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​Psicología del bulo: Así actúa nuestra mente cuando nos llega un bulo

El equipo de psicólogos de ifeel explica en diez puntos cómo de predispuestas estamos a creernos los bulos según nuestra ideología, nuestro estado emocional, la capacidad para sugestionarnos…
Redacción
miércoles, 13 de mayo de 2020, 09:36 h (CET)

Los bulos han encontrado en esta pandemia de Covid-19 el campo de cultivo ideal para nacer, crecer y multiplicarse. Son informaciones falsas desde su origen, invenciones deliberadas pero envueltas de algún elemento de verosimilitud que les aporta algo de credibilidad y divulgados de manera premeditada con algún objetivo.

Para saber cómo actúa un bulo en la mente de las personas, desde que se crea, pasando por su difusión, y hasta que llegue a nuestros oídos, el equipo de psicólogos de ifeel ha elaborado diez puntos explicativos sobre la propia psicología del bulo.

¿Quién diseña un bulo? El componente antisocial

El bulo no sería un bulo sin un propósito. Es creado por una persona con una finalidad concreta, y en ningún momento es completamente espontáneo o incondicional. Quien inicia la cadena de un bulo considera cómo es su público objetivo, su audiencia, a la hora de diseñar el contenido de esa noticia falsa y planificar su difusión, de manera que aumenten la probabilidad, por decirlo de alguna manera, de hacer diana. No importa si esto lo hace de manera burda o inconsciente.

Lo que importa es que se hace.

Si nos remontamos al origen del bulo, concretamente a la persona que lo idea, podemos encontrar distintos intereses, que pueden ir desde lo más elaborado o sofisticado a lo más bobo o simple. Entre estos últimos puede tratarse de mera irresponsabilidad, un mero “hacer la gracia” a modo de gamberrada, que sería un mecanismo muy infantil. En otros casos puede haber intenciones mucho más conscientes y elaboradas y el objetivo final siempre tiene un componente de hacer daño a alguien, por ejemplo, un bulo difamatorio contra una persona en concreto, o a algo, a alguna causa, a algún grupo…

Podríamos considerar que actuar así tiene un fuerte componente antisocial. Hay una intención destructiva de algo o alguien en concreto, pero también desestabilizadora del ambiente en general, porque de alguna manera se cuenta con el hecho de que a río revuelto, ganancia de pescadores. Hay mucha gente que considera que la confusión, el miedo, el zarpazo desleal a aquello que no le gusta le puede reportar una ganancia, ya sea a él o a su propia causa. A veces también pueden ser ganancias más tangibles, pero esto ya lo tendrían que decir ellos porque es algo difícil de rastrear y demostrar y, por supuesto, no se revela.

El ingrediente secreto del bulo: la verosimilitud

Los bulos pueden tener una gran capacidad desestabilizadora, sobre todo si el elemento de verosimilitud que tienen es lo suficientemente bueno. Ese elemento de certeza será lo que determine el número de personas que le dan credibilidad al bulo, independientemente de si lo difunden o no.

Hay que tener en cuenta que un bulo excesivamente absurdo tiene un recorrido muy corto. Si alguien que quiere hacer daño al ecologismo difunde la noticia de que Greta Thunberg se ha declarado como miembro de los Testigos de Jehová quizá esto tenga un impacto difícil de entender, pero si se publica una foto trucada de ella llevando su compra en presuntas bolsas de plástico, o se hace ver que está conduciendo un coche a gasolina en medio del bosque la probabilidad de esa información despierte interés, sea creída y, sobre todo, sea difundida, aumenta exponencialmente.

Es decir, además de ser relativamente creíble (aunque al principio a muchos les pueda parecer mentira lo que leen), al bulo le beneficia el hecho incluir elementos que hagan verdadero daño en algo muy concreto, “donde más duele” a la víctima en concreto o con lo que puede generar mayor confusión a un mayor número de personas, para ser más efectivos. No simplemente incluir un dato falso al azar. Otro ejemplo: a alguien le puede dar por difundir que se han encontrado plantas de marihuana creciendo en dos parques de Madrid, lo cual sería un bulo, pero de una potencia muy pequeña en comparación con un titular bien diseñado y maquetado que rece “El Gobierno se plantea seriamente suspender la desescalada por fases y regresar al confinamiento total e indefinido”. En el segundo caso, aunque la información pueda resultar muy impactante y contradictoria con la expectativa de avance que hemos interiorizado, en realidad resulta verosímil (no es tan difícil de creer, en realidad, dado como están las cosas), sus consecuencias afectan a millones de personas y el efecto que podría tener hasta ser desmentido es de gran amplitud.

Así recibimos los bulos: ¿Estamos predispuestos a creérnoslo?

Si el contenido de esa noticia falsa que se divulga para conseguir un objetivo tiene que ver con nuestros intereses (es decir, nos beneficia, nos informa de que un deseo nuestro se cumple) estamos más abiertos a darlo por bueno que si es algo que va en nuestra contra, donde es probable que activemos más mecanismos de negación, aunque sea durante unos segundos o minutos, como forma de amortiguar el impacto de la noticia y, no lo olvidemos, como forma de darnos un tiempo para calibrar si debemos creerla o no.

También estaremos más predispuestos a darles credibilidad si somos personas confiadas, que no solemos someter a juicio la información que nos llega o si normalmente mostramos un comportamiento ingenuo en nuestro día a día. El hecho de no conocer en profundidad cómo funcionan determinadas estructuras o el desconocimiento jurídico, político, informativo o social también incide a la hora de darle credibilidad al bulo.

La ideología como medio de contagio

La propia ideología condiciona mucho nuestro comportamiento ante un bulo, puede determinar si nos lo creemos o no, pero no es 100% determinante o no en el 10% de los casos.

En cualquier caso, está plenamente aceptado que estamos predispuestos a aceptar como buenos aquellos contenidos que nos benefician, es decir, aquellos contenidos con los que previamente ya concordábamos. Nos resulta cómodo, agradable, en términos psicológicos nos refuerza, nos reafirma en nuestras convicciones, actúa como una pequeña descarga interna de satisfacción. Esto es el componente emocional y motivacional del bulo, que sucede en paralelo al componente cognitivo (el análisis mental de la información) e influye mucho en este. A veces somos más conscientes de lo potente que resulta “en nuestro estómago” oír cierta información antes de tener una opinión clara en nuestra mente de qué nos parece esa información.

¿Por qué algunos se lo creen y otros no les dan pábulo?

Para algunas personas un bulo puede resultar una burda invención y darse cuenta enseguida de que se trata de una mentira intencionada. Sin embargo, para otras, puede ser perfectamente verosímil. Los motivos pueden ser muy dispares, desde su propio estado emocional actual, su nivel cultural, su hiperreactividad a ciertas noticias, su capacidad para sugestionarse e incluso su propia ideología.

Hay personas que son hipercríticas o extremadamente desconfiadas y tienden a ponerlo todo en tela de juicio, no se fían de nadie, aunque se sientan identificadas con ciertas ideas o corrientes. O simplemente son muy exigentes, muy inteligentes, muy intuitivas y, sobre todo, muy cautelosas y actúan como actuaría un buen periodista: contrastan la veracidad de la noticia antes de darla por buena, sobre todo en el caso de noticias muy graves.

El momento “adecuado” para lanzar un bulo

Cuando la situación está calmada hay ciertas cosas que son poco creíbles, pero en situaciones donde los sobresaltos se suceden, o donde hemos presenciado sucesos llamativos por primera vez en nuestras vidas, sin referentes con los que comparar, donde a veces una barbaridad sucede a la anterior y algunas son ciertas, entonces ciertos bulos parecen más verosímiles.

Concretamente, en situaciones de emergencia o excepcionalidad, como la que estamos viviendo actualmente, hay dos factores que pueden influir en que seamos más permeables a la influencia de los bulos: estamos más tensos (más alerta y, a la vez, de peor humor) y, por tanto, más susceptibles. Esto quiere decir que nuestro umbral de miedo es más bajo, o lo que es lo mismo, hay más cosas que nos resultan amenazantes y las que ya nos resultaban amenazantes antes nos los resultan aún más). Por tanto, reaccionamos con más intensidad a estímulos más ligeros. En el lenguaje de la calle: es más probable que saltemos a la mínima, también a la hora de reaccionar a la información que nos llega.

La difusión del bulo. ¿Por qué los difundimos si no sabemos si son ciertos?

Es muy frecuente que en WhatsApp y redes sociales compartamos noticias de una manera muy automática e irreflexiva. No olvidemos que los ‘likes’ y los ‘compartir’ suceden muy rápido, como fruto de una lectura bastante diagonal. A menudo compartimos contenidos que nos parecen interesantes, independientemente de que nos parezcan bien o no. Muchas veces no nos paramos a pensar si lo que compartimos es veraz o no, de hecho la mayor parte de las veces simplemente compartimos, damos por hecho que la información es veraz o sabemos que no lo es pero confiamos en que nuestros contactos captarán igual que nosotros que se trata de un chiste o de una tontería. Otras veces sospechamos que quizá no es una información del todo fiable, pero nos gusta sentirnos parte del flujo incesante de información, nos gusta ser portadores de titulares, ser parte del llamado “ruido mediático”. Los creadores y difusores de bulos juegan con estos factores entre los que no hay que olvidar la enorme cantidad de gente acrítica, desinformada y de bajo nivel cultural que asume con enorme facilidad que incluso las cosas más disparatadas son ciertas solo porque aparecen las redes sociales.

A nadie le gusta tener la sensación de que le toman el pelo y todo nos hemos creído alguna vez un bulo o hemos contribuido a su crecimiento. La sensación de haberlo difundido y comprobar a posteriori su falsedad está relacionada con la vergüenza, el sentirse pillado en falta y el sentirse ingenuo, lo cual es muy incómodo porque nos confronta con nuestra propia vulnerabilidad, nos demuestra que también nosotros estamos expuestos a que se nos pueda engañar con cierta facilidad.

El problema no es sobreinformarse, sino intoxicarse

Sobre la propia información a la que accedemos estos días existe el riesgo de intoxicarnos con los contenidos a los que tenemos acceso, bien porque son inadecuados en su fondo y forma o bien porque lo son por su cantidad.

En estos días se habla mucho del término “sobreinformación” para hacer referencia a esa saturación de contenidos presuntamente informativos que engullimos, sin embargo, hay que incidir en que a menudo el problema no es que nos sobreinformemos -es decir, que nos informemos mucho o más de lo que necesitamos- sino que nos intoxicamos porque nos informamos con falsa información, o con información de falsa utilidad. Es decir, a través de un torrente de comentarios destructivos, bulos, análisis falaces o claramente sesgados...

Como ciudadanos adultos deberíamos tener un poco más de control, un control más saludable y consciente, sobre la exposición a chats, coloquios, programas, redes sociales... a la que nos sometemos. Porque todos esos estímulos, sean rigurosos o no, entran muy rápido y en gran cantidad en nuestro sistema, saturándolo. Luego nuestro sistema los tiene que procesar y a continuación, naturalmente, el producto resultante (es decir, la conclusión) y también el sobrante (es decir, el puro excremento) tienen que ser expulsados al exterior. Los estímulos informativos ni se crean o destruyen, sino que, simplemente, se transforman. Esa expulsión no sucede hacia el vacío, no es impune ni gratuita, sino que impacta en otros -en quienes nos escuchan y rebaten, aquellos que leen lo que escribimos y reproducen ad infinitum aquello que nosotros producimos o compartimos-, convirtiéndose en un nuevo input tóxico para ellos y reactivando indefinidamente esta dinámica.

Medidas preventivas ante los bulos

Los bulos no son algo nuevo ni propio de esta época. Son algo que forma parte de la comunicación humana y, por tanto, están fuertemente mediados por factores sociológicos y psicosociales. No obstante, eso no quiere decir que no haya que temerlos y combatirlos: deben ser tenidos en cuenta y deben ser neutralizados todo lo que se pueda, porque su influencia es muy nociva y nunca podemos estar seguros de la magnitud que puede llegar a tener su influencia.

Nadie es completamente inmune a ellos (ni a que nos afecten ni, desgraciadamente, a contribuir a su difusión, aunque sea sin maldad), pero sí hay ciertas características que deben cultivarse para prevenir sus efectos:

Tener sentido crítico: ser analíticos, tomarnos la molestia de poner en tela de juicio y comprender en profundidad el sentido de ciertas informaciones. Esto no quiere decir volvernos personas totalmente desconfiadas o, incluso, paranoides (pensando que hay perversas intenciones detrás de toda noticia y que no podemos fiarnos de nadie). Se trata simplemente de que no nos traguemos porque sí el cien por cien de la información que nos llega.

Tener diferentes fuentes de información y, a ser posible buenas (fiables): valorar no solo una información, sino el rigor con que está expresada y también de quién nos viene. ¿Es alguien a quien damos crédito, que suele estar bien informado, que es cuidadoso, que no tiende a difundir noticias porque sí? ¿O es cualquiera?

Tener un alto nivel cultural: cuanta más información se maneja de manera ordenada y se comprende, más capacidad de contraste y cotejo se tiene, es decir, más pericia, más sabiduría, en parte más inteligencia (la inteligencia no es lo mismo que el nivel cultural, pero un alto nivel cultural es uno de los múltiples factores que contribuyen a mejorar la inteligencia de una persona). Es importante tener referentes, abundancia de información sólida y de calidad acumulada (no toneladas de datos inconexos y amontonados, sino cantidad suficiente de información adecuadamente procesada y ordenada, información rigurosa y de calidad que nos sirva de referente para contrastar los nuevos datos que nos lleguen.

Prudencia: no caer en el retuit automático de cualquier cosa, en el compartirlo todo porque sí, solo porque nos llama la atención o porque nos parece relevante. Controlar nuestros automatismos, pensar qué efecto puede tener la difusión incontrolada de ciertos datos, sobre todo aquellos que tienen una pinta extraña. Ser reflexivos, no impulsivos. 

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