Es la actitud que tiene cualquier persona que, con el deseo irrefrenable de ser conocido, lleva a cabo una acción con el único fin de buscar notoriedad, aunque, en ocasiones pueda causarle graves daños y hasta la muerte.
Este ansia de alcanzar la inmortalidad, no como un dios, al igual que los emperadores romanos eran deificados por sus conciudadanos tras su fallecimiento, sino como un mortal cualquiera que busca la perpetuidad ya viene de antiguo.
Del primero que tenemos conocimiento es de cierto pastor anodino e insignificante, llamado Eróstrato, que, consciente de su vida intrascendente y oscura, deseoso llevar a cabo una hazaña que lo perpetuase por los siglos, cometió uno de los mayores sacrilegios que se hayan perpetrado en la historia.
No pensemos que la palabra sacrilegio se utiliza solamente para designar acciones aborrecibles contra cosas sagradas de la Iglesia católica. Este vocablo se empleaba ya en la antigüedad, pues los romanos consideraban sacrilegio a todo acto o discurso que representase una falta de respeto a objetos, personas o símbolos que otros seres humanos consideran sagrados. Caso de que se trate contra una cosa sacra, recibe el nombre de profanación.
Esa acción fue la que llevó a cabo Eróstrato que buscando fama y notoriedad incendió en el año 356 a.C. una de las siete maravillas de la Antigüedad: el templo de Diana, o Artemisa, erigido en Éfeso de cuya ciudad era protectora.
Los efesios, tras capturarlo y someterlo a tortura, lograron que confesase que había llevado a cabo el sacrilegio con el único propósito de conseguir fama imperecedera. Aunque estos, tras su ejecución, decretaran que no se pronunciase su nombre, ha llegado a nosotros por los escritos del historiador Teopompo, contemporáneo de los hechos, que narró lo sucedido, sin respetar la prohibición de mencionar el nombre del sacrílego.
Hoy en día se conoce como “Síndrome de Eróstrato”. El que padece cualquier persona que tiene poca relevancia social y que, para buscar fama y notoriedad, realiza acciones sin tener en cuenta el perjuicio que puedan causarle, aunque, por ello, hayan de pagar una alta cantidad de dinero por infringir cualquier ley, o se hagan una auto foto realizando acciones peligrosas que les puedan ocasionar perniciosos resultados.
Son los individuos que conducen a velocidades no permitidas, o en dirección contraria, sin considerar que no sólo pueden sufrir ellos un daño, sino que también perjudican a los que circulan respetando las normas: quienes se fotografían con su móvil al borde de un precipicio, poniendo en riesgo su vida, y tantos otros que llevan a cabo acciones incomprensibles y potencialmente peligrosas.
Son los eróstratos modernos Pero es que este ansia de notoriedad que tienen las personas insignificantes, los realmente importantes y valiosos carecen de ella, está fomentada por los programas de “telebasura” con los que muchas cadenas televisivas satisfacen las pasiones más bajas de la plebe, si tener en consideración el daño que causan, porque lo importante es la audiencia.
Las vidas humanas no cuentan.
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