Durante casi cuarenta años, todos los que duró el franquismo, España fue un Reino sin Rey. Franco así lo había decidido a la hora de redactar las Leyes Fundamentales del Movimiento, una especie de Constitución, que en las Facultades de Derecho por aquellas calendas se estudiaban bajo el epígrafe de “Derecho Político”, asignatura que en la tan manida Transición pasó a llamarse “Derecho Constitucional” aunque, como pasó con la Justicia, perdonen la metáfora, siguieron al frente del País “los mismos perros con distintos collares”. Nunca se hizo limpieza, y así nos ha ido y nos va. Los jueces que juzgaban disidentes en el Tribunal de Orden Público pasaron de la noche a la mañana a seguir juzgando disidentes desde los mullidos sillones del Tribunal Supremo. Y los catedráticos que impartían el conocimiento de la legislación franquista no tuvieron ningún inconveniente ni traba alguna para, con camisa de demócratas, pasar a impartir las enseñanzas de la nueva Constitución, esa que para disfrazarla dicen que “nos dimos entre todos”, y en la que, de refilón, España pasó a ser un Reino, ahora sí, con Rey. Un rey impuesto por Franco, y una saga familiar, los Borbones, volvía a España sin devolver ni un céntimo de los millones de pesetas que Alfonso XIII, bisabuelo del Rey actual, llevó consigo al exilio cuando salió huyendo de España a uña de caballo. Ya lo dijo Valle Inclán, “los españoles han echado al último Borbón no por Rey, sino por ladrón”.
Pero Don Ramón María del Valle Inclán erró en su vaticinio, aquel no era el último Borbón, y con el paso de los años y gracias al dedo de Franco otro Borbón volvió a regir los intereses de España, al tiempo que iba aumentado los suyos. El amor al dinero, la buena vida y las mujeres debe estar incrustado en lo más hondo de los genes borbónicos, y un día salen a la luz pública, porque en democracia no se puede tener oculta la vida privada del Jefe del Estado, que como la mujer del Cesar debe ser honrado y parecerlo. Durante años la prensa sabía y conocía los amoríos del rey que Franco nos impuso y la Constitución nos coló de rondón, pero callaba, no quedaba otro remedio. Quien no lo hacía podía tener problemas para encontrar trabajo. Incluso en algunos medios de comunicación tenidos por serios existía, y existe, una figura periodística a la que podríamos llamar “corresponsal de Corte”, naturalmente con el oportuno “plácet” de Zarzuela e incluso, a veces, con un empujoncito desde Casa Real para acceder al puesto.
Los llamados “padres” de la Constitución, hicieron un trabajo de encaje para que esta tuviera todas las bendiciones “urbi et orbi” necesarias, a pesar de que en el redactado de alguno de sus puntos intervinieran los militares para que en ella se dejara, como decía el viejo dictador, todo “atado y bien atado”. Y así nos resultó una Constitución disfrazada de abierta, pero cerrada a cal y canto a las reformas del articulado más importante. Y, naturalmente, para que todo quedara igual se impuso en su artículo 56.3 que “la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el art. 64, careciendo de validez sin dicho refrendo”. Y en el artículo 64.2 se dice “De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden”. El Rey nunca.
La inviolabilidad del Rey le debería proteger en aquellos actos que tengan relación con sus funciones como Jefe de Estado pero no cuando como cualquier otra persona y aprovechando su preeminencia como máxima autoridad del Estado ejecute actos que pueden entrar dentro del ámbito del Código Penal. En España en estos momentos se ha extendido un tupido manto protector alrededor de la figura de Juan Carlos I con el que tapar toda una conducta indigna de quien era el Jefe del Estado. Desde los letrados del Congreso hasta partidos políticos como PSOE, PP y VOX, y la Brunete Mediática con ABC a la cabeza, han hecho piña al grito de “salvar al soldado Juan Carlos” y, de rebote salvar a una Monarquía, presidida por su hijo, que desde hace un tiempo está cayendo en picado en el aprecio de los españoles y ante los ojos de la prensa mundial más representativa. Sin el menor ápice de sonrojo vergonzante esta cohorte de cortesanos han convertido la inviolabilidad en simple y pura impunidad, todo para salvar las trapisondas amatorias, sin ninguna importancia penal, del Rey conocido como “el campechano” y los devaneos económicos con viajes a Suiza paseando por las calles de Ginebra con un maletín con casi dos millones de dólares con destino a algún paraíso fiscal.
Hace unas semanas el diario Le Monde pintó un Juan Carlos I decrepito y ansioso de mujeres y dinero, y también la radiotelevisión francesa le calificó de “gánster de serie B”. La fiscalía suiza está trabajando para averiguar lo sucedido con millones de euros, al parecer provenientes de comisiones por el AVE a la Meca y que pueden haber pasado por cuentas y fundaciones a nombre del Rey emérito, acabando, en algún caso en la cuenta corriente de Corina, durante un tiempo amante visible y conocida de Juan Carlos I y hoy amenazada y acosada por agentes españoles para hacerla callar, como denunció en una emisión del programa “360 grados” de la cadena oficial vasca. Por cierto este esplendido reportaje ha estado silenciado por las televisiones generalistas españolas y por la cadena oficial TVE. La mano de la Monarquía es larga y llega a todas partes, menos allá donde hay periodistas valientes.
Aquí la Fiscalía también dice estar investigando los posibles delitos fiscales y de blanqueo de dinero de Juan Carlos I, pero no pasará nada. Ya nos están diciendo desde todos los altavoces del oficialismo que es inviolable hasta que muera aunque hay penalistas y constitucionalistas que estiman que jamás la inviolabilidad tiene que convertirse en impunidad. Hay que salvar la Monarquía, y si para ello les es necesario estirar la legislación como un chicle e interpretarla a su mejor favor lo harán, no les quepa duda. El General de la voz aflautada y los sellos de correos ya lo dijo “está todo atado y bien atado”. La familia del dictador Franco ha continuado por España como si de su “cortijo” se tratara, los torturadores de la policía franquista han muerto con las medallas puestas y las cuentas bancarias llenas, y la familia Borbón continuará como siempre, viviendo de los impuestos, y cuando Juan Carlos muera tendrán una suculenta herencia que repartir, porque el paripé que a mediados de Marzo hizo Felipe VI de renunciar a la herencia paterna fue eso, un brindis al Sol. Renunció a unos pocos millones, los que Corina había denunciado que existían en una cuenta en un paraíso fiscal, pero no renunció a la Corona, que también es herencia paterna ni al resto del dinero acumulado por su padre en su trabajo pluriempleado de Jefe del Estado y viajante de comercio, especialmente entre sus muy “demócratas” amigos árabes. Alguien puede creer que la familia desconocía los trapicheos del cabeza de casa? Yo no. Y uestedes?.
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