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Huestes dialécticas

Rafael Pérez Ortolá
viernes, 7 de agosto de 2015, 08:29 h (CET)
Pese al parloteo observado a diario, esa avalancha incontenible, cuando todo parece que favorezca los intercambios fluidos de ideas; por el contrario, medra la sensación de una falta de AMBIENTE para los diálogos fructíferos, que los torna inverosímiles. No pocas veces, ese entorno manifiesta una clara hostilidad para aquella fluidez comunicativa. ¿Estaré ante un error de percepción? ¿Qué ocurre con los valores dialécticos en pleno siglo XXI? La disparidad de orientaciones matiza los hallazgos en las agrupaciones sociales valoradas. Sin embargo, el contraste es manifiesto, los medios técnicos mantienen una ruda tensión con las actitudes de los usuarios, de resultados imprevistos.

El descuido de muchos aboca a la insatisfacción general. Los ambientes son frágiles, fáciles de emponzoñar por ligerezas; pero casi imposibles de recomponer. Son esenciales para encauzar las diferencias naturales. En medio del apresuramiento cotidiano y la globalidad, que intentan meternos a todos en el mismo saco; es mayor, imprescindible, el requerimiento de unas mejores CONDICIONES para la defensa de las posiciones particulares. Esa sí que es tarea de todos. Más que una asignatura pendiente, será una tarea abierta, inacabada, por la renovación constante de personas y acontecimientos. Es una fascinante tarea en curso, e imprescindible, no lo olvidemos.

En las conversaciones públicas difundidas como nunca, pero también en las privadas, asoma una contradicción de base que estigmatiza los resultados posteriores. Frente a la búsqueda de la comprensión mutua extraída de los intercambios, detectamos el uso de una estrategia enconada de BORRADO del interlocutor; digamos que una eliminación verbal, como apisonadora, sin excesivos razonamientos. Sorprende el grado de satisfacción de los supuestos vencedores, puesto que dicho procedimiento les deja aislados en la cumbre momentánea de su triunfo; sembrando la semilla de futuros enemigos, como reacción al aplastamiento. Es una técnica de borrado incompleto, sectaria por naturaleza.

Entre las huestes parlanchinas, las actitudes proliferan en una extensa variedad. Es habitual la presencia complacida de grupos ACOMODADOS al ritmo de su lenguaje, distribuyendo a su gusto los contenidos, en un manejo intrascendente de las circunstancias. Muestran la congratulación por sus intercambios, henchidos por sus propias intervenciones, ajenos a otras ambiciones. Los vemos ocupando escenarios de relumbrón o limitados a esferas de menor popularidad; sin apreciarles afanes perturbadores de su cháchara. Incluso pueden ser ejemplares vistosos en tertulias presuntuosas, plataformas universitarias o estrados propagandísticos; con la mentada rutina en sus alforjas. Cómodos y complacidos en sus intervenciones.

En nuemerosas ocasiones escuchamos o intervenimos en ciertas conversaciones centradas en alguna inquietud, pero caracterizadas por el ALEJAMIENTO geográfico de los asuntos considerados; en una clara discordancia, porque apenas tratamos los comportamientos cercanos, sobre todo si son desagradables y tenemos relación con su desarrollo. El desasosiego mostrado en el diálogo elude las responsabilidades directas, malos tratos, atención a familiares, respetos vecinales o colaboraciones abandonadas; entretenidos en las inconveniencias sucedidas en otros lugares. La distancia suaviza el incordio de las acciones mal enfocadas. Estas conversaciones representan la paradoja del habla inquieta instalada en las apariencias.

Aunque seamos reacios a salir de las rutinas, en determinadas situaciones llamativas, buscamos un tratamiento de mayor interés en diálogos ACUCIANTES. Basta con detener la mirada en alguno de los hechos recientes que nos envuelven. Escojamos uno. De pronto, sabemos del contagio de un niño no vacunado contra la difteria, de su gravedad y las implicaciones consiguientes de los padres, también de cara a la posible difusión general de una enfermedad grave. A pesar de las penosas repercusiones, impresiona la ligereza con que se expresan quienes no atienden a razones científicas manifiestas. De donde deducimos tendencias irracionales en asuntos vitales, a expensas de quien sea, aún de los propios hijos.

Otra agrupación de hablantes poco dispuestos al esfuerzo racional, participa en las dialécticas dedicadas a las minucias, en un trato obsesivo, QUISQUILLOSO, de los aspectos insignificantes. Desde ese bagaje, tampoco deliberan sobre proyectos consistentes. Utilizan datos desperdigados en su pasatiempo insustancial. En casos limitados a pocas personas, es una distracción frívola. Su abundancia, de manera especial en las esferas públicas, compromete las conclusiones esperadas desde genete preparada. Arrastran rasgos de murmuraciones, correveidiles y personas irreflexivas; de apariencia ligera, pero riesgos previsibles. Favorece a los manipuladores informativos esa gente despreocupada, distraída en pequeñeces.

Con inusitada frecuencia topamos con diálogos encrespados de tipo inquisitivo, muy polarizados a la averiguación de las entretelas ajenas, deben partir del ocultamiento de las propias, porque de su perfección es imposible por naturaleza. ¿Quién lo es? Les correspondería más apropiadamente el término INQUISIDORAS. Como es lógico, las de discurso privado apenas las conoceremos. Sin embargo, las públicas nos invaden los espacios comunes. Sabido es su carácter sectario, ideologías, partidismos, nacionalismos, servidores de poderes económicos; es tal la complaciente atención que les prestamos, que de víctimas de sus desafueros, nos transformamos en cómplices, participamos de sus orientaciones.

No por muchas repeticiones convertimos la mentira en revelación del misterio de la verdad; esta es una ilusión perseguida con ahínco, de la cual sólo encontramos atisbos. Con ser laboriosa dicha tarea, apasionante, aún nos desvíamos de ella, sugestionados por las alharacas violentas, calumnias e injurias malsonantes, de tal manera que las DIATRIBAS adquieren rangos prominentes en las prácticas desarrolladas a diario. Acostumbrados a su escucha, las percibimos como versiones normales. Ya estamos otra vez con la normalidad de las cosas, esa perversa denominación de actos habituales como lo más natural, que puedan servir de norma, aunque sean de mala calaña. El matiz habrá impuesto su fuerza en detrimento de la dialéctica sana.

La palabra puede ser una caricia o un reventón, a su través se transparenta la fogosidad o la templanza de los hablantes, pese a los intentos de disimulo. Constituyen uno de los ecos de la vida, de los sentimientos y de las vicisitudes. Quizá emitimos juicios demasiado civilizados, acartonados, imitadores, despersonalizados; quizá por eso avanzamos tan desorientados. ¿Por qué se parecen tanto, tantas veces, lo que aplaudimos como estupendo y lo que es estúpido? Vivimos con gran nivel de abstracción, pero no tanto como para volar. ¡Aterricemos! Entre la franqueza y la mentira, introduzcamos cuanto antes esas dosis de RACIOCINIO personal que nadie puede aportar suplantando a cada individuo. Si ejercemos de ciudadanos, claro.

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