El verano nos avisa que viene de camino para obligarnos a pasar unos meses de calor, con permiso del gremio de hoteleros. Empezamos a soportar unas temperaturas de padre y muy señor mío. De nuevo me refugio en la rica y siempre intrigante capacidad creativa de la literatura de novela negra de Erle Stanley Gardner. Creador de nuestro célebre personaje Perry Mason. Así me protejo de la eufórica masa ibérica (que no La rebelión de las masas de Ortega y Gasset), y poder disfrutar de la envolvente aventura. De espalda a maremágnum del interrogante de “Adónde vamos a llegar” en la España maltrecha donde la verdad es palabra insolvente.
Esta vez el contenido donde me parapeto tiene un título muy curioso:
El caso del gatito imprudente, -traducción de Albert Fuentes Sánchez- donde la protagonista que interpreta la joven de muy buen ver de nombre Helen Kendal, es sobrina de tía Matilda, mujer imperiosa que tiene a aquella bajo una vigilancia constante. Existe un problema algo oscuro sobre una herencia de diez mil dólares, de aquellos años cuarenta, que le ha dejado a su sobrina tras la muerte de un tío desaparecido, Herencia no ajena a ciertas dificultades por parte de la tía Matilde.
Mas de pronto Helen recibe una llamada por teléfono de ese desaparecido tío que resulta que no ha muerto. Lleva un año viviendo en un hotel de poca calidad y mala reputación que todo lo permite mirando hacia otro lado. Esa llamada le pide que se ponga en contacto con el abogado Perry Mason. Lo hace llena de precauciones y temores, pues se lo oculta a la tía Matilde. Esta va siendo más sospechosa con respecto a la herencia que debe recibir Hellen. Acuerdan tenga luce en hotel de poco favorable fama y siempre bajo la vigilancia de la policía.
La reunión de Helen con Mason no puede tener lugar, pues una vez llega este acompañado de su secretaria Della Street solo se encuentran con la seca información de un conserje que les entrega una carta de disculpa por no encontrarse en el hotel con su tío desaparecido y dado por muerto. En dicha carta les ruega ir a otro lugar de encuentro. Pero este nuevo y peculiar punto de la entrevista se halla en el montañoso paisaje de Hollywood. Allí sólo encuentran un cadáver dentro de un coche. Aquí aparece nuestro Perry Mason que muestra un especial interés, junto con su secretaria y el misterioso gatito, que hace el carretón cuando se la acaricia el lomo, con lo que le hará meterse de lleno en tan complejo caso.
Todo un laberinto de personajes que se va incrementando en el número de protagonistas y la especulación de quién puede ser y debe cargar con el muerto y otro que está llegar. Y aquí, a estas calendas de la historia, inevitablemente aparece el Juez que llevara el caso junto a un teniente de la policía y un fiscal de dos pares de narices. Más un jurado compuesto por diez hombres y dos mujeres, que ya sería el deseo de Unidas Podemos.
Respetado lector, la trama de la novela adquiere ese nivel propio que sabe darle Erle Stanley Gardner, padre y padrastro de Perry Mason al que le saca del atolladero de su secretaria, que puede ser condenada por considerarla el fiscal culpable. Fina y compleja situación que difícilmente logra salir de las tinieblas donde se encuentra. Para ello llegó la gracia de esas dos mujeres que están en el jurado, que son amantes de los gatos. Y Perry que descubre tan dicha maternidad, recuerda al gatito cariñoso que va dejando huellas de harina con sus patitas para aclarar el caso. ¡Genial!
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