Después de décadas imaginando en la pantalla apocalipsis víricos; territorios confinados donde los que se contagian se convierten en zombis voraces; epidemias de sed vampírica; infecciones cósmicas, cósmicas y sexuales, sexuales y mutantes, mutantes y añádase la variable deseada... el festival de Sitges se planta en 2020 en plena pandemia de covid. Contengamos la respiración.
Este año, los enmascarillados no están tanto en las películas como en las salas de cine o en las colas previas a la entrada, y el enemigo invisible carece de efectos especiales para ser sugerido</b>, basta con inspirar a fondo cerca de cualquier rostro ajeno u oír estornudar a alguien para experimentar nuevos matices del terror cotidiano. Quizás hasta fantaseemos con que la mítica Zombie Walk de todos los años no sea una puesta en escena de maquillaje y prótesis, sino la consecuencia última de un agente infeccioso mutado fuera de control. Para evitar, además de aglomeraciones insalubres, elucubraciones inquietantes, en esta edición no habrá Zombie Walk.
El cine fantástico y su papel están invitados este año a la autoreflexión más que nunca. Durante el confinamiento, hubo quien eligió revisitar films como Contagio (Steven Soderbergh) o 28 días después (Danny Boyle), y quien prefirió dejar a un lado las películas víricas, pero creo que en el imaginario común, muchas y muchos nos preguntamos si eran acertadas esas ficciones con las que exorcizábamos nuestros miedos para escenarios del desastre que nunca creíamos que terminarían por suceder en Occidente.
La llegada a nuestras vidas de elementos, campos semánticos y estéticas que teníamos codificadas en (y a salvo en) la imagen, ha creado una divergencia esencial entre las dos experiencias de una pandemia y sus narrativas: la que habíamos tenido como espectadores y la que tenemos como ciudadanos con cuerpos vulnerables. Nunca más podrán hablarnos fílmicamente de virus sin que comparemos la sensación que nos transmite una película con la que conocemos de primera mano. Y eso deja una pregunta en el aire: <b>¿cómo se adaptará el cine fantástico a las profundas transformaciones que estamos viviendo, a esta especie de meta-narrativa ubicada en lo real? </b>
La realidad se infiltra en el cine y el cine se infiltra en la realidad, solo hay que echar un vistazo a nuestro pasado reciente para darnos cuenta. Los grandes acontecimientos que han transformado nuestras vidas (práctica y simbólicamente) de manera irreversible han dado lugar a nuevas formas de narrar. Tras los atentados del 11-S, el cine de acción (véase la saga James Bond como paradigma), adquirió un realismo y una dureza que hasta entonces le eran ajenas; el cine de superhéroes, por su parte (Batman, entre otros), dejó atrás las representaciones más literales del cómic, como en el film de Tim Burton, para adentrarse en las de (súper)héroes torturados, habitantes de sombrías atmósferas donde la sangre no tenía ya sabor de sirope ni los cuerpos quedaban indemnes ante los derechazos del enemigo.
Los universos fantásticos se han transformado en estas dos primeras décadas del siglo XXI igual que nuestra manera de consumirlos: la oferta es cada vez más amplia y parte de nuestra tarea es elegir qué ver. Vemos menos películas y más series y nos hemos acostumbrado a los cliffhangers de cierre de episodio que nos dejan con la adrenalina por las nubes, con hambre de más.
La ficción, sus imaginarios y sus dinámicas de consumo también permean en la realidad y en su imágenes. ¿Cómo han reverberado las ficciones contemporáneas en la narrativa documental de telediarios y programas de actualidad? La pandemia, además de la noticia inagotable, es una gran historia, con sus capítulos (el confinamiento, la nueva "normalidad", la segunda ola, la vacuna) y sus cliffhangers: ¿Volverán a confinarnos? ¿Cuándo llegará la cura? ¿Será segura? ¿O los intereses farmacéuticos se antepondrán a la salud de las personas? Cada vez tenemos más medios de información donde documentarnos y parte de nuestra tarea es elegir qué ver o qué leer. Vivimos en la sobreestimulación visual y cognitiva, sin que esté muy claro a dónde nos lleva la avalancha de productos audiovisuales, ficticios, reales o, los más comunes, híbridos entre ambos. Como decían los personajes de la visionaria serie de ciencia ficción de HBO Years and years, los nacidos a finales del siglo XX, nacieron en una época de calma, en un momento histórico de pausa, casi una anomalía, pero eso, simplemente, se acabó.
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