En más de una ocasión he expuesto mi idea de que la crisis, no era simplemente
económica. Los goznes venían chirriando desde hacía tiempo y su rechinar era cada vez
más hiriente. Su exasperante sonido era la alarma de lo que se estaba gestando, pero
nadie quiso escucharla. La presión social fue aumentando día a día hasta que la tapadera
de la olla ha saltado por los aires y ha dejado al descubierto toda o una buena parte de
la inmundicia que la misma contiene en su interior. Y aun así, nadie es capaz de tener
un punto de humildad, de honradez, hacer un ejercicio autocrítico, reconocer sus culpas
y tomar las medidas necesarias para corregir las causas que han corroído los cimientos
del pacto democrático que con tanto esfuerzo, voluntad y sacrificio, construimos en el
78. Unos a otros, groseramente, tratan de tapar obscenamente sus propias vergüenzas,
acusándose con el clásico: “y tú más”.
Esta situación pone de manifiesto que la crisis económica no es más que el fruto de la
putrefacción ética y moral que la ha generado durante años.
No es de extrañar por tanto que los españoles estemos hartos de la soberbia de unos y
el sectarismo de otros, muros que les impiden alcanzar los acuerdos que a voces está
reclamando la sociedad.
Sin embargo, si hacemos un balance global de lo logrado en los últimos 40 años, a
pesar de todo lo antedicho, habremos de reconocer, que en todos los sentidos, hemos
progresado notoriamente en estas cuatro décadas. Entonces enfocamos el futuro llenos
de esperanza. Hoy, a pesar de las sombras, gozamos de realidades palpables. No
permitamos que al amparo del rio revuelto, llenen sus redes los pescadores oportunistas
que quieren arrasar con todo.
Aquellos que tienen cuarenta años o menos, habrán escuchado hablar de la transición,
pero lógicamente como no la vivieron, pocos son los que la conocerán más allá de lo que
es un hecho episódico de nuestra vida política y naturalmente, ignorarán la trascendencia
que ha tenido en los últimos 40 años de la vida española. Pienso que no estaría demás
recordar la importancia de aquella trascendental etapa, sobre todo ahora que hay
elementos políticos que: “prometen acabar con el “régimen” de la Transición”.
Denominar “régimen” al proceso constituyente español, es adulterar, desnaturalizar
y desfigurar la verdad; es corromper la realidad. Una realidad que supuso muchos
sacrificios a todos los que en el mismo intervinieron y hay que recordar que el resultado
del proceso se cerró con la aprobación en referéndum de la Constitución española por
Necesidad de un proyecto Nacional César Valdeolmillos Alonso
una abrumadora mayoría que alcanzó nada menos que el 88,54%.
Medios de comunicación afectos a esa izquierda que siempre está a favor de lo que
contribuya a destruir España, han publicado textualmente que “Más de la mitad de las
personas que pueden votar en España no pudo hacerlo en 1978 cuando tuvo lugar el
referéndum constitucional.
Que menos del 40% de la población española que tiene actualmente derecho a voto pudo
participar entonces.
Y que partidos y organizaciones de izquierdas claman por la celebración de un proceso
constituyente”.
Los argumentos no pueden ser más malintencionados, porque si atendemos a los
mismos, en estos momentos, la Constitución de Estados Unidos, que afecta nada menos
que a 316 millones de personas, no la ha votado ninguno de los estadounidenses, ya que
la misma se promulgó en 1788, hace 227 años.
Lo mismo podría decirse de otras muchas constituciones de la mayoría de los países
democráticos. Pero hablemos claro. Existe una parte de la izquierda, que sea como sea
y a costa de lo que sea, aún quiere ganar nuestra triste contienda civil, a pesar de hacer
ya 76 años que la misma terminó; una izquierda que ni vivió ni sufrió los efectos de esa
guerra que enarbolan como pretexto y que utiliza medios tan infames como el intento de
envenenamiento de la conciencia de los españoles, aprovechando cualquier coyuntura
que se les presente, como por ejemplo el descontento generalizado por la corrupción
política, ampliado por el drama sufrido por muchas familias como consecuencia de la
crisis económica.
Sin embargo, las dramáticas circunstancias coyunturales por las que atraviesan muchas
familias españolas, no son motivo para invalidar aquel histórico proceso que ahora
quieren dinamitar. Por eso conviene reivindicar los valores de la Transición que fueron
transcendentales para todos nosotros.
No quiero caer en la exageración de identificar a la Transición con Adolfo Suárez, pero lo
cierto es que pocos historiadores que se hayan acercado rigurosamente a este periodo
han renunciado a considerarle el más relevante protagonista de la misma. Algunos han
llegado a afirmar que la Transición, fue de alguna manera, su obra. Y García de Cortázar
ha dejado escrito que Suárez fue “el verdadero artífice de la transición de una dictadura
extenuada a una democracia entusiasta”.
Son muy pocas las personas que saben que Suárez fue uno de los líderes de Unión del
Pueblo Español, una de las escasas asociaciones políticas salidas del llamado espíritu del
12 de febrero, promovido por la fuerte presión del Rey Juan Carlos, por Arias Navarro, el
último presidente del Gobierno del franquismo y primero de la monarquía juancarlista.
Ante los oscuros nubarrones que ensombrecían en aquellos años nuestro incierto futuro,
Adolfo Suárez supo inyectar una gran dosis de entusiasmo colectivo que surgía del
sabernos todos protagonistas de la historia.
Hoy no sabemos valorar el esfuerzo realizado por el Gobierno centrista y las Cortes
Constituyentes, que en poco más de un año fueron capaces de poner punto y final
a una larga historia de conflictos y guerras civiles. Había llegado el momento de la
reconciliación, el respeto y la tolerancia: Ese fue el compromiso de convivencia y libertad
que los españoles sellamos al aprobar la Constitución de 1978 y que la izquierda radical,
con la colaboración ingenua de algunos e interesada de otros, ahora pretenden destruir.
Necesidad de un proyecto Nacional César Valdeolmillos Alonso
Los españoles habíamos aprendido bien la lección y lo que menos queríamos era
volver a enfrentarnos hermanos contra hermanos, por eso hicimos de la Transición el
más hermoso ejercicio para la tolerancia. Sabíamos que ese era el único medio de que
cerrasen las heridas del pasado, aunque nos quedasen las cicatrices, las huellas que
habrían de recordarnos los errores que jamás deberíamos volver a cometer. ¿De qué
habría de servir preocuparnos por el pasado, cuando estaba en juego nuestro futuro?
El desafío obligado para los españoles en la Transición, era encontrar la forma de vivir
juntos, ser capaces de superar una historia repleta de traumas y frustraciones. La España
de todos y para todos que hoy hay quien quiere destruir, se nos ofrecía entonces como
una España posible. ¡Y la logramos!
Conservémosla. Solo nos falta la persona que al igual que el honorable Tarradellas en
aquellos años, con visión de futuro, con empuje, con firme propósito y entusiasmo, nos
diga: “Hay que buscar, como sea, pero pronto, una ambición, un proyecto nacional que
haga que los españoles recuperen la confianza en el destino del país”.
|