El primero de mayo pienso que es un buen día para escribir sobre el derecho al trabajo, anejo siempre al deber de trabajar. Claro que cuando el desempleo avanza imparable lo más importante es el derecho al trabajo.
La pandemia ha provocado mucho desempleo, pero no solo la pandemia sino la nefasta gestión de la economía en la que lo más importante es conseguir, como sea, una buena cuenta de resultados, aunque ello signifique dejar sin medios de subsistencia a mucha gente que se ve obligada a formar parte de las colas del hambre a las puertas de Cáritas y otras organizaciones de beneficencia. Aunque los políticos de unas y otras tendencias intenten conseguir los votos de los ciudadanos para, según dicen, llevar a cabo la puesta en práctica de diversas formas de organización social, todo resulta bastante inconsistente ya que ni el capitalismo ni los distintos tipos de socialismo han conseguido unos resultados exitosos, capaces de soportar situaciones imprevistas como las actuales.
Claro está que muchos de los que, ahora o luego, mendigaran el voto ciudadano han vivido con frecuencia del presupuesto y pocos trabajaron. Es necesario un cambio de modelo de producción y desarrollo que no termine con el planeta ni condene a la población a partirse en dos clases antagónicas: la de los poderosos y la de los trabajadores, en peligro siempre de perder su puesto de trabajo o ver disminuidos sus ingresos hasta hacerlos insuficientes para atender los gastos de manutención y vivienda de su familia.
Sería necesario exigir responsabilidades a los culpables del hundimiento de la economía, ya se trate de los miembros del gobierno que no supieron administrar con prudencia el presupuesto cuya administración les fue confiada o los dirigentes de las grandes corporaciones que buscan mantener su cuenta de resultados, triplican sus sueldos y al mismo tiempo abandonan a buena parte de sus trabajadores.
Sustituir a trabajadores por ordenadores parece la solución digna de cualquier novelista de ciencia-ficción, pero eso lleva consigo la esclavitud de los ciudadanos y la omnipotencia del “gran hermano” que nos vigila desde una pantalla. Realmente el gran hermano imaginado por Orwell ya lo tenemos aquí, aunque no ha sido necesaria una pantalla vigilante sino muchas pantallas que repiten a todas horas una propaganda política agobiante, sin duda pagada con nuestro dinero, difusora de datos poco comprobables.
Muchos ponen su confianza en la Unión Europea que nos ayudará a resolver nuestros problemas, pues si por un lado ofrecen dinero (que les resulta fácil imprimir o convertir en deuda) por otra exigen la aceptación de posturas que no tenemos por qué compartir sobre la familia, el aborto o la ideología de género.
Aparte de todas estas dificultades vivimos en un mundo lleno de problemas en el que hay más motivo para el enfrentamiento que para la colaboración. Aquella gran esperanza en la ONU no la veo avalada por palpables resultados: sigue habiendo países pobres y ricos, emigración incontrolada, que tiene poca cabida en países que también están llenos de problemas y para resolverlos se trata de implantar el control de la natalidad y me temo que también el control de la alimentación para “salvar el planeta”.
El derecho al trabajo para todas las personas del mundo parece un ideal cada vez más lejano.
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