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Andalucía ciega

«Curar la enfermedad de Gran Bretaña con el socialismo es como intentar curar la leucemia con sanguijuelas» Margaret Thatcher (Primera Ministra del Reino Unido)
César Valdeolmillos
jueves, 26 de marzo de 2015, 09:18 h (CET)
Con la consulta que se celebró el pasado domingo en Andalucía, se dio el pistoletazo de salida de la larga carrera electoral que se desarrollará este año en España.

La deducción que cabe extraer de estos primeros resultados es que el socialismo, estando al frente del gobierno de la comunidad, no ha sufrido el menor desgaste y prorroga un mandato más su hegemonía en el Sur de España, mientras que el Partido Popular, estando en la oposición y sin que apenas tenga protagonismo parlamentario conocido, se da el gran batacazo.

Curioso y aparentemente inexplicable enigma. En Andalucía, durante casi cuarenta años, se viene produciendo continuadamente la mayor contradicción conocida, en cualquier democracia. Y es que un gobierno progresista provoca el más grave estado de inanición y atraso en su territorio, mientras que su población emite un voto extremadamente conservador. Esta incoherencia se pone de manifiesto en el desenlace de la reciente consulta electoral que demuestra clarísimamente, que las políticas que han convertido a la tierra más rica de España, en la más pobre y atrasada de Europa, es en la que el robo, el fraude, la mentira, el saqueo y el expolio al pueblo andaluz, sale políticamente gratis para quienes lo vienen cometiendo durante muchos años.

Hay ojos para mirar, hay ojos para reír, hay ojos para llorar. Pero ¿Servirán para ver?

Hay ciegos cuya ceguera resulta inexplicable y quizá sea por ello por lo que un partido opositor extraviado, aplica componendas a ciegas para cegueras impenetrables.

La ceguera de Andalucía, no es de nacimiento. Hubo un tiempo, antes de que sobre ella cayese la oscuridad de la ignorancia, en el que brillaron sus mil y una noches de sabiduría.

Dice Antonio Gala que “Andalucía es la gran inventora del arte del dolor y de la sangre. Sangre de sus hijos con la que se han levantado los que hoy nos ridiculizan, se mofan de nuestro hablar y nos desprecian. Sangre de unos hijos, cuyos hijos, se vuelven hoy contra nosotros. Por eso su cultura se basa en su manera de ver cruzar la vida, mientras espera la hora suprema de su tránsito hacia el sueño eterno, como si se hubiese quedado colgada en los cuernos de un toro. Una cultura, que como la manzana de Blancanieves, le impide levantarse y le permite simplemente estar en estado exánime, casi desangrada por las incontables sangrías sufridas; casi ciega; casi muerta.

Andalucía, ensimismada en su sueño milenario, sueña que está ciega. Una ceguera que tras la negritud de un tupido velo, cubre la apariencia de los seres y de las cosas, dejándolos incólumes, como si no existieran.

La ceguera es la inexistencia de toda luz; como estar suspendido en el vacío; como navegar sin rumbo, sin mapas y sin brújula, sin saber dónde está el norte ni el sur. Por ello Andalucía no es consciente de su inmenso potencial de riqueza; sus hijos ignoran su propia capacidad creativa, de innovación, de productividad, la generosa fecundidad de su tierra y su privilegiada situación estratégica. Y es que la ceguera, al devorar la realidad en la que el ciego se encuentra inmerso, genera el miedo a aquello que no se puede ver, te induce a andar muy despacio y a caminar arrastrando los pies. Y así, como caminan los ciegos, es como camina Andalucía, mientras otros pueblos hermanos remontan el vuelo con la fuerza del águila.

Ante la desoladora imagen que nos ofrecen los tiempos sombríos que durante tanto tiempo está viviendo Andalucía sometida a la hegemonía socialista, ¿cabrá alguna esperanza?

En algún momento Andalucía se verá obligada a despertar, abrir los ojos y ver que hay gobiernos que ayudan a los ciegos que les votan para robarles luego y mantenerlos sometidos.

Aparentemente se podría pensar que los andaluces están ciegos. Pero ciego estaría quien así discurriese. Sin pretenderlo y sin referirse específicamente a Andalucía, fue el premio Nobel José Saramago, quien con luminosa clarividencia iluminó su anómala realidad cuando dijo: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos. Ciegos que ven. Ciegos que, viendo, no ven”.

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