Elixir del dios Baco, sagrado para algunas religiones y elemento de integración social, el vino ha formado parte de la cultura y la gastronomía mundial desde tiempos inmemoriales. Así, la bebida más antigua del mundo se ha convertido en protagonista de los momentos más especiales en todo el mundo. El vino ha pasado a ser piedra angular en la sociedad impulsando la inspiración y desarrollo de nuevas actividades para otros sectores además del gastronómico, como el turismo o la industria de la belleza. De hecho, muchos sibaritas y amantes del buen vino (los ya conocidos como wine lovers), no dudan en saber identificar sus diferentes cualidades, su cuerpo, su sabor y sus aromas. Con el fin de brindar experiencias memorables no solo en el paladar, sino también en la memoria, el complejo oleo-turístico y hotel boutique La Boella resume en seis sencillos pasos cómo convertirse en el anfitrión ideal sirviendo al rey de copas de la mejor forma para que luzca sus propiedades en todo su esplendor.
¿Cómo seleccionar el vino? Los vinos deben escogerse en consonancia con los platos del menú, es decir, procurando conseguir un excelente maridaje. Para ello se deben analizar tanto las características de los alimentos como la intensidad, graduación, sabor y aroma del vino. El efecto que debe provocar el maridaje al degustar la comida es el de armonizar su sabor con el recuerdo del vino.
Como norma general, los vinos blancos son buenos aliados para entrantes, pescados ligeros, alimentos cremosos y salsas blancas o ácidas; las carnes rojas y salsas más contundentes combinan muy bien con vinos tintos; los sabores picantes o ahumados casan con tintos profundos; los alimentos salados y quesos maridan a la perfección con vinos espumosos (que equilibran el sabor y la sal) y los postres se compaginan de forma ideal con vinos dulces y espumosos. Al final, el maridaje es una cuestión de gustos con muchas variables y dependerá de la propia experiencia.
Descorchar la botella, todo un arte En este punto es perfectamente aplicable el refrán de “Más vale maña…”, porque no es el uso de la fuerza lo que facilita el descorche, sino la buena técnica. Lo más importante: que el instrumento sea de calidad, procurar que el sacacorchos entre de forma recta y realizar la extracción sin movimientos bruscos (lo que debe girar es el sacacorchos, no la botella). Por último, eliminar restos o impurezas que queden al haber extraído el corcho para disfrutar el vino en toda su esencia.
Decantación y oxigenación Estos dos métodos, que tienen en común el objeto con el que se realiza (el decantador), guardan ciertas diferencias. Decantar (separar las partículas que contiene el vino vertiéndolo poco a poco en otro recipiente) es un proceso requerido especialmente para los caldos que tienen posos, ya sea por la edad o porque son vinos naturales sin filtrar, con el fin de evitar beberlos o verlos en la copa.
La oxigenación se realiza para darle “fuerza” al vino y mejorar sus características. Por ejemplo, este proceso se realiza con vinos que se abren antes de tiempo que deberían estar más años en la botella para que el oxígeno lime ciertas asperezas. Al abrirlos desprenden un olor algo fuerte, lo que indica que necesitan oxígeno (el que no les entró naturalmente y con tiempo en la propia botella). Otra diferencia importante: para la oxigenación el vino se verterá con menos suavidad.
La importancia del cáliz para la bebida de los dioses: el vino siempre en copa Existen muchos tipos de copas y es fundamental escoger una copa acorde al vino. Es más: hay una copa para cada tipo de vino producido con cada tipo de uva. En términos generales, cuanta más potencia, aroma y fuerza tenga un vino, más grande será la copa -tipo balón-, para dejar más espacio y los aromas se expandan. Un ejemplo sería la copa Borgoña. Por el contrario, para un vino más fino y de aroma más sutil, la copa deberá ser más estrecha, tipo Burdeos.
Cada tipo de vino a su óptima temperatura Esta variable debe tener la atención que se merece porque será indispensable para paladear el carácter del vino y apreciar sus cualidades. Así, las temperaturas de servicio recomendadas según el tipo de vino son: de 5 a 8 grados para blancos jóvenes, espumosos, finos y manzanillas; de 8 a 10 para rosados y blancos muy dulces; de 10 a 12 para blancos con crianza, amontillados, olorosos y oportos; de 12 a 14 grados para tintos jóvenes con pocos taninos; de 14 a 16 para tintos con crianza y de 17 a 18 grados para tintos reserva y gran reserva. No obstante, estos estándares variarán en función de las costumbres de cada país y el momento en que se tomen. Lo más importante es que se sirvan a la temperatura correcta y que ésta se mantenga durante todo el servicio.
Guardado en casa como oro en paño
Los anfitriones son los que deben comprobar que los vinos están en óptimas condiciones y van a encargarse de servirlos, siempre antes de cada plato y teniendo en cuenta el tiempo de decantación si es necesario (idealmente, una hora antes). Para su correcta conservación en casa, lo ideal es guardarlos en una nevera de vinos, pero en caso de no disponer de una, pueden seguirse los siguientes principios: mantener los vinos en posición horizontal (que el tapón esté siempre húmedo para que no se contraiga y deje entrar el aire) y la temperatura debe ser estable, entre 8 y 15 grados, alejados del sol y la luz directa. Si se va a servir un vino que requiera otra temperatura, se colocará en la nevera el tiempo necesario. Un utensilio muy práctico es el termómetro para vinos (los de tipo fajín son muy prácticos, ya que permiten detectar la temperatura antes de abrir la botella de vino).
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