Ya me lo advertía mi hijo geriatra. Tienes que cuidarte que lo de la cuarentena. Esta situación tiene segundas, terceras y, hasta cuartas lecturas. Nos hemos preocupado cuidadosamente de no contaminarnos, nos hemos parapetado en nuestros cuarteles de invierno y hemos seguido rigurosamente los dictados de las autoridades sanitarias, civiles, militares y familiares.
Más la procesión ha ido por dentro. Las cuatro neuronas que nos quedan se han revolucionado. El caminar por las calles, el hablar con tus semejantes, el sentirte y ser útiles para los demás, son ejercicios para el cuerpo y la mente. La mía se había anquilosado. He tenido que recurrir a refuerzos psicológicos, terapéuticos y de voluntad.
Quince días después de la desconfinación estoy recuperando la “nueva normalidad” personal. Llevaba razón mi hijo médico. Los que nos encontramos en la tercera edad y pertenecemos al “segmento de plata”, habíamos descendido de división. Estábamos en la cuarta edad y en el “segmento de bronce”.
Hemos tenido que jugar la liguilla de ascenso. Es muy difícil y nos coge cansados y agobiados. Pero se puede. Nos va a costar… pero se puede. La mejor manera de mejorar es partir desde el convencimiento de que tenemos que hacerlo. Nuestros abuelos y nuestros padres superaron dos guerras mundiales y una incivil. Con la ayuda de Dios y nuestro esfuerzo podremos. No hay cuarentena que nos vuelque. Así que os animo a perder el miedo (no la precaución) y a volver a ser útiles. Aunque sea a distancia y por teléfono.
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