Dice le diccionario de la lengua que se cae en una incongruencia “cuando se produce una falta total de coherencia entre varias ideas, palabras, acciones o cosas”. Sigue diciendo que una persona es coherente “cuando actúa en consecuencia con sus ideas o lo que expresa”. Es decir que existe una correlación entre lo que se piensa, se dice y se hace.
Cuando nos asomamos a un telediario o asistimos a un mitin o una conferencia nos sentimos interpelados por aquello que se dice. Pero inmediatamente surge en nosotros la duda sobre si realmente lo expuesto tiene visos de pasar a la realidad. Recuerdo a políticos que han defendido sus pensamientos y palabras con sus hechos. Me viene a la memoria Julio Anguita, un maestro y alcalde andaluz que se significó por su coherencia. Como a tantos otros esa congruencia en su forma de ser, le impidió seguir escalando puestos políticos, pero le permitió vivir con la satisfacción de no haber engañado a nadie. Estamos hartos de programas y promesas que no se cumplen. De acuerdos contranatura y de ventas fraternales por un plato de lentejas. (Léase “continuar en la poltrona”). Nos encontramos en fechas electorales en las que las falsas promesas se multiplican. Los discursos se llenan de palabras en las que no se cree… ni se sueña cumplir. Lo importante es regalar los oídos y salir en la foto. Cuando a alguno se le pregunta por una situación palpable, en la que se han visto involucrados, aquellos que se comprometieron a ser incorruptibles y ser intachables en su gestión, la contestación se basa en el “tú más” y en “los problemas heredados de anteriores legislaturas”. Me produce bochorno la cantidad de trapos sucios y de actitudes inaceptables que salen a la luz cada día. De personas que deberían ser ejemplo para las nuevas generaciones y que se convierten en auténticos depredadores de todo tipo que se juntan la mayoría de las veces para permanecer en el dinero, el poder y el prestigio. Los que intentamos ser coherentes con nuestros principios, y los manifestamos, difícilmente apareceremos entre los miembros de las clases dirigentes. Nos conformaremos con ser los “curritos” que perdemos unas elecciones tras otras. Tan solo nos queda la convicción de que no nos van a poner colorados al pillarnos en un “renuncio”. Algo es algo. Procuramos no ser incongruentes.
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