29 de mayo. Es la nueva fecha a recordar en el agitado capítulo de
relaciones entre Estados Unidos y Cuba. El régimen 'castrista' deja de ser
un 'patrocinador del terrorismo' y eso abre un horizonte inexplorado que
supondrá, como paso inmediato, la apertura de embajadas, y, en la meta,
el deshielo del último muro de la Guerra Fría en América Latina.
El 14 de abril el presidente estadounidense, Barack Obama, notificó
formalmente al Congreso, sus planes de quitar a Cuba la etiqueta de 'país
terrorista' que le colocó en 1982 el Gobierno de Ronald Reagan por el apoyo del 'castrismo'
a las guerrillas latinoamericanas y ETA.
La legislación norteamericana obliga a un periodo de 45 días, a contar desde la
notificación formal, en los que el Congreso debe revisar la idoneidad de la propuesta de la
Casa Blanca y, en caso de estar en desacuerdo, presentar un proyecto de ley para
mantener el 'statu quo'.
Contra todo pronóstico, el Congreso --dominado por los republicanos tras las últimas
'midterm'-- ha optado por despejar a Obama el camino hacia la normalización de las
relaciones bilaterales con Cuba y se ha limitado a dejar expirar el plazo.
Cuba se desprende así de una calificación que considera "injusta" porque, mientras que
los agentes 'castristas' nunca han atentado en suelo estadounidense, casi 3.500 cubanos
han muerto y 2.000 han resultado heridos en los cientos de ataques orquestados por la
CIA en los turbulentos años 70.
Su exclusión de la 'lista negra' libera a Cuba del enorme peso de las sanciones
aparajeadas a la denomicación de 'país terrorista' que, junto a las interminables medidas
punitivas que se han ido sumando desde la ruptura de relaciones bilaterales, en 1961, han
asfixiado a la isla.
El cambio se traduce en lo inmediato en el fin de los controles sobre los llamados bienes
de doble uso (civil y militar), en el veto a la exportación de armas y en la reanudación del
flujo de dinero estadounidense hacia Cuba en concepto de ayuda.
Destaca la posibilidad para los cubanos de abrir en bancos estadounidenses cuentas a
cara descubierta, algo que beneficiará especialmente a la Sección de Intereses en
Washington, que lleva un año buscando quién le preste servicios financieros.
APERTURA DE EMBAJADAS
Uno de los anuncios estrella del 17 de diciembre fue el firme compromiso de abrir
cuanto antes embajadas en Washington y La Habana. Desde entonces, las conversaciones
han girado prácticamente en exclusiva en torno a este tema, pero aún no se ha
materializado.
La razón son las estrictas condiciones del 'castrismo': salir de dicha 'lista negra' y la
"devolución" de la base militar en Guantánamo, cedida a Estados Unidos en 1934
mediante un contrato de arredamiento a perpetuidad que Cuba considera nulo.
Por ello, se espera que la primera consecuencia de la salida de Cuba de la lista de países
patrocinadores del terrorismo sea la apertura de embajadas en Washington y La Habana y,
con ello, la ansiada normalización de las relaciones diplomáticas.
"En 45 días, que se cumplen el 29 de mayo, ya se levantará esa injusta acusación y
podremos nombrar embajadores", confirmó el propio Raúl Castro al despedir a su
homólogo francés, François Hollande, en el aeropuerto internacinal José Martí de La
Habana.
Y al mismo tiempo alertó: "Extenderemos relaciones, pero normalizar relaciones
(diplomáticas) es otra cosa". Es la maraña de flecos que las espaciadas reuniones de
estos seis meses han dejado y que los nuevos socios tendrán que desenredar en tiempo
récord.
Uno de los principales obstáculos para la plena normalización es el funcionamiento de
las embajadas. Tanto Estados Unidos como Cuba han insistido en que debe ser "similar" al
de las misiones diplomáticas en otros países.
La jefa de la delegación estadounidense, Roberta Jacobson, ha aclarado recientemente
que esta "normalidad" pasa por que el personal de la Embajada en La Habana pueda tratar
"con la más amplia gama de cubanos", es decir, con la disidencia interna.
Las posturas están enquistadas porque los dos han elevado sus exigencias: Cuba pide a
su interlocutor "dejar de estimular, organizar y abastecer" a la oposición, mientras que
Estados Unidos pide total libertad en el contenido de las valijas diplomáticas.
Los analistas vislumbran la solución en un virtuoso punto medio que, en realidad, sería
aceptar la situación anterior a la crisis diplomática de 2003 --cuando los dos países
limitaron el movimiento de los diplomáticos extranjeros a las capitales-- y "tolerar" las
actuaciones molestas de unos y otros por el bien del diálogo en marcha.
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