Hoy que vuelvo a casa zigzagueando por el centro, observo muchas miradas penetrantes. La cosa tiene su lógica por cuanto un 60% de la expresión facial ha desaparecido, y todo se reconcentra en el 40% restante que sobrevive a la cobertura. Yo que jamás recuerdo el color de una pupila, identifico verdes, marrones y mezclas, algunos inolvidables.
Tiene sentido que en una sociedad tan proclive al culto a la imagen, demos el volante al sentido que mejor la representa.
Toca pues olvidarse de los labios. Cruzo por delante de una clínica estética y me consuelo pensando que las operaciones de labios siempre parecían salir mal. Identifico más colores de ojos, debajo de máscaras extrañas, casi surrealistas. Pienso que igual estas máscaras pueden salvarnos como civilización. Últimamente salían cada vez más tonterías de nuestros labios, ya que a menudo los usábamos mal, o por encima de nuestras posibilidades. Nos habíamos aficionado a convertirlos en tubos de escape.
Igual aparece una mente brillante capaz de incorporar un filtro de calidad ubicado en la propia mascara, que sustituya el tópico o el hablar por hablar, por un discurso hilado y coherente. Igual es posible también modularlo con una voz mucho más radiofónica que la nuestra. Podremos dejar de lamentarnos por una palabra dicha fuera de tiempo, y mandar a paseo nuestra antigua voz cazallera. Será el avatar más útil de nuestra época.
Aunque también es cierto que contando pupilas, me he pasado dos barrios de mi casa.
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