Entre tanta estafa cultural y periodística, en esta era de la mentira institucional, completa y redonda desde todos los estamentos, excepto de ciertas personas independientes y libres que conforman una suerte de Resistencia y lucha contra la estupidez y a favor de la Vida, es que resuelvo esta colaboración con Siglo XXI, trayendo palabras de una grande del pensamiento libre: la bióloga y activista animalista y por esta Tierra, Rosa Mas. Uno de sus textos más hermosos y contundentes -ambas cosas por igual- es el que a partir de ahora podrán ustedes leer, se lee fácil y en él andan resumidas todas las verdades, un jarro de agua fresca para las estatuas, tanta mentira y capas de cebolla para la verdad no se pueden soportar ya. Bienvenido el sentido común, gracias, Inteligencia! Comienza a hablar Rosa Más, y como desde lo profundo del bosque... :
"SARS Covid-2 (agente causal del Covid 19), Ebolavirus, VIH, MERS-Cov… son virus que tienen algo en común: nos producen enfermedades potencialmente letales y viven, -vivían-, en intrincados espacios forestales formando parte del ecosistema. Hace unos diez años que se conoce el efecto protector de la naturaleza frente a los agentes patógenos; en numerosas enfermedades zoonóticas, que son aquellas en las que hay especies de animales no humanos implicadas en su transmisión y difusión, ocurre que el contagio no se da desde otra única especie a las personas, sino que hay una serie de ellas que pueden actuar como reservorios de la enfermedad. Esto produce un efecto de amortiguación o de dilución de la carga viral entre los diferentes huéspedes, de modo que queda repartida dificultando la llegada de los elementos infecciosos al ser humano. Sin embargo, como agradecimiento a la protección que los ecosistemas y sus habitantes nos brindan frente a graves patologías, nos hemos dedicado a asolar el medio, matando a aquellos individuos que ejercían un efecto pantalla entre los agentes patógenos y el ser humano.
La aparición de estas enfermedades suele darse en zonas del mundo expoliado (el que suele situarse en el tercer lugar); sin embargo, la responsabilidad no es de las personas que viven en esos territorios, pues no son ellas quienes arrasan el ecosistema con retroexcavadoras ni quienes provocan incendios devastadores; los bosques se destruyen para despejar la tierra y dedicarla a menesteres poco saludables pero muy beneficiosos económicamente para los de siempre, para los mercaderes. Año tras año la selva primigenia pierde enormes cantidades de superficie debido a la actividad humana. Según el informe, cinco años después de la «Declaración de Nueva York sobre los Bosques» en la que gobiernos, empresas y comunidades indígenas se comprometían a acabar con las pérdidas de bosque en 2030, no se han tomado medidas serias para evitar la alarmante regresión de la jungla. Por el contrario, la desaparición del entorno original avanza con total descontrol, especialmente en aquellos lugares donde se elimina la vegetación para desarrollar monocultivos, infraestructuras mineras o pastos con los que cebar a los mal llamados animales de consumo.
La industria extractiva, las empresas ganaderas, negocios siniestros que sacan rédito de la deforestación: coltan, cobre, palma, pastos, materias primas arrancadas a la tierra dañada y que servirán para mantener nuestro acomodado modo de vida. Un modo de vida insaciable que se basa en el consumo desaforado de unos recursos que son limitados.
Ha sido la destrucción medioambiental la que ha provocado la aparición de la actual pandemia de Covid 19 y otras muchas enfermedades al ponernos en contacto con virus, bacterias o protozoos que causan la muerte de millones de personas cada año. De hecho, ya en 2007, un grupo de científicos proponía el término “Antropoceno panepidémico” para referirse a enfermedades infecciosas causadas por la acción humana, y sugería la formación específica de los futuros médicos en esta nueva disciplina ante la posibilidad, -ahora certeza-, de que cada vez surgirían pandemias más graves debidas a la absoluta falta de empatía, incluso de sentido común, en cuanto a las relaciones que mantenemos con los demás y con el medio, y que llevó a la calificación de esta época como “la civilización de la basura” por parte del naturista Félix Rodríguez de la Fuente en los años 70.
Y entre esos recursos que no dejamos de despilfarrar, la naturaleza que no dejamos de aniquilar y nosotras, se encuentran las demás especies animales. A algunas las usamos directamente y a otras, las ignoramos; pero todas ellas, sin excepción, son despreciadas como meros objetos que se dividen en dos categorías: las que explotamos porque nos reportan algún beneficio, y las que no tenemos en cuenta a no ser que nos molesten y decidamos masacrar, siempre considerando al medio como una tienda gratis inagotable. Ante los datos irrefutables que muestran, sin lugar a dudas, que el daño medioambiental de nuestra civilización tecnoindustrial al final se acaba volviendo contra nosotras, la respuesta ha sido de tipo conservacionista y a la vez egoísta, pues trata de proteger el medio y a sus habitantes solo porque no hacerlo nos perjudica, sin tener en cuenta que esa visión utilitarista y antropocéntrica es la que nos ha traído a esta situación nefasta. Esa misma ciencia que ha evidenciado el carácter protector de la naturaleza y de la biodiversidad, es la misma que ha puesto de manifiesto la complejidad fisiológica y social de los demás animales, de manera que se desarrolla el concepto de Derechos Animales análogo al de los Derechos Humanos.
Desde esta perspectiva se propone que los demás animales sean considerados como personas no humanas, algo ya aceptado para algunos grupos como cetáceos y primates, pero que se extiende a las demás especies a medida que sabemos que su organización social y sus capacidades cognitivas son mucho más complicadas de lo que imaginábamos y, por tanto, lo correcto es aplicarles el principio de igualdad. Esta es una visión solidaria que se opone al tradicional planteamiento de conservación y protección de ciertas especies teniendo en cuenta solo la utilidad que puedan tener para el ser humano. Debemos dejar de usar a los demás, no porque nos perjudique, sino porque es lo correcto; sería fácil (y real hasta cierto punto) decir que en un mundo vegano no estaríamos ante esta pandemia, ni habrían aparecido el VIH o el MERS, pero esta solo es una consecuencia más de la explotación que el ser humano ejerce sobre los demás animales, de la visión discriminatoria que arbitrariamente decide que carecen de derechos a pesar de la ética y de la ciencia, que solo parece tenerse en cuenta cuando resulta conveniente.
Es necesaria una revisión de la relación que mantenemos con los demás animales y reconocer la consideración que merecen por derecho propio más allá de nuestro interés. Tenemos que cambiar competición y supremacía por solidaridad y apoyo mutuo y tomar ejemplo del comportamiento de los individuos de otras especies en la naturaleza; ellos no hacen más que demostrarnos que son nuestros aliados y compañeros de viaje en este pequeño planeta que queremos que siga siendo azul."
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