Cuando seamos capaces de quitarnos la losa que se nos ha caído encima, como por mano del demonio, a ver quién es el guapo que levanta la voz. Porque ya han comprobado, ¿verdad?, que “el invisible” no hace distingos entre las distintas clases sociales que pueblan nuestra existencia. Va a muerte, lo mismo contra quienes manejan billetes a manera de estampitas que contra los desheredados de la fortuna. Y puede ser que esto no sea más que el comienzo de una batalla desigual en la que el único enemigo a batir sea el que se considera dueño y señor de todo un planeta al que pusieron por nombre Tierra.
Pues que en cuestión de muy pocos meses se han puesto patas arriba tal cantidad de conceptos, que los esquemas de vida en los que estábamos instalados se han vuelto del revés colocándonos a merced de las cuerdas, prácticamente groguis, para todo aquello que tenía que ver con el diario de antes. Que no salimos de nuestro asombro, al comprobar que determinados hábitos adquiridos a lo largo del tiempo ya no son tan nuestros porque ahora dependen de una mascarilla o de unos guantes de protección para poder sobrevivir.
“No somos nadie”, dirá el santón. Pero esa resignación no me vale. Y como de toda la vida de dios el buenismo y los buenistas me han repateado a más no poder, digo que en este roto de la era que nos ha tocado vivir algunos se harán más poderosos aún de lo que ya eran. Por eso cuando leo, sobre todo en Twitter, que de ésta saldremos más fortalecidos, que la palabra solidaridad será el pan nuestro de cada día en nuestras relaciones, que por fin seremos hermanos para toda la vida; no puedo sino marcar una media sonrisa en mi demacrada faz y dejarme caer como plomo sobre el sillón del pensar.
Lo siento, amigos. Yo no creo en el noventa y cinco por ciento de los que se autodenominan seres humanos, aunque los profesionales del ramo expongan con un montón de argumentos que el homínido tiene capacidades inexploradas y entre ellas la del perdón absoluto, la del amor incondicional, etcétera, etcétera, etcétera. Volveremos a las andadas, como se ha demostrado, créanme. Después de que este ensayo de guerra biológica amaine, todo se recolocará a manera de un terrorífico puzle para que sigamos escupiéndonos misiles a la cara…
Mientras, en algún lugar de este maltratado astro quién sabe si espera agazapado, en posición de ataque, otro aún más potente “el invisible”.
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