Estas últimas semanas, en las que mi casa – me acordé de Mercedes Abad y de su "vecino de abajo" – se transformó en un bazar turco sin alfombras, invadido por los cascotes, serrines y objetos pendientes de destino, propios de cualquier reforma doméstica, mi pequeña biblioteca saltó por los aires rompiendo reglas, órdenes y géneros. Y así, los libros de Juan Marsé se hacinaron con los de Emilio Romero, los de Martin Amis con los de Jorge Luis Borges y los de Javier Marías con los de Paulo Coelho, dejando a un lado a los Alatristes que, espada en mano y pistolón al cinto, buscaban mejores compadres con quienes compartir tertulia, vino y acomodo.
A toda esta barahúnda, he conseguido sobrevivir gracias a ese refugio mágico que es la lectura, más concretamente la lectura de libros policiales. Estos días, mi cabeza, huidiza, cansada, obnubilada, se asemejaba bastante a un balón de fútbol. Un cuero al que le administraban patadas balompédicas cuatro malabaristas de la estilográfica: Francisco García Pavón, que sacaba largo y ajustado; Manuel Vázquez Montalbán, que controlaba el esférico, o sea mi cráneo, el tiempo mínimo para abrir a banda; Andrea Camilleri, que recibía la apertura de Vázquez y, transformado en todo un carrilero ‘azzurro’, corría la línea y centraba al área chica, donde González Ledesma, don Francisco, con disparo raso y taimado, incrustaba la bola en unas mallas imaginarias, sostenidas por un arco tan ficticio o tan real como ellas.
El caso es que tantas veces se repitió este esquema táctico, esta estrategia futbolera, que comencé a columbrar algo distinto a lo que venía haciendo hasta ahora. Y se me ocurrió que podría ser bueno, interesante al menos, pergeñar un somero repaso a las criaturas que pueblan mayormente, o han poblado, la imaginación de los cuatro escritores policiales citados antes: Plinio, alias Manuel González, Pepe Carvalho, Salvo Montalbano y Méndez.
Y ¿por qué mi mente escogió precisamente a estos autores y a sus sabuesos de papel y tinta y no a otros? Lo ignoro. ¿Por qué me refugié en su lectura durante el quilombo de ladrillo y yeso? Tampoco lo sé. Pero lo que sí tenía claro era que yo quería estudiar sus similitudes y diferencias, lo común y lo divergente. Y eso es lo que ustedes, ¿todavía queda alguien ahí?, leerán a continuación si es que deciden acompañarme en mi breve aventura.
El medio geográfico
Lo primero que acudió a mi magín fue que el medio geográfico podría, de hecho lo hace, condicionar el trabajo desarrollado por mis cuatro investigadores, tres públicos (Plinio, Montalbano y Méndez) y uno privado (Carvalho). Así me fijé en que todos desplegaban sus actividades a orillas del mar Mediterráneo. Ya sé que Plinio es manchego, que vive y se ocupa de mantener el orden en Tomelloso, provincia de Ciudad Real, pero a fin de cuentas forma parte de ese pentágono peninsular, llamado, de momento, España, país ribereño del Mare Nostrum, igual que Italia, cuna de Montalbano, residente en la imaginaria población de Vigàta (Sicilia).
Dos de estos sabuesos se mueven en ambientes eminentemente urbanos: Méndez y Carvalho. Ambos en Barcelona, una ciudad que patean bien, que huelen bien, que trajinan bien. Los otros dos, Montalbano y Plinio, viven en lugares más reducidos, territorios eminentemente rurales, donde los asesinatos en casas de campo, huertos o caminos vecinales son frecuentes.
Y como les apuntaba antes, el ámbito geográfico en el que desenvuelven sus pesquisas, las ‘pesquisiciones’ como las llama Plinio, condiciona su modo de actuar y, sobre todo, de razonar. No es lo mismo el criminal de monte que el urbanita, ni los métodos policiales que siguen en uno u otro ámbitos. Parecidos, sí, pero no iguales. Carvalho y Méndez rezuman una sabiduría vital distinta, cansada, desabrida y, sin duda, desilusionada. Plinio y Montalbano, sobre todo el primero de ellos, sostienen filosofares distintos, mucho más tranquilos y conformados. En una palabra, todavía no están de vuelta de todo. En su mundo, cada cosa tiene su tiempo, su paciencia y su desenlace o no. Y se acepta. "Eso tiene que salir un día", le dirá don Lotario, el veterinario, al municipal del sable y éste, sin amago de asombro o desesperación, le responderá: "O no" (‘El Carnaval’).
El amor y el sexo
Aquí hay diversidad, pintoresquismo, gustos diferentes. "Mi novia es puta" afirmará Pepe Carvalho en una de las páginas de ‘El delantero centro fue asesinado al atardecer’, al referirse a Charo, la prostituta barcelonesa de clientela fija con la que mantiene una especial relación sentimental. Una prostituta, por cierto, que no se siente suficientemente correspondida por el detective. Montalbano, por su parte, entretiene sus amores con una tal Livia, que vive en Milán y a la que, como ella misma manifiesta, no ve suficientes veces: "¿El sábado que viene vendrás a verme? ¿No me darás una desagradable sorpresa?" (‘La forma del agua’).
Plinio en esto es punto y aparte. El de Tomelloso es un hombre tradicional, casado con Gregoria. De su matrimonio nació una hija: Alfonsa. Ambas se comportan como dos mujeres que viven pendientes de su marido y padre, respectivamente. "La Gregoria y su hija se empeñaron en ir hasta donde los coches de Madrid para despedir a Manuel"; "Y su hija le compró dos pijamas, prenda que Plinio siempre consideró sospechosa" (‘Las hermanas coloradas’) . Sin embargo, su pase por la vicaría no apagó su apetito carnal y, en más de una ocasión, a Plinio se le escapan lúbricas miradas hacia otras hembras: "Así, de negro, están más buenas todavía, más distintas. Y se adivina mejor ese compás de piernas tan esbelto. A estas jaras les va muy requetebién el cementerio" (‘Las desilusiones de Plinio´). Méndez, por su parte, es el eterno espectador, que añora el pasado, un pasado donde el sexo era mejor, donde él se comía al mundo y a las mujeres: "... y me hice amigo de una mujer de la limpieza a la que sólo le gustaba darle al asunto estando de rodillas en el suelo, ya ves si llevaba en la sangre el espíritu del trabajo. O sea sitios de buen servicio, sitios donde la gente se desvive por ti. Puestos a buscar lujo asiático, hasta te puedes haber ido al hotel Gaudí, donde antes estaban las mujeres de Casa la Emilia. Pero peor para ti si no sabes elegir los sitios que valen la pena" (‘Crónica sentimental en rojo’); "... examinó con ojo crítico las bellezas que se alineaban allí y consiguió lo que deseaba, o sea un descenso total de lo que había sido leve excitación de su miembro. Tenía demasiado trabajo para perder el resto de la tarde con una de las honestas matronas del barrio, que además ya no significaba nada para él, de modo que siguió su camino" (‘Las calles de nuestros padres’).
La gastronomía
Para Carvalho, la gastronomía es oficio, minuciosidad, meticulosidad, artesanía, ‘savoir faire, savoir manger’. Uno de los aditamentos de los libros de Vázquez Montalbán es hablarnos del arte culinario. Sabido es que el barcelonés era un ‘gourmet’ de primera, un entendido en caldos, guisos y otros menesteres radicados en los entornos del fogón. Y su detective salió así, a su imagen y semejanza, con el estómago educado y selectivo. "Pidió unos caracoles de mar para abrir boca. El dueño le ofreció la alternativa de unos entremeses de pescado y mariscos en la que incluiría los caracoles. Después le aconsejó una dorada al horno y Carvalho aceptó porque así podría seguir con el vino blanco y porque el pescado contribuiría a que le bajaran las ojeras y mejorase el estado de su hígado" (‘Los mares del Sur’).
En Tomelloso no andan mancos en cuestiones culinarias. Plinio y don Lotario frecuentan la buñolería de Rocío, donde "era tanta la demanda de churros y buñuelos, que en otros sitios llaman porras, cohombros y tejeringos, que no se daba abasto" (‘El reinado de Witiza’) y el bar: "Y si nos fuésemos al San Fernando" (‘El huésped de la habitación número cinco’). También se merienda bien en los hogares tomelloseros: "Cuando Plinio se había resignado a tomar el jerez solo, Joaquinita volvió con una bandejita de plata cargada de seis u ocho bizcochos. Plinio, sorprendido, la miró, y Joaquinita le sonrió confidencialmente... "Cualquiera diría – pensó Plinio – que esta niña ha adivinado mi deseo" (‘El Carnaval’). Pero cuando salen del pueblo y visitan la capital, también saben defenderse: "Bebían y comían con mucho regocijo, ante la expectación de la parroquia, ya desacostumbrada a ver gente de pueblo en pleno ejercicio" (‘Las hermanas coloradas’).
Méndez es hombre variopinto, de tapa fácil y copa ligera. "La carta del Agut era brillante, pletórica, casi barroca, pero a la hora de la verdad la cocina no podía servir ni la mitad de las cosas señaladas en ella. Méndez se contentó con unas lentejas preparadas en plan regional y un Priorato que merecía honores pontificios" (‘Las calles de nuestros padres’).
Montalbano, por último, es quizá el más comedido en cuestiones culinarias. La gastronomía no ocupa un papel tan importante en las novelas de Camilleri como en las de sus compañeros de oficio. Con un poco de pasta, basta.
Conciencia y justicia
Sin embargo, precisamente Salvo Montalbano es en este campo quien se lleva la palma, quien en numerosas ocasiones actúa como juez y parte. "La idea de Orazio Genco de ir a robar a la casa de Tanino Bracceri recibió la aprobación incondicional del guardián de la ley y el orden señor Comisario Salvo Montalbano" (‘El ensayo general’ del volumen ‘La nochevieja de Montalbano’). Claro que en muchas ocasiones la benevolencia, la complacencia será a cambio de algo, no por la patilla. Una confesión, una delación una confidencia pueden valer la libertad, la "vista gorda".
Méndez también usa de ello y en ocasiones se comporta de modo violento para extraer información de sus ‘confites’. Pero también recurre a la condescendencia con el delincuente. "Lárgate de aquí, Melgares. Haz lo que sea, pero vete de la ciudad. Si mañana estás aquí, te llevo a Comisaría acompañado por una banda de música". Y luego no tendrá reparo alguno para rendir cuentas ante su superior: "¿Pero qué pasa? ¿Aún no ha podido detener a ese tipo? He detenido a su perro" (‘La soledad’ del volumen ‘Méndez’).
Carvalho adopta una postura más contemplativa en su relación entre la justicia y su conciencia. Para el detective, lo importante es entender lo ocurrido. Evidentemente, llevará ante la policía a los culpables, si los encuentra, pero en su camino investigador soslayará muchas piedras del camino.
Plinio observa una actitud parecida a la de Méndez, aunque desde luego mucho más pacífica: "Yo no quisiera denunciar a estas gentes, Manuel – dijo María -. ¿Podrá ser? Ya veremos que se puede hacer. Usted tranquila" (‘Las hermanas coloradas").
Es evidente que, en este terreno, tanto Montalbano, como Plinio y Méndez se encuentran en una situación de franca superioridad con relación a Carvalho. Los primeros representan la investigación reglada, oficial, con el aditamento de la presión constante de la comisaría, el cuartelillo o el juez, mientras que el segundo no es sino un detective privado que, además, no siempre mantiene buen trato con la policía.
Las parejas de baile
Montalbano no tiene "alter ego" y Méndez tampoco usa. Sin embargo, don Lotario y Biscuter son las parejas de baile de Plinio y Pepe Carvalho, respectivamente. En realidad, la figura del ‘alter ego’, ese rol que universalizó Sir Arthr Conan Doyle a través del Dr. Watson, el ayudante de Sherlock Holmes, tiene como finalidad exclusiva brindar al escritor de turno la oportunidad de demostrar que su personaje no está loco, ya que muchas de sus conjeturas, soliloquios, que normalmente efectuaría en voz alta, puede proyectarlas sobre su sombra, quien razona, en ocasiones rebate o, al menos, aporta puntos de vista y opciones distintas, que frecuentemente darán lugar a rápidos desenlaces. En este sentido, la relación entre Plinio y don Lotario es de enorme calado en las novelas de García Pavón. El municipal tomellosero en muchas ocasiones facilita al veterinario, que ostenta condición de ayudante como Watson, información "restringida" para introducirlo en la investigación: "Con el más absoluto de los secretos, de mutuo acuerdo, los tres personajes originariamente sabedores del "asunto doña Carmen" se lo comunicaron al veterinario. Fue condición impuesta por Plinio" (‘El Carnaval’). Biscuter ocupa un lugar más discreto en la vida del detective privado Pepe Carvalho, en un segundo plano incluso: "Hosti, jefe. Me alegro de que se haya dado cuenta de que existo" (‘El delantero centro fue asesinado al atardecer’). Es quizá el suyo un soporte más humano y menos profesional, más de amigo. Faceta ésta, a la que don Lotario, el veterinario de Tomelloso, también se apunta: ""Tampoco, hermano, y gracias a ti. Hay dos clases de personas: las que para aguantar la vida necesitan a alguien. Como yo" "¿Y quién le dice que yo no lo necesito a usted?" "Ya lo sé, Manuel, pero de otro modo. Yo te necesito como todo. Tú me necesitas como mirón que no falla. Tú gozas enseñándome tu razón. Yo, contigo y con tu razón, porque si tu razón fuese otra, de igual modo sería tu pareja"" (‘Las hermanas coloradas’).
Y para concluir, la música
Pues, y con esto acabo, tanto Plinio, como Montalbano o Méndez no disfrutan del arte más abstracto que existe, el que sin duda transporta el espíritu a cotas más elevadas: la música. Al contrario que su ficticio colega nórdico, Wallander, aficionado a la ópera, o Holmes, que rascaba el violín, ellos son sordos. Carvalho, sin embargo, escapa ligeramente de esta sordera. Al menos conoce el tango. Lo afirma en ‘Quinteto de Buenos Aires’: ¿Qué sabes tú de Buenos Aires? Ni pesimista ni optimista, la voz de Carvalho le contesta: "Tango, desaparecidos, Maradona".
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