Hermanos: en capítulos anteriores estuvimos hablando de los cambios que va a suponer esta pandemia para los ciudadanos y del envejecimiento de la generación del Baby Boom de los años sesenta como una oportunidad para los pueblos de interior que se pueden convertir en residencias de gente mayor en poco más de una década.
Pero hay otro fenómeno a más corto plazo: la huida de las ciudades a las segundas residencias de forma permanente.
Como sabéis es tradicional y frecuente en el Mediterráneo español que se disponga de una vivienda unifamiliar en suelo rural y a no excesiva distancia de la que es la primera vivienda. Del orden de 307.000 viviendas de estas características hay en la Comunitat Valenciana, que van a ser nuevos refugios postpandemia.
Estas viviendas, que en breve serán la vivienda principal, carecen de licencia y de los mínimos necesarios para evitar el impacto ambiental que producen, ya que suelen carecer del sistema de evacuación de aguas fecales más allá que lanzarlas al subsuelo, contaminando así el acuífero.
Próximamente los propietarios de esas casas irregulares van a escuchar un concepto que hasta ahora no habían oído: la Minimización de Impacto Ambiental.
Ello supone que, a cambio de adoptar las medidas necesarias para ponerse un sistema de depuración de las aguas negras, y adoptar algunas soluciones paisajísticas para evitar el impacto ambiental de estas casas, podrán regularizarlas, declarar la obra nueva y hasta inscribirlas en el Registro de la Propiedad. Todo ello con las ventajas que supone para venderlas, hipotecarlas o dejarlas en herencia. Vale la pena.
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