Me resulta extraño comentar un libro por segunda vez. Hace algunos años, en este mismo espacio, reseñé el cuentario Punto de fuga, del narrador peruano Jeremías Gamboa. Y lo vuelvo a comentar por tratarse de una publicación que durante un tiempo corrió el riesgo de perderse y que gracias al éxito literario y comercial de su novela Contarlo todo, tenemos una segunda edición que, a diferencia de la anterior, bien puede leerse ahora en muchos países de habla hispana.
Pero no solo ese es el motivo que me lleva a escribir del libro en cuestión, sino también el hecho de someterlo a la prueba del tiempo, en ver cuánto ha envejecido, si es que hubiera envejecido, o cuán cierta es su vigencia.
Felizmente, a Punto de fuga no le han salido canas, ni arrugas, sigue mostrando los mismos fuegos de la primera vez y que bien nos puede brindar los senderos en los que Gamboa asienta su poética, una poética por demás realista y que, en parte, le ha suministrado de insumos temáticos claves para su saludada novela. Aunque no pasemos por alto la posibilidad, al menos barajar la sospecha razonable, sobre la influencia que pudieran ejercer algunos de estos cuentos en los futuros libros del autor.
Ningún primer libro, ya sea de cuentos o novela, está libre de falencias naturales. Este las tiene, en especial estructurales, pero lo estructural y formal son aspectos que bien pueden limarse en el ejercicio de la escritura. Lo que eleva a Punto de fuga, lo que hace que el libro postule a las parcelas de la perdurabilidad es precisamente la exhibición de complejos emocionales de sus personajes, complejos emocionales que refuerzan la marca de agua del estilo del autor, estilo que logra su cometido, tan difícil de redondear en el terreno de las distancias cortas: emocionar, fastidiar y corromper al lector, es decir, alejarlo de la indiferencia. Ese estilo, que algunos aventureros de la opinión literaria han catalogado de periodístico, cuida el secreto, el puente, con el lector, así este acepte o no los relatos. Logrados o no, hay pues en ellos una luz oscura, una presencia incómoda, un nervio en permanente tensión, que bien lo diferencian a Gamboa de otros autores del actual imaginario narrativo en español. En vez de explorar hacia lo desconocido, aliento siempre saludable para cualquier creador, aunque ese aliento casi siempre termina desgastando, Gamboa explora hacia dentro, moviéndose en su realidad inmediata, en lo que conoce o cree conocer de esa realidad inmediata, disposición que refleja una postura de su parte hacia el realismo, postura que lo convierte en un nato buscador de historias.
Como ya indiqué, los ocho relatos que conforman el cuentario siguen frescos, todavía alejados de la férula del tiempo. De estos un par que bien haríamos en calificar de descollantes: “La tierra prometida” y “La conquista del mundo”. En especial el segundo me gusta más, el que muestra y encapsula toda esa verdad incómoda que no quieren aceptar cada uno de los personajes de los cuentos, esa verdad que los lleva a huir, a ejercer un alejamiento no de los factores externos que los dañan (porque si algo se puede decir de estas sensibilidades, es que son guerreros de la insensibilidad/indiferencia de los demás, pese a las humillaciones, siguen en pie, mordiéndose los labios para soportar), sino de ellos mismos, enfrentándose contra su infierno personal.
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