Un espíritu vivaz como el de Calderón supo entrever en una época tumultuosa como la suya ciertos rasgos susceptibles de ser emparentados con lo onírico, y sobre tales cosas, sobre si estamos adormecidos cuando creemos vivir y asuntos así, teorizó, al cabo, en su intemporal obra.
Hoy estamos asumiendo un tiempo del todo irreal: confinados y asediados por informaciones en tropel desde los muy diversos flancos en que se pueden generar, las cuales nos obnubilan más incluso de lo que ya estamos, motivo por el cual cuando nos topamos por casualidad con obras como las de los pintores Jeff Christensen o Pawel Kuczynski, que nos muestran la realidad en carne viva y escarnecida en instantáneas portadoras de todo el surrealismo consustancial a nuestra existencia, nos sorprendemos y sentimos esa fruición vasodilatadora que produce lo creativamente audaz.
Surrealismo crítico o sarcástico llaman algunos a la pictórica tendencia en que se desenvuelven ambos artistas. En cualquier caso, uno y otro consiguen plasmar ciertas esencias de las dinámicas en que nos movemos casi sin darnos cuentas. Al machihembrar/descoyuntar lo objetual, lo animal y lo humano, no hacen sino poner ante nuestros ojos, de una manera plásticamente incandescente, la lógica, tantas veces atroz, que nos adorna; lo avasallador de tantas prácticas que consentimos y a las que contribuimos pese a su letalidad…
Asimismo son tales pinturas un recurso didáctico de primer orden a poco que se las mire con cierta atención.
Por ejemplo, se nos muestra a las claras la fatuidad de las nuevas tecnologías, que son empleadas para distraernos de más edificantes prácticas y entretenimientos que andar jugando “on line” o entrando al trapo de arteras invectivas, contribuyendo a engrosar la bola de una existencia devenida simulacro (como apuntase Baudrillard).
Si atendemos a las pinturas de estos creadores y las ponemos en relación con el tiempo presente, comprobaremos cómo un modo onírico y profiláctico (de falsaria fraternidad) se está imponiendo mientras los antes sentados en la mesa y los hábiles que, como siempre, se aúpan en situaciones de río revuelto, van a maximizar el sufrimiento colectivo.
Es curioso observar cómo dos artistas tan “a priori” alejados geográficamente comparten poética hasta el punto de poderles ser adjudicadas a uno las obras del otro, salvando las distancias, pues el occidental se maneja en tonalidades más vivamente rotundas y remarcadas y el oriental lo hace en otras más suaves y difuminadas. Pero en las esencias plasmadas existe, qué duda cabe, una palpable comunión. También es Jeff Christensen acreedor de un cierto expresionismo que no acostumbra a ser patrimonio del estilo de Kuczynski, que hace que la crítica de fondo se vierta con suavidad, menos estruendosamente.
En cualquier caso, obras como las de estos grandes artistas contribuyen a fomentar el espíritu crítico en la sociedad en unos tiempos en los que todo se antoja confuso y cervantino por demás.
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