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​Nadia Calviño no pone orden

Se aprecia que, entre las mismas ‘miembras’ del PSOE, varían los enfoques económicos, los proyectos y los planes de actuación
Jesús  Salamanca
sábado, 17 de abril de 2021, 04:28 h (CET)

Quiero pensar que algún día se pondrán de acuerdo la ministra de Hacienda y la de Asuntos Económicos y para la Transformación Social. La primera insiste en la necesidad de subir impuestos --a la vez que mira a Madrid de reojo, obedeciendo así el chantaje independentista catalán-- y la ministra recién ascendida a vicepresidenta segunda del Gobierno no quiere ni oír hablar de esas subidas porque no es el momento más idóneo. “No es el momento de subir impuestos”.


En el seno del Gobierno hay opiniones encontradas desde hace tiempo, y eso que ya  pueden dormir a pierna suelta desde que se marchó el vicepresidente incordiador, trampero y vociferante.

Comprobamos que, entre las mismas ‘miembras’ del PSOE, varían los enfoques económicos, los proyectos y los planes de actuación. Es la guinda del pastel tras muchas incongruencias mostradas por la otra Irene –‘marquesa’ sin Marquesado— o por Fernando Grande-Marlaska, incitador de bulos e ineficaz ante la violencia terrorista como la reciente de Vallekas; sin olvidar a ‘la Yoli’ que no supo explicar los ERTE; ni a Isabel Celaá que se permitió ‘abofetear’ a un diputado experto en síndrome de down y versado en educación especial; ni a Alberto Garzón con sus reflexiones profundas como en la que afirmaba que se había notado mucho el consumo de crudo en las gasolineras (estábamos todos confinados) ni…ni… Si es que ya tiene el Gobierno material suficiente para escribir una Antología del Disparate y numerosos capítulos para el libro de texto “Colaboración con bandas armadas de violencia kallejera”.


Menos mal que al menos podemos confiar un poco en Nadia Calviño. Ésta sí tiene claras las prioridades: impulsar el crecimiento económico y crear empleo. Sabe que Europa está acecho, sobre todo ahora que se desplaza a Madrid una comisión para comprobar si ha habido atentado del Gobierno Sánchez contra el Consejo General del Poder Judicial. El Gobierno debe dejarse de zarandajas y enterarse de una vez de que representa a los españoles. Disculpen, pero no caeré en esa desvirtuación cultural y lingüística del “todos y todas”. Con decir “españoles”, ya incluyo a todos y, con decir “todos”, ahí se incluye hasta al apuntador. Y si hay apuntadora, también.


Nadia es inteligencia y ni Sánchez se atreve a contradecirla. Esta ministra, hecha a sí misma --sin necesidad de enseñar su delantera en actos irrisorios al más puro estilo de Rita Maestre o de las Femen de turno-- sabe que nos jugamos los dineros de Europa si seguimos centrándonos en cosas menores. De momento su preocupación son los proyectos que ya deberían estar y no están. Cerrado el mes de abril se cierra el plazo para presentarlos. 


No me sorprendería que la Comisión Europea tuviera que abrir un plazo extraordinario porque faltan los proyectos españoles. Si la imagen de Sánchez ya es nefasta en el exterior, eso ya sería el nefasto más uno. Seguramente se habrán dado cuenta de que con lo del CGPJ está harta hasta la Comisión de Venecia, ese órgano consultivo del Consejo de Europa, integrado por verdaderos expertos independientes en el ámbito del Derecho Constitucional.


A ver por dónde sale la presunta colección expertos para abordar la reforma fiscal; recuerden que, cada vez que mencionan una “comisión de expertos”, sólo se piensa en dietas y desplazamientos. Y cuando se rasca la superficie, esa comisión no existe. ¿Recuerdan lo sucedido en Sanidad durante la primera fase de la pandemia?


Supongo que habrá otra comisión para la reforma laboral: aquí los sindicatos de clase se pondrán las botas tras haber estado escondidos y olvidados de los trabajadores. Ya pueden abrir pronto la reforma de las Constitución porque este modelo de representación sindical, con liberados, con expertos en hacer desaparecer el dinero de los parados y aficionados al receso en los burdeles de algunas comunidades, no se sujeta ni un minuto más.


Ese descontrol del Gobierno salta ahora a la Comunidad de Madrid. Ángel Gabilondo se compromete ante los electores a no subir los impuestos y Pedro Sánchez le corrige al instante porque ese no es el discurso del Gobierno central. Miedo me da todo lo que huele a fiscalidad, lo mismo si procede del Gobierno Sánchez o de las comunidades autónomas. Esta generación de políticos segundones, cuando huele dinero embolsable, pierde el trasero, la chaqueta y hasta el raciocinio.


Han descubierto la fiscalidad verde y comprueban que hay dinero que se está escapando del control del fisco, como se escapan fuertes ganancias en la economía emergente del bitcoin. Por eso Sánchez y sus “expertos” entienden que hay que meter mano. Y cuanto antes. Si no meten mano no están tranquilos. Viciosos.

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Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.

El nombramiento de Teresa Ribera huele que apesta, aunque el Partido Popular y el Gobierno han escenificado perfectamente su falso enfrentamiento. Dicen en mi tierra que entre hienas no se muerden cuando no conviene o, si lo prefieren, entre bomberos no se pisan la manguera. El caso es que el Gobierno y sus socios ya celebran por todo lo alto ese inútil e inesperado nombramiento.

 
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