Son las siete de la tarde de un día de marzo. La primavera ha comenzado a esparcir sus miasmas. Las tardes se prolongan más de lo acostumbrado en el invierno. Todavía brilla la luz natural mientras telefoneo a Javier Cercas, que termina de publicar ‘Independencia’, la segunda novela protagonizada por ese peculiar mosso d’esquadra que es Melchor Marín, al que ya conocimos en ‘Terra Alta’, su anterior entrega. En esta ocasión, Marín regresa a Barcelona para investigar un vidrioso caso: el chantaje sexual al que alguien está sometiendo a la alcaldesa de la ciudad condal. Con su inflexible sentido de la justicia y su rocosa integridad moral, Melchor tratará de desmontar esta extorsión y descubrir a las personas, o persona, que están detrás de ella. Para conseguirlo no le quedará otra opción que adentrarse en los círculos de poder, un espacio donde moran el cinismo, la brutalidad corrupta y la ambición carente de límites y escrúpulos. Cuando todo esto sucede transcurre el año 2025, y apenas resuenan los ecos del covid-19, ya diluidos en el olvido humano. Mientras pulso la tecla rec y el piloto rojo de la grabadora se ilumina, Cercas me cuenta que en algún tiempo practicó el balonmano, un deporte del que yo fui entrenador durante casi quince años. «Jugaba de central – dice – y también de lateral, ya que entonces era corpulento. Pero luego me fui quedando pequeñito, porque crecí demasiado pronto». A partir de este momento, su novela y la literatura acapararon nuestro tiempo. Era de lo que se trataba.
Javier, cuando un escritor decide dar un giro a su carrera, como hiciste tú con la novela ‘Terra Alta’, y es capaz de reinventarse, se debe a alguna causa muy justificada, ¿por qué se produjo ese cambio? Por obligación moral. El peor peligro que puede correr un escritor, sobre todo a cierta altura de su trayectoria, es convertirse en un imitador de sí mismo y, si eso ocurre, desde ese mismo instante está muerto y yo no quiero morirme como escritor. Ya sé que la inmensa mayoría de escritores lo hace, pero a mí no me da la gana apoltronarme. Por otro lado, era un riesgo que yo quería correr, porque un escritor que no corre riesgos no es un escritor, es un escribano. Borges decía que todas las novelas eran novelas policiacas y creo que, a su manera, todas las mías lo eran porque planteaban un enigma que había que resolver. Y en eso consiste básicamente el género policial, aunque no sé si esto que escribo es policiaco y, además, me da exactamente igual. Te puedo adelantar que, en la siguiente entrega de esta serie, Melchor Marín ni siquiera será policía. En el fondo, solo hay dos tipos de novelas: las buenas y las malas, todo lo demás es palabrería.
Como dices, es verdad que, de alguna manera, tus anteriores novelas también rozaban lo policial y no solo por el enigma del que hablas, sino porque en ellas siempre encontramos a un investigador, un oficio más o menos policial, ¿no? Exacto, todas lo eran de algún modo. Publiqué un libro que se titulaba ‘El punto ciego’, que era una reescritura de las conferencias que di en Oxford, donde explicaba precisamente eso. Todas las novelas que a mí me importan desde ‘El Quijote’ son novelas policiales a su manera, con un enigma y alguien que intenta resolverlo. En ‘Independencia’ hay un mosso d’esquadra, que le otorga un aire más policial al libro, pero siempre fue así. En el fondo todo es un intento de renovarme y reinventarme como escritor y, por supuesto, sobra decir que, quien opina que el género policial es un género menor no sabe lo que es la literatura. En la literatura no existen géneros mayores o menores, sino formas mayores o menores de usar los géneros. La comedia tiene a Shakespeare, a Molière, a Aristófanes y a muchos otros, pero también cuenta con un montón de inútiles. Lo mismo ocurre con la literatura policial, si es que existe, que tiene otro montón de nulidades, pero posee a Poe, a Borges y muchos más autores de calidad. Yo he llegado aquí probablemente por casualidad, un poco llevado por las circunstancias, porque mi protagonista es policía.
Hay en ‘Independencia’ un guiño a tus novelas anteriores, ya que en sus páginas aparece un tal Javier Cercas, que ha escrito una novela sobre Melchor Marín. Claro, pero eso también me vino impuesto. Muchas de las cosas que escribe un escritor surgen de lo irracional y, en este caso, se me impuso como algo lógico. Si ‘Terra Alta’ se había publicado en 2019 y estaba protagonizada por Melchor Marín, obviamente ‘Independencia’, cuyo presente transcurre en 2025, resultaba razonable pensar que hubiera gente que supiera que existía una historia suya y que alguien la hubiera leído. Melchor no, porque él solo lee novelas del siglo XIX. Además, es una buena ocasión para que alguien como Lluís Bassets, un personaje real, diga que Cercas es un liante de cojones o que, cuando el personaje Vivales se entera de que Cercas ha escrito una novela sobre Melchor, le pregunte si «le metemos un pleito», a lo que el policía le responde que no, porque no hay motivo para ello, y el otro le replica que cualquier excusa es buena para meter un pleito. La clave de todo es que no hay literatura sin humor o, al menos, sin ironía, y el humor empieza por uno mismo. Si tú no eres capaz de reírte de ti mismo, no tienes derecho a reírte de nada. Esto ya nos lo enseñó Cervantes, pero parece que no nos entra en la cabeza.
Como cuentas, ‘Independencia’ discurre en el año 2025 y eso parece cosa de valientes, una apuesta arriesgada, porque no sabemos cómo va a acabar la pandemia, ni qué sociedad nos vamos a encontrar cuando todo esto termine. No es tan valiente, Orwell situó su ‘1984’ en un año que hace mucho tiempo que pasó y, sin embargo, sigue plenamente vigente. Es verdad que no conozco ninguna novela que esté situada en el futuro inmediato. Ha sido la propia mecánica de la escritura la que me ha llevado a ello. En cuanto a la covid, apenas se le menciona en el libro. En el año 2025 muy poca gente se acordará de ella para nada. Será como si no hubiese ocurrido. Y lo digo no porque yo sea futurólogo o profeta, sino porque sé algo de historia y eso es inapelable. Las pandemias prácticamente no dejan rastro. La última que hubo, que fue la llamada Gripe Española en 1918, resultó mucho peor que esta y mató a cincuenta millones de personas, pero en 1925 nadie hablaba de ella. No hay una sola novela u obra teatral donde alguien la mencione, no ha dejado rastro en la literatura. En las dos guerras mundiales murió menos gente y, sin embargo, hay centenares de películas y novelas sobre ellas. Podríamos decir que las pandemias no tienen quien las escriba y puedes estar seguro de que en 2025 la covid no tendrá presencia en nuestras vidas. Otra cosa son las consecuencias económicas que se deriven de ella, porque eso depende de muchos otros factores.
Hemos hablado ya de Melchor Marín, un policía peculiar, con un toque justiciero, enamorado de ‘Los Miserables’ de Víctor Hugo y que aspira a ser bibliotecario, ¿de dónde surge este personaje? La verdad es que no tiene un modelo. Surge de dentro, de una serie de cuestiones personales. Su biografía no se parece a la mía y, sin embargo, igual que Flaubert, puedo decir «Melchor Marín soy yo», porque sale de mis tripas, que es de donde salen los personajes de las novelas. Es cierto que yo le atribuyo la personalidad del policía anónimo, que abatió a cuatro terroristas en Cambrils en agosto de 2017, pero eso sucedió después de que existiera Melchor Marín. En un momento dado, me di cuenta de que él podía ser ese tipo anónimo del que nada sabemos. Los escritores trabajamos con la oscuridad y la basura, con lo que no se sabe y con lo malo, ese es nuestro carburante.
Menudo carburante… Pues sí, pero esa es nuestra materia prima. En un mundo feliz no habría literatura, por lo menos novelas. Quizá hubiera poesía, pero poca y malísima. Los novelistas trabajamos con el dolor y la crisis, con todo lo malo, no con lo bueno. Y también con lo que no se sabe.
Encontramos la siguiente frase en la página 58 de ‘Independencia’: «el mundo se divide en dos clases de personas: los ricos y todos los demás». Eso lo dice Ricky Ramírez, que es un personaje obsesionado por la riqueza. Yo diría que el mundo se divide en dos clases de personas: las que dividen al mundo en dos tipos de personas y las otras. Pero lo que dice Ramírez, en su modo de pensar, tiene sentido. Él es un hombre obsesionado con la riqueza. Busca de manera equivocada la independencia personal y económica, y acaba catastróficamente. Y lo hace acercándose a los ricos, que es lo que le recomienda su padre: «arrímate a los buenos». Y las élites enquistadas en el poder hacen con él lo que acostumbran con ese tipo de gente: usarla para sus propósitos perversos y después hacerla servir como papel higiénico. Melchor es la contrafigura de Ricky Ramírez porque él es el antipijo. Y él sí consigue un cierto grado de independencia, especialmente al final del libro.
En la novela se dice que las clases pudientes catalanas fueron las que provocaron todo el asunto del procés, como una forma de salir adelante ante la situación de crisis que se vivía entonces. En este sentido, Catalunya no parece ser diferente del resto del mundo, porque todos sabemos que los ricos, a través de sus políticos satélites o, incluso, sin ellos, son los que gobiernan. Absolutamente, así es como funcionan las élites económicas enquistadas en el poder. Y tú lo dices muy bien: igual que funciona la élite catalana, funcionan en general las élites en otras partes. Usan a la gente para sus propósitos, comportándose con plena irresponsabilidad y cinismo. Tolstoi decía “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, yo, a través del retrato de esta gente, trato de explicar cómo funcionan todas las élites. Este es un libro lleno de furia, una furia dirigida precisamente contra ellas.
Sí, se percibe durante la lectura de ‘Independencia’. Claro, Melchor está lleno de furia, porque el libro está lleno de furia y por eso me gusta mucho la frase que ha utilizado la editorial para definir la novela: «un furioso alegato contra la tiranía de los dueños del dinero y los amos del mundo». De momento, la democracia, con toda su fragilidad, es lo mejor que hemos inventado para protegernos de esas élites insaciables. El dinero siempre quiere más dinero y el poder más poder. Quemar contenedores no sirve para nada, excepto para que algún pobre desgraciado pierda su trabajo o su pequeño negocio, lo que sirve de verdad es tomarse la democracia en serio y leer a Cervantes.
‘Independencia’ ha traído a mi memoria el recuerdo de la célebre frase de Giuseppe Tomaso di Lampedusa: «que todo cambie para que todo siga igual». En efecto, así es como operan. Es perfecto. Completamente. De eso trata ‘El Gatopardo’, de cómo las élites cambian para que todo siga igual. En Catalunya lo hemos visto y lo vemos en todas partes y desde luego también en la novela, donde en el año 2025 las mismas élites de siempre han adoptado una máscara distinta, se han metamorfoseado, para seguir en el mismo lugar. Desde luego, en ese sentido, ‘Independencia’ es una novela completamente lampedusiana.
Cuenta el libro que el independentismo ha conquistado el lenguaje, se ha apoderado de palabras como democracia, independencia, libertad… y que eso significa conquistar la realidad. ¿El lenguaje es poder? Totalmente. Si quieres conquistar la realidad, primero has de conquistar el lenguaje, porque el lenguaje crea la realidad. En Catalunya lo han colonizado y conquistado por completo, por supuesto pervirtiéndolo. Las palabras independencia, democracia o libertad les pertenecen a los secesionistas, aunque en realidad independencia quiere decir separación, que es una cosa muy distinta. Democracia y libertad significa para ellos violación del estado de derecho, que es lo que preserva la democracia y la libertad. Y así podríamos seguir de manera indefinida. El lenguaje y las palabras son dinamita y se pueden usar para bien o para mal. Por eso quienes nos dedicamos a manejarlas, incluidos también los periodistas, tenemos una responsabilidad enorme, lo queramos o no.
Hace unos días, en una entrevista radiofónica te escuché diferenciar la labor del periodista y la del novelista. El periodista narra la realidad en el momento en que ocurre y el novelista la cuenta después, cuando ya ha pasado todo. En este sentido y para analizar la realidad, parece más adecuado ser novelista que periodista, ¿no crees? Son cosas distintas. Creo que el periodismo es indispensable, pero la literatura también. Me parece que te refieres a que, en esa entrevista, yo explicaba que el periodista lo que hace es contar la batalla mientras tiene lugar, algo muy difícil de hacer. A mí me han dado premios de periodismo gente demasiado generosa, porque yo soy un impostor. Escribo en un periódico dos veces al mes, pero no ejerzo el periodismo, que significa estar en la batalla y contarla. Lo que ve Fabrizio del Dongo, protagonista de ‘La cartuja de Parma’, son gritos, polvo, ruido, caballos que pasan, un caos absoluto… El novelista lo que hace es que, cuando el polvo de la batalla ha bajado, se posa en el suelo y permite ver los cadáveres, interpreta lo que ha ocurrido y lo dota de una dimensión universal. Es la diferencia entre la literatura y la historia tal y como la concebía Aristóteles. La historia habla de lo que sucede en un lugar y un momento concreto, y la literatura de lo que nos ocurre a todos en cualquier circunstancia y en cualquier sitio. Es lo que convierte lo particular en universal. Aristóteles decía que era superior la literatura a la historia, pero creo que son cosas distintas y ambas necesarias.
Javier, hagamos memoria. Súbete a una montaña y mira con perspectiva desde tus inicios como escritor hasta hoy. Se cumplen ahora veinte años de la publicación de ‘Soldados de Salamina’, una novela que recuerdo perfectamente cuándo y dónde la leí, porque me impactó mucho. ¿Qué significó para el Javier Cercas escritor el espaldarazo que le proporcionó este libro? Bueno, es la novela que me dio a conocer, aunque yo ya era escritor desde mucho antes. Así de sencillo. Hay una frase de Lady Gaga, muy brillante, que me encanta: «Yo era famosa antes de que nadie me conociera». [Risas a ambos lados de la invisible línea telefónica]. O sea que yo era escritor cuando nadie me conocía. Escribía desde mi adolescencia y había publicado bastantes cosas, pero no las había leído mucha gente: mi madre, alguna de mis hermanas y algún amigo. Y yo no me sentía ni frustrado ni mal, me parecía lo lógico. ‘Soldados de Salamina’ me convirtió en un escritor con lectores no solo en España sino también en otras partes del mundo, ya que desde entonces mis obras se traducen a muchos idiomas. Eso es lo que significó ese libro para mí. A partir de ahí, fui un escritor profesional y me gano la vida escribiendo, algo que nunca pensé que iba a ocurrir, aunque tampoco me quejaba por ello. Entonces trabajaba en la universidad y creía que allí seguiría. Unas personas me recuerdan por esa novela y otras por otra, lo cual ya es mucho, porque significa que me recuerdan.
Al comienzo de la entrevista, has comentado que el protagonista de tu próxima novela también será Melchor Marín, pero ¿seguirá apareciendo más adelante o cambiarás de tema o de registro? Mira, mi plan es que haya cuatro libros sobre Melchor Marín. Esto no es una novela sino la biografía de un tipo, que es un ángel y que se convierte a veces en un ángel exterminador. Alguien ha dicho que es un buen mal policía. Don Quijote era el cuerdo loco, y Melchor es el buen mal policía. Esa contradicción es la que lo define y lo que cuento es su vida. Es posible que algo se me despiste y pueda surgir algún otro título más, pero esto no es Sherlock Holmes, no son los casos de Melchor Marín, ni nada parecido, es un ciclo narrativo que al final se podrá leer como una sola novela, aunque cada volumen permite una lectura independiente. Es una especie de experimento, que tiene fecha de caducidad.
Volvamos un momento sobre Melchor. En algunos rasgos, recuerda al John Wayne de ‘Centauros del desierto’, la película de John Ford. Carles Francino me dijo eso mismo en la radio y le respondí que mejor que eso ya no se podía añadir nada. ‘Centauros’ es una de las grandes películas de la historia y para mí John Ford es un genio del cine. O sea que más vale que terminemos aquí la entrevista, porque mejor no puede acabar.
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