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El segundo tiempo

Nuestra vida es como un partido de fútbol. Los segundos tiempos se nos hacen largos y difíciles
Manuel Montes Cleries
jueves, 3 de septiembre de 2020, 08:18 h (CET)

Estamos celebrando un partido en el que se ponen en juego la salud, la economía y el bienestar de nuestras familias. Es un encuentro al que nunca hubiésemos deseado asistir, pero al que se nos ha convocado en contra de nuestros deseos.

Se trata de la confrontación con el maldito virus que nos ha arrinconado contra las cuerdas y desarmado todo el conjunto de técnica, táctica y habilidades naturales, con las que estábamos conviviendo más o menos bien desde siempre.

El primer tiempo ha sido largo y disputado. No sabíamos cómo jugarle a un enemigo que se infiltraba subrepticiamente y nos mandaba a la caseta (al hospital) o nos quitaba de en medio para siempre.

Los directivos y entrenadores estaban totalmente desorientados. Cambiaban de táctica a cada momento, pero no tenían ni puñetera idea de cómo atajar lo que se nos estaba viniendo encima. Optaron por una táctica conservadora basada en una aguerrida defensiva y tratamiento de los damnificados para recuperarlos para otros encuentros. Los mayores pagaron los platos rotos. Sus cuerpos maltrechos no aguantaban el tirón. A las primeras de cambio caían lesionados de gravedad y muchos de ellos morían. Los espectadores-actores aplaudían desde los balcones y ondeaban banderas con cánticos a propósito. Tres meses de cordura.

Llegamos al descanso con alivio. Habían sido unas etapas terribles, llenas de sufrimientos y de bajas. Las fuerzas se fueron equiparando. Eso dio alas a los más jóvenes, los más inconscientes y los menos expertos. En vez de prepararse para el segundo tiempo, hacer caso a los facultativos para preparar la segunda parte, se dedicaron a vivir alegremente la vida, apiñándose en fiestas y botellones. Pasó lo que tenía que pasar.

La gente volvió del descanso (vacaciones) y se aprestó a jugar el segundo tiempo. El contraataque del virus les cogió de improviso. Cuando se creían que se lo habían cargado, resurgió con más virulencia si cabe. Las cifras se volvieron a disparar. Ahora también caían lesionados los jóvenes.
Presentamos las peores cifras de Europa.

El segundo tiempo va a ser largo. Quizás precisemos de una prorroga hasta que definitivamente se ponga en marcha la vacunación masiva de la población. Todo depende de la eficacia y prontitud de los laboratorios que están trabajando febrilmente en su logro.

¿Qué nos queda que hacer? Seguir jugando en nuestro campo. A la defensiva. Obedeciendo las recomendaciones sanitarias. Dejando las fiestas y las celebraciones hasta una mejor ocasión. Adaptándonos a la “Nueva Normalidad” que se va a quedar con nosotros bastante tiempo. Y mucha “agua” y “ajo”. Los mayores, como siempre, intentaremos dar ejemplo de cordura y serenidad. Menos aplausos y más disciplina. Creo que somos capaces. Cuando nos lo proponemos somos buena gente. 

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Antes de todo, el mundo quiere paz, no guerra en los diferentes estilos o formas. No solamente con balas se mata. Esto que me atrevo a escribir para el mundo es por el bien de los pueblos. Desde hace más de cuatro décadas me he preguntado acerca de la inconformidad de la gran mayoría de medios de comunicación social y de ciertos “políticos”, ¿por qué no están de acuerdo con la administración de gobierno que esté de turno?

Mientras esperamos los aranceles exteriores del emperador, hablemos de los aranceles interiores que nos golpean sádicamente. Como cuando la vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, justifica que la nueva tributación a la gente que cobra el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) es para “acompasar la fiscalidad”.

Según una encuesta del CIS, la buena educación, la tolerancia y el respeto hacia los demás son los valores que los españoles consideran más importantes a la hora de educar a sus hijos. Visto de otro modo: para la mayor parte de la sociedad, la falta de tolerancia y de respeto hacia los demás es algo criticable.

 
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