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Egoísmo y ética

No es sencillo desde planteamientos sociales y económicos conciliar la moralidad con la racionalidad, pero es posible.
José Manuel López García
miércoles, 5 de agosto de 2020, 08:54 h (CET)

El filósofo David Gauthier en su libro Egoísmo, moralidad y sociedad liberal desarrolla numerosos comentarios sobre el neocontractualismo liberal contemporáneo. También se ocupa de los problemas de la racionalidad económica desde una perspectiva moral.

No es sencillo desde planteamientos sociales y económicos conciliar la moralidad con la racionalidad, pero es posible. En una parte de la obra analiza las ideas de Rawls acerca de la justicia social con una minuciosidad asombrosa. El autor de la Teoría de la Justicia afirma que «a menos que una distribución desigual de uno o de todos estos bienes redunde en beneficio de los menos aventajados» no existe auténtica justicia. Considerando el egoísmo humano parece que desde el velo de la ignorancia sobre lo que le deparará el futuro a cada individuo el planteamiento rawlsiano podría ser rechazado, pero sería un claro error. En este orden de cosas, es evidente que el interés de todos debe prevalecer sobre el egoísmo individual más absoluto. Porque la moralidad se sustenta en razones: poner por encima el interés de todas las personas sobre el autointerés que perjudique a los demás. Esto también lo afirma Kurt Baier.

David Gauthier expone las razones que aconsejan la cooperación condicional y se fundamentan en el desarrollo del mayor progreso individual evitando la lucha de todos contra todos y buscando un equilibro social, que favorece al conjunto de la sociedad y a cada sujeto.

A mi juicio, Gauthier confía demasiado en las capacidades de las personas y debería tener más en cuenta las disposiciones y actitudes de las personas, en la sociedad consumista y materialista en la que vivimos. Lo de no aprovechar las oportunidades que se dan en una sociedad contractualista tecnológicamente avanzada es algo que sucede con bastante frecuencia y las causas pueden ser múltiples, ya que intervienen muchos factores diversos. No es suficiente con no negar las oportunidades de ascenso social o de progreso material, ya que esto por sí mismo es claramente insuficiente y lo era hace unos veinte años y ahora lo es más todavía. La necesidad de un estado social y del bienestar es algo recogido en los textos constitucionales más avanzados y es perfectamente entendible.

Desde mi planteamiento las tesis sobre la justicia de Rawls no pierden vigencia, al contrario, cada vez ganan más fuerza con el paso de las décadas. Si pensamos en la situación actual dominada por los estragos que está causando en la economía y en la sociedad la pandemia del coronavirus la idea de justicia social, equidad e igualdad es algo irrenunciable. De no ser así, la sociedad se puede instalar en el sálvese quien pueda y nada más. Algo que, a mi juicio, en parte, ya está pasando en algunos países.


Ética y economía deben ir unidas en sus rasgos esenciales. Si queremos una sociedad posmoderna mínimamente justa y que sea solidaria los planteamientos de Rawls tienen que aplicarse en la realidad económica y social de un modo claro y efectivo. Por ejemplo, las pensiones son una prestación indispensable y que ayuda a compensar las desigualdades existentes y es un efecto que conocen los economistas. Por supuesto, los derechos individuales y sociales son la base o la estructura que sostiene todo Estado de Derecho y social como es España.

Es preciso poner límites al egoísmo en el campo de la economía especialmente. La solidaridad intergeneracional también es otro aspecto esencial que no debe ser descuidado. En este sentido, es evidente que la paz social y el equilibrio de cualquier sociedad se logran cuando reina un cierto orden potenciado por los principios éticos y por la moral aplicada a las costumbres sociales y al ámbito laboral.

Regular la economía de cada Estado estoy convencido de que es imprescindible para evitar catástrofes económicas que aumentan la desigualdad existente. La redistribución y las ayudas económicas como, por ejemplo, la renta básica, para los que realmente la necesiten, es un procedimiento muy efectivo para acabar, de una vez por todas, con la pobreza de millones de personas que tienen todo el derecho a una vida digna con unos recursos económicos suficientes. Esto requiere un esfuerzo de una parte de la sociedad, pero los beneficiados somos todos, sin excepción.

La reducción de la desigualdad económica es justa en sí misma, porque de lo que se trata es de evitar que la gente llegue a la pobreza por el sistema económico imperante. Las diferencias de renta existirán siempre, pero se trata de garantizar el bienestar de todos.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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