Semanas atrás, cuando los parques aún permanecían precintados como consecuencia de las medidas implantadas para enfrentar la pandemia, pasé en un momento dado por adyacentes aceras al parque del Retiro y quedé fascinado ante la rozagante naturaleza que se desplegaba desmelenada y exuberante por demás merced a no haber sido acometida por los operarios que, a la sazón, son los responsables de que los visitantes hallemos siempre un ajardinamiento domesticado en demasía, sin esa gracia suntuaria y agreste que posee la naturaleza greñuda y churrigueresca, aunque se trate de la naturaleza confinada en esos zoos de lo vegetal que son los jardines públicos o privados.
Y al tiempo que disfrutaba tal contemplación mientras recibía su fragante soplo, mi caletre se asió a la recordación de Friedrich Hundertwasser, el genial artista-ecologista austriaco que tanto reivindicase el poder creador de la naturaleza hasta el punto de llegar a afirmar que “el moho es la metáfora del poder de la naturaleza” (1), no en vano apreciaba en las caprichosas formas que le brotan a esta una simpar belleza, hasta el punto de formular la siguiente ecuación: “naturaleza + belleza = felicidad” (2).
Posteriormente, ya accesible el populoso parque, ante sus praderas rapadas volví a rememorar mis antedichas remembranzas. Me acordé asimismo de Francisco Umbral, cuando este contaba en “Carta a mi mujer” cómo esta empleó parte del jardín de su chalé para montar un huerto, pese a que él prefería la opción de un jardín salvaje, como principiaba a ser el Retiro antes de la ya mentada rapa. En tiempos de crisis medioambiental si uno reflexiona con cierta profundidad sobre lo que ha supuesto el medioambiente y la naturaleza a lo largo de la historia de la humanidad, la cuestión no es baladí. De hecho recordé algunos pasajes del libro “La década roja”, del propio Umbral, que me llevaron a hacer una reseña del mismo para otra revista (3), ya que un epígrafe del mentado libro, “Los ecologistas”, portaba pasajes de grande hondura literaria, los cuales me llevaron a reflexionar acerca de cómo Umbral hacía fastuoso lirismo con los mimbres de lo natural. Y, tirando de la madeja, caí en la cuenta de la importancia que ha tenido la naturaleza ya en las fuentes primarias de la literatura universal (esta, de hecho, ha sido siempre condicionada por aquella). Estoy, no en vano, muy de acuerdo con Mauricio Ostrina cuando este escribía lo siguiente:
“La literatura, en tanto expresión simbólica de las relaciones del ser humano con el mundo (el de las cosas y el de la subjetividad), no puede estar ajena a la problemática ambiental” (4).
Hablaba, además, Ostrina de que el trastorno ecológico produciría el literario, pues la “depredación planetaria” acabaría con intemporales símbolos como el mar.
José Antonio Hernández Guerrero en un delicioso artículo titulado “Los paisajes literarios” desarrollaba un sugerente recorrido por la relación que ha tenido el ser humano y en concreto el artista con el entorno natural a lo largo de la historia (implantando patrones perceptivos en el colectivo imaginario correspondiente). Hernández apuntaba cómo el hombre griego en la Antigüedad se concebía integrado en la naturaleza y perteneciente, así, al mundo que lo contenía, lo que lo hacía relacionarse profundamente con el medio ecológico (5), y señalaba que sería la escuela veneciana en el XVI la que otorgara un sentido nuevo al paisaje, al reflejar este el estado anímico del artista (6). Se empezaría, de este modo, a producir una aprehensión por el creador de elementos paisajísticos con la intención de trasvasar a ellos sus internos sentires:
“En general, las composiciones de los poetas y los cuadros de los pintores han configurado la visión de los lectores y de los espectadores, y han educado nuestra sensibilidad para gozar artísticamente de la vida” (7).
Nos hace ver Hernández cómo desde la Edad Media se da un sentido alegórico de entender el paisaje, y cómo en el Renacimiento Garcilaso y otros toman los referentes de poetas como Virgilio o Sannazaro cuando de amoldar la naturaleza a la expresión de sus internas cuitas se trata (8). También nos señala cómo… “En la poesía de Góngora destacan dos temas: lo efímero y lo mutable de los asuntos humanos, y la permanencia y la belleza de la naturaleza” (9) y refiere un ejemplo muy gráfico:
“En las ‘Soledades’, por ejemplo, un castillo que se está desmoronando dominado por árboles que antes estaban a su sombra, es un emblema verbal de la caída de lo artificial y de la victoria silenciosa de la naturaleza” (10).
En tan sugerente recorrido, Hernández nos hace ver las consecuencias que tuvieron la irrupción de la Ilustración y el Romanticismo: puesto que acabarán imponiendo la individualidad del creador, que acondiciona la naturaleza a sus impulsos interiores, en lo que sería una relación “del uno al todo” (11). Algo que podemos ver (ya en el siglo XX) ejemplificado en un pasaje de un artículo del decadentista César González Ruano que afinadamente glosa un Umbral sorprendido ante cierto imaginativo giro del periodista por él elucidado, que concibe el estanque mayor del Retiro como un lago que llevara allí desde el principio de los tiempos y escribe:
“Suponer que el estanque del Retiro no es una cosa artificial, sino un accidente natural, presenta ya una actitud ante las cosas, y el lirismo es lo único que puede salvarnos del costumbrismo, costumbre que llega mucho más lejos de lo que creemos” (12).
Umbral, por su parte, tiene, como antes apuntaba, esos lances de lirismo brotados de lo natural-sublimado. Y cuando se dota de tales mimbres para obrar literatura, esta porta muchos de los ingredientes sucintamente entrevistos más arriba. Jean-Pierre Castellani en un artículo titulado “El sentimiento y la expresión de la naturaleza en los diarios íntimos de Francisco Umbral” analiza pasajes de algunos libros de memorias de la más última producción umbralí referidos a esa naturaleza más doméstica y cómplice como es la de su Dacha. Se da un “encuentro entre el hombre solitario y la naturaleza que lo rodea” (13). Umbral parte de una acusada impronta engendradora (esa señalada que va del uno al todo), pero también hay algo de ese gongorismo que plasma lo fútil-humano frente a lo perenne-natural, y, al tiempo, en ese “locus amoenus” a medida, por ejemplo, también sentiría esa clásica unidad con la naturaleza a través de la sinécdoque del doméstico jardín. Así lo veía Castellani: como la…
…“expresión de un sentimiento de la naturaleza con fragmentos que retratan a través de un lenguaje muy rico, unos momentos privilegiados del día: atardecer, mañana de otoño, cambios y matices de luz o de observaciones del jardín de la casas con sus flores, sus pinos o el ciprés como si fueran la mejor modalidad de encontrar esa intemporalidad” (14).
En definitiva, como escribía José Antonio Hernández Guerrero con respecto al paisaje, este es “el más potente foco y el más fiel espejo en el que se han visto reflejadas las ansias más profundas de los seres humanos” (15), a tal conclusión pude llegar mediante la contemplación causal-fugaz del parque del Retiro en su versión más encandiladoramente libérrima. Pero, al fin, a la naturaleza, y a nosotros mismos, tarde o temprano, nos meten tijera.
Notas
(1)-Restany, P. (2003): “Hundertwasser. El poder del arte”, Colonia, Taschen, p. 8. (2)-Ibid., p. 30. (3)-Cfr. en Vadillo López, D. (junio de 2020): “Umbral medioambiental (‘La década roja’)”, “Literarios Atrevimientos”, nº 10, pp. 150-159. (4)-Ostrina González, M. (2010): “Globalización, ecología y literatura. Aproximación ecocrítica a textos literarios latinoamericanos”, “Kipus”, nº 27, pp. 97-109, p. 101. (5)-Cfr. en Hernández Guerrero, J. A. (2002): “Los paisajes literarios”, “Castilla”, nº 27, pp. 73-84, p. 75. (6)-Cfr. en Ibid. (7)-Ibid., p. 76. (8)-Ibid., p. 77. (9)-Ibid., p. 79. (10)-Ibid. (11)-Ibid., p. 81. (12)-Umbral, F. (1989): “La escritura perpetua”, Madrid, Fundación Mapfre, p. 17. (13)-Castellani, J.-P. (2009): “El sentimiento y la expresión de la naturaleza en los diarios íntimos de Francisco Umbral”, pp. 241-250, en Buron Brun, B. de (ed. de): “Francisco Umbral. Una identidad plural”, Burdeos, Universidad de Pau y de los Países del Adour-Editorial Vasconias Comunes, p. 243. (14)-Ibid. (15)-Hernández Guerrero, J. A. (2002): “Op. cit.”, p. 83.
|