Hay que tomar conciencia del tiempo y liberarnos de esta permanente atmósfera estresante que nos agota el cuerpo, pero también el alma. Todo nada en el desequilibrio, en la inmoralidad y en la fibra corrupta, en la manera de comercializar los unos con los otros y en el modo de sacar provecho de la debilidad; y, justamente, con este pulso la vida no es aceptable, en parte por esa falta de respeto natural de todos hacia aquello que nos rodea. La irresponsabilidad humana es tan manifiesta, que hemos de templarnos para conseguir acompasar el deber con el derecho.
Indudablemente, lo prioritario es empezar por el respeto de uno mismo para lograr achicar los vicios que nos dominan. También se nos han debilitado los sueños y han crecido el número de pesadillas. La más tremenda, que ninguna especie esté a salvo, por el caprichoso impacto nuestro sobre la naturaleza, de cambiar los usos de la tierra y el mar, y no poner límites a la sobreexplotación, ni a los agentes contaminantes. Sin rostro ni rastro de algunos seres vivos, sólo nos queda la acción responsable de modificar nuestra interacción con el medio ambiente.
Ya no podemos continuar destruyendo la biodiversidad. El mercado de la compraventa nos ha usurpado ese ser sensible, con la bondad como principio en el andar, y nos ha reembolsado un mando que nos aplasta entre sí. Vendidos a un poderoso caballero que nos deja sin entrañas, las contrariedades fanáticas son realmente avasalladoras. Llevamos consigo un eterno espíritu malvado, con el tanto tienes tanto vales, capaz de echar abajo algo tan innato, como ese sentimiento armónico que es lo que verdaderamente nos ennoblece y sustenta.
Las personas pueden ser buenas, pero la supremacía como tal tiende a corromper, pues detrás de todo esto, siempre está el dinero abriendo aparentes caminos, activando desigualdades, moviendo falsas razones financieras y removiendo envidias. Por eso, es importante esparcirlo, que nadie lo tenga en exclusiva, pues de esta forma nos conduce a la catástrofe, a sentirnos cautivos de una relación que nos carcome de rabia; pues, en el fondo, todos hemos de ser servidores, no unos amos y otros esclavos. Sin duda, la gran lección que puede proporcionarnos la actual pandemia, sea la de conseguir un reajuste económico mundial, fomentando una recuperación más inclusiva. Ojalá florezca así el nuevo despertar.
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