Mientras el mundo se nos queda pequeño, las dificultades y los sufrimientos se acrecientan por doquier. Ciertamente, vivimos un periodo difícil para todos, para algunos muy complicado, que requiere cuando menos la cercanía de sus análogos. A veces pienso que hemos perdido la capacidad de amar y hasta el deseo de sentirnos amados. Hay un fuego de intereses dispuesto a quemar vidas que realmente nos deja desolados. Quizás nos hayamos encerrado en el desinterés, y tengamos la repetición de nuestra misma penalidad en nuestros propios ojos, la de que cada ser no piense más allá de sus andares, sin importarle lo más mínimo el paso de los demás. Convendría, luego, dejarnos acompañar; avivar la mano tendida, sembrar gestos de ternura hacia los que sufren, hacia aquellas gentes vulnerables, como los niños y los ancianos.
Me niego a creer que no tengamos más alianzas que las que diseñan los intereses mundanos. Tal vez hayamos perdido también esa mística donación, injertada en nuestra propia conciencia, a cambio de nada. ¿Dónde están los valores del ser humano? No miramos más allá de los dividendos y así nos devoramos sin respeto. Apenas compartimos sonrisa alguna, tampoco lágrimas, ya no digamos diálogos fructíferos, cada cual quiere sacar adelante sus propias ideas, machacar lo diferente para uniformar horizontes. Por favor, no trunquemos la libertad que todos nos merecemos, por el hecho de haber nacido. ¡Dejemos de cometer más crímenes en su nombre! Es algo innato, el derecho a ser dueños de nuestra propia vida, ¡déjennosla conquistar cada amanecer! Abandonemos la idea de poner grilletes a la poética aurora que nos vive. Seamos responsables, despojémonos de las apariencias, pensemos y hablemos sin hipocresía.
Por desgracia, aún nos batimos más por nuestras pertenencias y beneficios que por nuestros derechos y obligaciones. Lo importante es llegar a ser una persona interesante, jamás interesada, dispuesta a poner en práctica sus compromisos, máxime en un tiempo en el que todo nos afecta a todos. Tampoco es el momento para el desvarío y la debacle, en juicios egocéntricos y discursos materialistas, puesto que lo fundamental es que la ciudadanía se consensue en actitudes menos egoístas y más constructivas, comenzando por una mayor observancia al pulmón de los bosques, necesarios para todo el planeta, por el aliento que nos infunden. A propósito, nos consta que el verano de 2019 fue inusual en términos de actividad de incendios en las altas latitudes, pero este 2020 parece estar evolucionando de manera similar. No aprendemos la lección, aunque se nos advierta que el humo desprende una amplia gama de contaminantes.
Sea como fuere, estamos tan sumidos en la mezquindad dominadora, que aunque los científicos nos digan que en los próximos cinco años seguirá aumentando la temperatura mundial, apenas cambiamos de comportamientos. Nos importa nada que los osos polares, que como todos sabemos son un símbolo del cambio climático, podrían estar casi extintos en un futuro cercano. El interés es la rueda principal de la máquina del mundo. Hay que decir ¡no! al componente del logro. Tenemos un corazón. Permitámoslo latir y aprendamos a mirar con sus ojos. La competición interesada y el engreimiento destruyen los cimientos de los vínculos, siembran conflictos y dividen, cuando en realidad estamos llamados a fraternizarnos, a ser la gran familia humana, donde todos hemos de tener cabida y consideración.
Por cierto, el reformador alemán Martín Lutero (1483-1546), ya confesaba, en su diario ejercicio viviente, tener tres perros peligrosos consigo: “La ingratitud, la soberbia y la envidia”. Sin duda, cuando muerden dejan una llaga penetrante. Puede que todavía no nos hayamos curado. Y así, nos hemos acostumbrado a caminar contra natura, a encajar con aquello que nos reporta beneficio, a movernos por el mercado de las finanzas como si fuésemos un objeto de compra venta más, obviando que también nos dulcifican el andar, otras cuestiones y otras actitudes que el dinero no puede comprar. Confiemos en que la riqueza cada día abra menos puertas, ya que no hemos nacido para aplastarnos unos a otros, sino para consolarnos y liberarnos entre sí. De una vez por todas, pongamos fin a las contiendas inútiles, incluso en nuestro propio hogar empieza muchas veces la guerra con el chismorreo, o en nuestro puesto de trabajo, cuando lo que tenemos que buscar siempre es la concordia y no el logro terrenal.
Está visto que nos necesitamos. Es público y notorio que si el mundo debe afrontar unido la pandemia, también la ciudadanía, cada cual desde su cultura y por pertenecer a este mundo globalizado, ha de poner el alma por completo a disposición de sus semejantes, para que pueda hermanarse. Sólo así podremos tener gozos y alegrías en abundancia. De lo contrario, si hacemos el bien por interés, seremos calculadores y cautelosos, pero nunca humanos de verdad. El mismo lazo de la amistad, que vale casi tanto como el de la familia, comienza donde termina o cuando concluye, el rendimiento del provecho.
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