No lo lograron, pero los colonizadores de EE.UU. intentaron extinguir a los indios americanos de verdad. El ejército masacró a cientos de lakotas en un valle de Dakota, Wounded Knee. Mujeres y niños. Por ello, le concedieron la Medalla de Honor, y muchos le han pedido a Biden que se las retire.
A los chumash de Malibú se les castigó por rebelarse contra las misiones españolas. En Sand Creek, Colorado, hubo una masacre de nativos cheyenne. A los cherokee, el ejército les hizo abandonar sus tierras en el Misisipi. Lo llamaron el Sendero de las Lágrimas, por el drama de dejar su tierra. A los powhatan los masacraron los ingleses en Virginia.
Norteamérica no es solo la del sueño americano, las hamburguesas, los Cadillacs, las mujeres pin-up o los raperos con joyas. Esa es la única América que nos cuentan. La de las barbacoas cada domingo. La del hombre con cuernos que asalta el Capitolio. Donde un millonario puede llegar a presidente.
Trump decide ahora qué muros levantar, qué países invadir o cuántos sexos pueden tener los americanos. Elige quién debe vivir en América y quién no. Elige el nombre de los golfos y las montañas.
Pues son los lakota, chumash, cherokee, powhatan y los norteamericanos con sentido los que deberían elegir qué América quieren. El mundo es ancho y no es el patio de juegos de un millonario.
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