Siempre he defendido que la religión más extendida en el mundo es el papanatismo. Es suficiente que cualquier agitador de masas, sobre todo si es un político, conciba una idea, por muy descabellada que sea, falta de fundamento y, en muchos casos irrealizable, para que el pueblo común y, a veces, quienes no son tan comunes, la acepten, la difundan y la defiendan contra viento y marea.
En España, que es mi Patria y me preocupa; desde hace muchos años, se viene imponiendo esta religión que, cada vez, está consiguiendo más adeptos.
La pandemia que venimos sufriendo ha puesto de manifiesto la calidad de nuestros políticos.
Nos han mentido con todo el descaro inimaginable, nos han considerado como si fuésemos deficientes mentales, o menores de edad a los que se les narra un cuentecito para que se vayan a la cama tranquilos y duerman sin preocupaciones.
Como se dice vulgarmente “nos han tomado el pelo”, pero lo insoportable no es que los políticos nos mientan, hay quien dice que la Política es el arte de hacer creíble la mentira por muy absurda que sea. En este caso, nuestros gobernantes solo llevan a la práctica lo que es propio de su actuación para embaucar a las masas.
Lo realmente inadmisible es que el pueblo no abandone el culto del papanatismo y no señale todas estas trapisondas, engaños y embrollos que nuestros gobernantes quieren que aceptemos y que comulguemos con ellas aunque sean intragables como lo son las “ruedas de molino”.
Fernando Simón, Director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, afirmó categóricamente el ppdo. mes de febrero que no era necesario que los ciudadanos usásemos mascarillas. “No tiene ningún sentido” fueron sus palabras textuales dichas en una rueda de prensa en la que informaba sobre la crisis del coronavirus.
Parece ser que se manifestó de esta manera porque la infección había cogido con el pie cambiado a nuestro Gobierno y no había reservas suficientes para que fuesen usadas por toda la población. Lo más honrado, noble y encomiable hubiese sido que dijese que las mascarillas eran necesarias pero no había suficientes, sin embargo las podríamos suplir embozándonos con cualquier otra prenda que realizase la misma función: Un pañuelo, una bufanda, o cosa similar, pero no, mintió, y se ha rectificado a sí mismo, expresando que estas son necesarias, pero ¡Oh maravilla! Las hay altruistas y egoístas. Las primeras son para él las quirúrgicas, sin embargo las segundas son las FFP2, tanto con válvula como sin ella, porque están pensadas “para que la persona que las lleve no se infecte”, ya que, desde su punto de vista, pueden ser consideradas egoístas porque protegen al que las lleva pero menos que las quirúrgicas.
Tenemos un dicho que es: “Cuídate que Dios te cuidará”. Quien no se preocupe de sí mismo que no espere que otro lo haga por él.
Los cambios de criterio de este hombre respecto a una cosa tan seria como es la salud de las personas y la contención de la epidemia son dignos de la veleta más voluble de cualquier campanario.
Quien esté interesado en ello y desee conocer los fallos garrafales de esta persona puede consultar Internet. Exponerlos todos sería como el cuento de la haba, que nunca se acaba.
Pero volvamos al enunciado del principio, el pueblo, las masas se han alienado y, como si fuese un héroe nacional, lo han encumbrado a lo más alto del empíreo. Se imprimen camisetas con su nombre, se repiten sus palabras como si fuesen sortilegios, se le considera como una especie de héroe nacional. Se ha convertido en un fenómeno mediático que sobrepasa su trabajo. Hay quienes, masa al final, se hacen tatuajes con su cara.
De la misma manera se le dedican placas en las calles, o hay pueblos, como Hinojos de Huelva, cuyos munícipes se dividen ante la conveniencia o no de dedicarle una plaza, cuando, desde el principio de esta luctuosa situación, sus manifestaciones han sido contradictorias, faltas de criterio e inoperantes.
No es un chascarrillo ni una broma, podría serlo si no se tratase de nuestra salud, pero el pueblo, el común, está tan perturbado que no es capaz de distinguir el grano de la paja y encumbra a quien no tiene mérito para ello.
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