Acostumbro a despertarme con las noticias emitidas por las distintas cadenas de radio. Esta mañana he terminado totalmente deprimido. Se unen la economía, la salud, la política y la mala leche generalizada.
Lo último que he escuchado es que nos encontramos con las dificultades sanitarias de primeros de mayo pasado y la economía propia de los primeros años de la posguerra. Todo un panorama.
Como no tengo, ni puedo, hacer otra cosa, me he puesto a elucubrar sobre una posible solución al tema. Creo que si en la primera oleada nos fue bien el confinamiento total del país y conseguimos reducir el contagio en un par de meses, no nos vendría nada mal volver a la situación de marzo. La economía se resentirá un poco más, pero por lo menos salvaremos la salud. Lo que no se puede es seguir con la situación actual que nos lleva a un futuro bastante incierto. O carne o pescado.
Hemos demostrado suficientemente que no nos pueden dejar en completa libertad sin que se resienta la disciplina. En el momento en que se nos han soltado las riendas, hemos sobrepasado extraordinaria y peligrosamente los límites establecidos por las autoridades. Consecuencias: pasos atrás y vuelta a la hospitalización masiva y los fallecimientos por docenas. Especialmente de los que padecemos una situación de riesgo.
En mi familia hemos optado por el autoconfinamiento. Volveremos a caminar por los pasillos y a llamar a nuestros nietos a final del día para interesarnos por su salud. Volveremos a rezar por nuestros hijos y nietos que salen cada día a vivir la aventura de enfrentarse a la posibilidad de “pescar” el maldito bicho en cualquier momento. Ya han pasado por ese trance más de media docena de ellos.
Mi decisión ha sido presentada ante los habitantes de mi domicilio y aceptada por unanimidad. Nos volvemos a confinar totalmente. Esta vez sin aplausos, cancioncitas ni zarandajas. Está claro que no nos pueden dejar solos.
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