos es dependiente de otros. La necesidad humana de compartir cosas es incuestionable. Por tanto, si importante es aplicar medidas de mantenimiento solidarias con el empleo, también hay que extender la protección social a toda la sociedad, ofreciendo a las empresas ayuda financiera/fiscal y otros medios de alivio. Nadie se puede quedar fuera de juego.
El partido de la vida nos obliga a jugar todos, sin excepción y a implicarnos en prevenir, ya no sólo el coronavirus, también la discriminación y la exclusión; fortaleciendo el diálogo social, la negociación colectiva a través de fructíferos mecanismos de relaciones laborales, o tendiendo la mano siempre, que sin duda ha de ser la menor manera de fortalecer la capacidad para adaptarnos positivamente a las situaciones adversas, y qué mejor que entre las organizaciones de empleadores y de trabajadores. En consecuencia, pienso que nunca es tarde para construir una utopía que nos permita abrir espacios, cohabitar como familia y realizar las más solidarias hazañas, que van a estar siempre determinadas por el entusiasmo colectivo que pongamos en su realización.
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