La vida es tan breve y pasajera que en realidad es una pizca de la existencia planetaria y casi nada en el Universo, por ello, para poder aproximarnos un poco más a todo lo que nos rodea, inclusive, a nosotros mismos, tenemos que echar mano de vías como la escritura.
Escribir trasciende con mucho la actividad funcional para transmitir mensajes.
Esto lo sabe quién se da la oportunidad de andar en los laberintos de las letras, de hallar recompensa en ello y de encontrarse –quizá reencontrarse-, consigo mismo.
La escritura es una vía de experimentación en sí misma que implica trabajo arduo, tiempo y convicción.
Encontrar nuevos atajos, echar mano de recursos no usados, penetrar en significados que nos eran desconocidos, regocijarse, desfragmentarse y crear algo bello es parte de ese cuarto de maquinaria literaria que está al alcance de todos, pero sólo algunos ingresan ahí porque implica cierto esfuerzo, vocación y sensibilidad.
Escribir es leer, viajar, quedarse en casa, conversar, gritar, comer, tener, no tener, es abundancia. Escribir es nada y lo es todo.
Escribir es producto de nuestros dos cerebros, del que ubicamos en la cabeza, y de aquél que cada vez más se conoce como el segundo, conformado por una compleja red de millones de neuronas en nuestra región intestinal.
Quizá por eso de manera intuitiva muchos hemos experimentado escribir con las entrañas. Escribir es meditar, viajar al profundo silencio, ver el acantilado del vacío e intuir la profundidad de la existencia y del ser.
Escribir es colocarse en situaciones no vividas, recrearlas, generar una especie de laboratorio y volver para dar cuenta de lo ahí encontrado.
En efecto, escribir es como un laboratorio a través del cual las personas podemos rehacer en nuestro interior situaciones y condiciones que de otra manera tal vez nos estén negadas, prohibidas o por su naturaleza sean inalcanzables.
Escribir es terreno fértil para la exposición, el debate, la argumentación y para aceptar la ignorancia en todas sus dimensiones.
Escribir es una extensión para acariciar la mejilla lejana, tocar el ser inmaterial, traer con nosotros al desprotegido, hablar de tú a tú con las estrellas.
En síntesis, escribir es experimentar y es autopista del saber que trasciende con mucho al conocimiento y al aprendizaje.
Todo eso y mucho más hacen del escribir un arte y vena de la vida.
Te dejo unas líneas de mi poema “Egoísmo y Catarsis”, el cual puedes leer íntegramente aquí: bit.ly/3cIyWAs
“Costumbre mía de escribir sobre cualquier cosa, adicción de exponerse al escrutinio público, posar ante el ojo justo que señala mi analfabetismo poético, pero ¿qué puedo hacer si soy egoísta? escribo para mí y mis demonios, escribo tratando de curar mis penas, intento calmar el ansia por trotar; afán que deberé descifrar si quiero paz, trato hallar la libertad, aunque este hábito convirtióse en bendita esclavitud”.
Nos vemos en mi próxima entrega. Hasta entonces.
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