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La belleza del alma

La belleza que contemplan nuestros ojos se desvanece. La belleza del alma es eterna
Octavi Pereña
martes, 5 de enero de 2021, 14:11 h (CET)

Joan-Enric Vives, arzobispo de Barcelona, en su escrito: Catalonia Sacra: “Todo está aquí, hace un llamamiento a visitar el patrimonio cultural y arquitectónico que posee la Iglesia Católica con el convencimiento de que la belleza es el camino “hacia la verdad, hacia el bien, hacia Dios”. La invitación que el purpurado hace para que nos interesemos por el patrimonio arquitectónico y cultural que posee la Iglesia Católica es porque la belleza contemplada nos lleva a Dios, Se podría decir. “A Dios por la cultura”.

La invitación que hace el clérigo nos viene a decir que sobra la Biblia. Si el ser humano que es pecador e injusto puede convertirse en una persona buena, que puede presentarse ante Dios por el mero hecho de admirar la belleza creada por el hombre, no se necesita a Jesús que es el camino que conduce a Dios (Juan 14: 6).

El templo en Jerusalén fue una maravilla por su belleza y por lo que representaba para el pueblo judío. Albergaba en el lugar santísimo el arca del pacto que simbolizaba la presencia de Dios entre su pueblo. La belleza arquitectónica acompañada del simbolismo espiritual no hizo buenas personas a los sacerdotes que diariamente sacrificaban ovejas que señalaba al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ni a los fieles que asistían en las ceremonias.

Jesús cumpliendo las profecías se presentó en el templo y expulsó del santuario a los que vendían los animales que se necesitaban para los sacrificios y tumbó las mesas de los cambistas que cambiaban la moneda extranjera por la que se utilizaba en el templo. Indignado por lo que vio, dijo: “Escrito está: Mi casa, casa de oración será, mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mateo 21: 13).

Debido a la denuncia que hizo Jesús del comportamiento sacerdotal al permitir que la casa de oración se convirtiese en un mercado en el que se celebraban negocios en el nombre de Dios, lo odiaban a muerte. No pararon hasta que gritaron a Pilato: “Este hombre no merece vivir. Crucifícalo”. El arte no convierte en buenas personas a quienes son árboles malos. La belleza cultural no cambia el corazón de los hombres. A menudo los convierte en asesinos. Recordemos la Inquisición que en el Nombre de Dios cometió asesinatos., hoy se diría genocidios. Lo que los religiosos hicieron con Jesús muestra que la apariencia de belleza esconde una fealdad terrorífica.

Juan el Bautista, el precursor del Mesías, que bautizaba en la orilla del Jordán decía a aquellos que venían a él a bautizarse. “Arrepentíos porque se ha acercado el reino de los cielos” (Mateo 3:2). “Al ver el Bautista que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía. ¡Generación de víboras! ¿Quién os ha enseñado a huir de la ira venidera. Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (vv.7,8).

Jesús al inicio de su ministerio público empezó a predicar. El mismo mensaje que el Bautista: “Arrepentíos porque se ha acercado el reino de los cielos” (Mateo 4:17). A Jesús le encanta la fealdad espiritual porque de ella puede crear la belleza del alma que glorifica al Padre celestial.

El ser humano debido al pecado de Adán ha malmetido la belleza espiritual en que fue creado y la fealdad resultante intenta esconderla con afeites y adornos externos. En las ceremonias religiosas los oficiantes se visten muy ostentosamente. Quienes intentan esconder la fealdad del alma no son la clase de personas que Jesús ha venido a buscar para restituirle la belleza espiritual perdida en el paraíso.


Sea como sea, se intenta esconder la condición de pecador porque avergüenza serlo. Este fue el gran error que cometieron los sacerdotes, fariseos y saduceos. Jesús para mostrarles el gran error que cometían cita la parábola del fariseo y del cobrador de impuestos. El propósito de la parábola es mostrar a estos religiosos que pretendían ser personas de espíritu bello, esta actitud les llevaba a menospreciar a las otras personas por considéralas pecadores menospreciables. No se daban cuenta de la biga que tenían en sus ojos.

Dos hombres suben al templo a orar. Uno fariseo el otro cobrador de impuestos. El fariseo puesto en pie para que todos los presentes pudieran verlo y alabasen su piedad, ora a Dios en estos términos: “Dios te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este cobrador de impuestos, ayuno dos veces a la semana, doy diezmo de todo lo que gano”. La plegaria muestra su supuesta superioridad moral sobre el resto de los mortales. El fariseo presumía de una belleza moral de la que carecía.

“Mas el cobrador de impuestos, estando lejos (se supone en un rincón para no ser visto), no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que golpeaba el pecho, diciendo: Dios, se propicio a mi pecador”.

El fariseo y el cobrador de impuestos invocan al mismo Dios. Lo importante es saber qué es lo que piensa Dios de ellos. Refiriéndose al cobrador de impuestos Jesús dice: “os digo que éste descendió a casa justificado”. Es decir, la fealdad de su alma se había convertido en belleza espiritual porque sus muchos pecados habían sido perdonados por su fe en Jesús. La fe en Jesús no pasa desapercibida a Dios.. Dice de él “El que se humilla será enaltecido”.

Por lo que respecta al fariseo tan orgulloso de su religiosidad, Jesús dice de él: “Cualquiera que se enaltece será humillado”. Decirle a alguien que es un fariseo quiere decir que se le considera un hipócrita. El fariseo de la parábola subió al templo para exhibir su religiosidad. El Señor que conoce la interioridad de su corazón no le da gato por liebre. Salió del templo con la fealdad del alma intensificada debido a pretender engañar a Dios. (Lucas 18: 9-14).

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