No lo tenemos fácil, no. La práctica nos confunde los conceptos. La perspicacia genial de Goya nos recalcaba, los sueños de la razón producen monstruos; y en efecto, los desatinos son polifacéticos y abrumadores. En ese sentido insistía también la frase de Cervantes, la razón de la sinrazón enflaquece la razón. La huella quijotesca es muy elocuente. Si oteamos en el diccionario de la RAE, en el mismo vocablo nos coloca eso de diferenciar y el dar trato de inferioridad. Así orientados, los ciudadanos hemos de apañarnos en busca de rumbos satisfactorios. En especial, porque las REPERCUSIONES de esos apaños se hacen notar sobre las actividades cotidianas. Ejercemos ese protagonismo incluso sin pensar en él.
Convencidos o no por la primera impresión, eso depende de muchos factores; solemos parapetarnos en esa percepción sin parar mientes en otras posibilidades. Más todavía, cuando laboramos en el intento de profundizar en los conocimientos, nos entra el engreimiento y creemos conocer a fondo los asuntos tratados. Nos desenvolvemos en esa especie de presunción de un sabelotodo tontorrón. El desliz acentúa su desfachatez, porque todos sabemos de la enorme extensión de lo desconocido. En la actualidad subyace un enorme caudal modelador forjado a base de antecedentes, conexiones y proyectos. La PESQUISA se complica, es una invitación permanente y una cura de humildad a la cual apenas le prestamos atención.
Se comprenden los extravíos intempestivos que nos dejan descolocados, sometidos al oleaje de incesantes variaciones. La inexistencia de una brújula certera imposibilita la seguridad de los rumbos. Centrados en la avalancha de estímulos externos, ni siquiera pensamos en los recursos interiores. Si escarbamos a fondo en las interioridades, dejamos de prestar atención a cuanto nos circunda. Mientras se suceden las actitudes emergentes con influencias de ambas procedencias. La polarización resulta anacrónica en esa complejidad constitutiva, nos urge delimitar las características de los estímulos participantes. Necesitamos de ese DISCERNIMIENTO como instrumento primordial; sin él, la cojera funcional conducirá a órbitas extrañas.
Pero ya me dirán, qué hacemos con la incertidumbre en su desgaste continuo de los cimientos. Porque no sólo es cuestión de coraje decisorio, a la salida de una duda solemos encontrarnos con nuevos planteamientos indecisos. Se dice pronto eso de la libertad, aunque se menciona poco la recua de consecuencias derivadas de su ejercicio. Lo queramos entender o no, estamos involucrados a tope en el enigma de las VALORACIONES. Estamos ceñidos a dependencias y obligaciones complejas, no lo son menos las querencias subjetivas, siempre contando con las ignorancias latentes disfrazadas de apariencias. El buen calibrador de las múltiples vivencias no tiene la vida resuelta, no pasa de ser un aventurero aguerrido.
Al tratar de aclararnos tropezamos con dificultades previsibles o insospechadas. Además del esfuerzo requerido para el aumento de los conocimientos, las circunstancias se presentan con una renovación incesante; aunque se repitan los mismos patrones de conducta, suelen acompañarse de matices insólitos. La actitud indagadora nos aboca a la elección de una opción determinada; con esta decisión descartamos otras posibilidades, con el riesgo de centrarnos preferentemente en los descartes. Esa tendencia nos introduce en el perfil DISCRIMINATIVO, dedicado al rechazo como impulso predominante, se trate de cosas, personas o ideas; aparcando el interés por las acciones de talante constructivo.
En el caso de persistir en este desliz desdeñoso, la correspondiente valoración de las acciones emprendidas pasará a depender del efecto producido. En un doble sentido. Por las secuelas provocadas en los sufridores afectados por ese desprecio; y por la configuración de un talante social enrarecido. El POTENCIAL de esa discriminación puede ser intrascendente, pero se agranda y se agrava a la vez en la medida de su repercusión sobre determinados recursos naturales (Energía, alimentarios…), deteriorando las costumbres o provocando actitudes xenófobas, sectarias, de alcance incluso delictivo y en todo caso degradantes. Esa gradación definirá los matices de la convivencia.
La certeza aparenta estar fijada sobre bases consistentes, pero su falta de asiento es patente con frecuencia. De la certeza a la inseguridad va un trecho indeterminado, el fiel de esa balanza es antojadizo. Mientras unas mínimas oscilaciones alteran su posición con importantes cambios, no siempre se consigue inclinarlo. Desde esas características deriva la dificultad para pronunciarse ante una disyuntiva concreta, en especial si coincide con una premura de tiempo o plantea consecuencias amenazantes. Los EQUÍVOCOS brotan ante cualquier evento, es preciso contar con su aparición. Buscando explicaciones se destapan argumentaciones grotescas, hasta justificadoras de los injustificable.
Las elucubraciones suben de tono hasta la prepotencia, aparentemente ingrávidas, pero arrastran consigo a las personas hasta extremos inverosímiles. Nos enfrascamos en auténticos entramados babélicos, donde el parloteo, incluso vociferante, se impone; sin que nadie intente siquiera un tímido enlace comprensivo con los acompañantes. La ambición escogida actúa en la dirección penosa de incrementar los obstáculos en esas relaciones. Nos adaptamos, echando mano de cualquier artilugio para establecer FRONTERAS discriminativas, superponiendo a las diferencias ese nuevo carácter distanciador. Se pierde progresivamente el interés por el discernimiento creativo y sensato.
Las relampagueantes imágenes e informaciones nos alcanzan con una rapidez inusitada, no favorecen la comprensión adecuada de los acontecimientos ni de las conductas llevadas a cabo; son excesivos detalles simultáneos. Si no recurrimos a la mencionada sensatez para la aplicación de las cualidades disponibles, de qué vida estaremos hablando; se tratará más bien de una experiencia rutinaria sin atributos personales. Despreciando el esfuerzo por aclararnos las ideas, asistiremos a la disgregación de lo que pudiéramos entender como sociedad. Esa supuesta comunidad, cuando le faltan los conceptos básicos se desintegra hasta la PERVERSIÓN del entramado comunitario y del protagonismo de cada sujeto.
Comprobamos la inexistencia de la igualdad en cada nueva observación. En el campo de las ideas es notoria esa pluralidad, corre pareja con la de los planteamientos prácticos. Si nos limitamos a la simple contemplación, sin inmiscuirnos como elementos involucrados y participativos; no seremos ni espectadores, porque no trabajamos de cara a la comprensión de los fenómenos. Nos configuramos como NULIDADES, quién sabe si frustradas o satisfechas.
Concretando lo que podemos conocer nos describimos a nosotros; pasamos a ser entes DECISORIOS y por tanto con cierta responsabilidad. Con las actitudes personales y las colaboraciones pertinentes, también con las contradicciones; accedemos a la fascinante aventura existencial y la ambición superadora de la mediocridad.
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