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¿Cuál fue la palabra?

​La razón y los tan cacareados datos no lo abarcan todo; las incógnitas adquieren proporciones inalcanzables en una inmensidad inquietante
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 18 de diciembre de 2020, 12:29 h (CET)

La manida frase referida a la tergiversación de las palabras, no pasaría de ligero comentario, si no entrañara los diferentes amaños que practicamos con sus significados. Al hablar de sus significados, ya penetramos en el ámbito de las ideas, premonitorio de las elaboraciones mentales, con sus repercusiones prácticas de indudables consecuencias. En las relaciones habituales DESCUIDAMOS ese ensamblaje de las tramas cerebrales personales, con las maneras de expresarnos y las actuaciones consiguientes. Pudiera parecer una transgresión banal, aunque experimentamos sus desvaríos con una ligereza preocupante a pesar de producirse a la vista de todos.

Estos descuidos se ponen especialmente de manifiesto en determinadas ocasiones vitales, suelen descentrarnos de la auténtica realidad en la cual estamos inmersos. De entre todos los habitantes apenas representamos un apartado infinitesimal; con dotaciones propias, pero entre los muchos coetáneos. Si miramos al cosmos, la pequeñez estremece. En general, la poquedad contrasta con las ínfulas manifestadas. Adquiere resonancia la recuperación de la denominada HUMILDAD como punto de partida conveniente. Salirnos de sus vías nos saca de quicio en todos los sentidos. Es una de las palabras cruciales para afrontar el reto existencial sin alharacas injustificadas, con un mínimo de realismo.

No damos abasto, siempre estamos en trance de enfrentarnos a circunstancias desconocidas; la vida es azarosa en sus múltiples facetas. Aunque las apariencias nos rodean con expertos para cualquier asunto, es suficiente con palpar la realidad circundante para detectar las carencias; estamos cercados por los enigmas. El vértigo que nos arrastra debiera centrarnos a fondo en la actitud de APRENDIZAJE. Esa otra palabra indispensable para mantenernos despiertos; en contra de la fatuidad y el orgullo, estancados en sus posiciones. Las expectativas son incesantes, requieren atención continuada. A pesar de la renovación constante de sus matices, son aproximaciones que nunca llegarán a completarse.

Influidos sin duda por la ley del mínimo esfuerzo, acogidos a los inmensos adelantos conseguidos, así como a la actitud paternalista de los progenitores y de los gobiernos; la comodidad repercute de manera directa en contra de los esfuerzos propios para el logro de beneficios. Respondemos con un predominio de las reivindicaciones sobre las aportaciones; las soluciones parece que tengan que venir de fuera. En esto hemos de introducir la cuña de la LABORIOSIDAD bien orientada, para perseguir los empeños deseados. Tanto en la preparación como en las prácticas posteriores es de una importancia radical; topando siempre con los subterfugios que nunca faltan como escapatorias.

La rutina, sobre todo si va asociada a la indolencia, nos aboca a intervenciones propias de autómatas. La impetuosidad de las emociones también complica la manera de tomar decisiones. Y la escasa preparación o la ignorancia, nos privan de argumentos que pueden ser decisivos. Son tendencias conducentes a la anulación progresiva del protagonismo de cada persona. Tienden a sumarse todas, por aquello de la comodidad. Nuestra presencia exige la participación del PENSAMIENTO activo, asumiendo el esfuerzo y la dificultad de las buenas prácticas. Es un término postergado en numerosas ocasiones a pesar de su imperiosa necesidad. Su ausencia provoca la degradación de las actuaciones.

En los momentos actuales, todo apunta a un deslumbramiento nefasto. El exceso de luces no deja vislumbrar las necesidades reales. Con la pulsación de una sola tecla disponemos de los incontables matices de cualquier asunto. Sin embargo, eso no implica un conocimiento eficaz. Evidenciamos una notoria falta de comprensión de la persona, del universo social, de los trajines socio-económicos, del sentido político. Caemos en todas las contradicciones, para sentirnos en soledad en medio de la turbulencia acompañante. Desaparece así aquella noción de COMUNIÓN generadora de los mínimos comunitarios. El dramatismo de su ausencia es patente, aunque ya desconocemos esos significados.

Ante el desconcierto tan acentuado que soportamos, cabe la postura simple de dejarse llevar por la intranquilidad ambiental sin mayores cuestionamientos. O bien, atrevernos a pensar sobre sus condicionamientos; con ello nos acercamos al manantial de las sucesivas PREGUNTAS. Y esa actitud nos introduce en el problema hacia el compromiso crucial. ¿Cuál es la realidad? ¿Qué pinto yo aquí? ¿Mis percepciones son acertadas? ¿El mundo real es como lo describen? ¿Qué es esto de la sociedad comu nitaria? ¿Tenemos más respuestas que preguntas? La ceremonia de la confusión ha de tener una salida. Y todo apunta al error habitual de las simplezas caprichosas, con silencios cómplices y escasas preguntas.

La razón y los tan cacareados datos no lo abarcan todo; las incógnitas adquieren proporciones inalcanzables en una inmensidad inquietante. Esas dimensiones nos abocan a una indudable diversidad de sentimientos según las características de cada individuo; desde quienes no aprecian señales importantes, hasta los creyentes en la DIVINIDAD. Pero así mismo, con una creencia u otra, las maneras de aplicarlas en la vida cotidiana son también diferentes, tantas como personas hay. Son terrenos resbaladizos en el trato de asuntos limítrofes con la capacidad del entendimiento. Con supercherías o con buenas maneras, se trata de factores presentes en la mentalidad de todas las épocas.

Los sentimientos y las emociones ejercen con notables oscilaciones, no obstante, son esenciales y en sus estratos culminantes representan funciones básicas para mantenerse ilusionado. De hecho ocurre con el AMOR, del cual existen toda clase de referencias; incluso las más abyectas no faltan, seguidas de las rutinarias e irrelevantes. Sin embargo, en las pequeñas acciones diarias, en los grandes proyectos deseadas, y no digamos en las esferas de mayor intimidad. Su aportación modela la calidad de las relaciones, completando el sentido de la gratificación personal. Su sola palabra evoca una lluvia de matices sin comparación posible con las demás actitudes, perfila el tipo de conductas.

El remolino de las palabras nos coloca en trance de logros estupendos. Disponemos del resorte personal, reforzado o no por la sociedad, para prestar atención a sus aportaciones. Desoirlas es un aplatanamiento rancio de carácter degradante. Como contraprestación, podemos imbuirnos de sus posibilidades. Para ello, la razón, la sensibilidad y el resto de cualidades humanas son piezas fundamentales. Puestos ante sus reverberaciones se realza el valor de la COHERENCIA, para la lección del propio camino avizorando las mejores metas.

Las evasivas tan popularizadas sólo conducen a la aridez ambiental, a la crispación y en definitiva, a experiencias frustrantes de difícil arreglo. El reto apuntado es permanente, nuestras carencias impiden su resolución radical.

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