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Las dificultades afrontadas cada día son obvias y de todo género, nos sacuden desde los sectores más diversos con infinidad de matices. Su reparto tampoco resulta equilibrado, la intensidad de los obstáculos se distribuye en la variedad más absoluta; con el añadido de las variadas capacidades de cada individuo para percibirlos y enfrentarse a ellos.
Cuestiones de toda índole: religiosa, política, deportiva, académica, pueden conducir al individuo al fanatismo. ¿Pero es en realidad así, o existe en el ser humano cierta tendencia al apasionamiento exagerado, a la intolerancia, la necedad y negación de la razón y del razonamiento?
Los contrastes nos ocupan, forman parte intrínseca de nuestros quehaceres, en privado o en público; desde el tuétano de lo más íntimo a los enrevesados intríngulis mundanos. La noche o la luz diurna, el calor o la frialdad, se identifican con meridiana claridad; pero las apariencias también pregonan sus facultades de hacernos ver lo que no es y ciertas presencias a la vez.
¡Qué difícil es posicionarse con sentido! Pero la renuncia es destructora, aniquiladora, de la mínima condición personal. Reducirlo todo a un exclusivo cuerpo biológico no resuelve el dilema. Las palabras son insuficientes, tenemos serios problemas a la hora de concretar qué es la presencia personal, su singularidad y atributos. Su esencia relevante es la SINGULARIDAD, nadie suplanta sus ejes.
Debatir, debaten todos. Candidatos políticos, periodistas de espectáculos, periodistas culturales y políticos; científicos en tanto les es imprescindible verificar resultados y métodos mediante la comparación con otros colegas sobre análogas u otras investigaciones; abogados, legisladores y juristas acerca de la ley; profesores y alumnos, literatos sobre su obra y la de los otros; críticos, artistas, trabajadores.
Dice le diccionario de la lengua que se cae en una incongruencia “cuando se produce una falta total de coherencia entre varias ideas, palabras, acciones o cosas”. Sigue diciendo que una persona es coherente “cuando actúa en consecuencia con sus ideas o lo que expresa”. Es decir que existe una correlación entre lo que se piensa, se dice y se hace.
El hecho de comportarse en la vida es como mínimo trabajoso. En pocas ocasiones podemos hablar de un acoplamiento plácido sin sorpresas relevantes ni altibajos sonados. En el transcurso del tiempo le sobrevienen numerosas vicisitudes a cualquier ciudadano. Esa confrontación del potencial individual con los retos sucesivos es exigente, con frecuencia supera con creces las posibilidades de una persona en concreto.
No lo tenemos fácil, no. La práctica nos confunde los conceptos. La perspicacia genial de Goya nos recalcaba, los sueños de la razón producen monstruos; y en efecto, los desatinos son polifacéticos y abrumadores. En ese sentido insistía también la frase de Cervantes, la razón de la sinrazón enflaquece la razón. La huella quijotesca es muy elocuente.
Si pensamos en el mundo social en el que estamos inmersos, la audacia adquiere más protagonismo. Y esta actitud vital tiene que ir acompañada de prudencia y coherencia en lo que se hace y dice, pero sin perder la firmeza y la energía. Una persona audaz es la que emprende acciones poco comunes,sin tener miedo a las dificultades y el riesgo que suponen. No tiene nada que ver con la temeridad.
En los momentos actuales, todo apunta a un deslumbramiento nefasto. El exceso de luces no deja vislumbrar las necesidades reales. Con la pulsación de una sola tecla disponemos de los incontables matices de cualquier asunto.
La pragmática en el campo de la filosofía es una teoría filosófica en la que la verdad depende de la consideración de sus efectos prácticos. Y no es cierto, por ejemplo, que la verdad de una doctrina moral esté en función de la práctica existente cotidianamente. Además, las consecuencias prácticas de los actos son muy variables y son relativas en muchos casos.
En esa lasitud de dejarse llevar asienta una de las actitudes cómodas de la vida, si acompañan unas mínimas condiciones para justificarlas. Digamos que ese sería un grado de INDOLENCIA aceptado, una vez cubiertas las necesidades elementales.
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