Pese al parloteo observado a diario, esa avalancha incontenible,
cuando todo parece que favorezca los intercambios fluidos de ideas;
por el contrario, medra la sensación de una falta de AMBIENTE para los
diálogos fructíferos, que los torna inverosímiles. No pocas veces, ese
entorno manifiesta una clara hostilidad para aquella fluidez
comunicativa. ¿Estaré ante un error de percepción? ¿Qué ocurre con los
valores dialécticos en pleno siglo XXI? La disparidad de orientaciones
matiza los hallazgos en las agrupaciones sociales valoradas. Sin
embargo, el contraste es manifiesto, los medios técnicos mantienen una
ruda tensión con las actitudes de los usuarios, de resultados
imprevistos.
El descuido de muchos aboca a la insatisfacción general. Los ambientes
son frágiles, fáciles de emponzoñar por ligerezas; pero casi
imposibles de recomponer. Son esenciales para encauzar las diferencias
naturales. En medio del apresuramiento cotidiano y la globalidad, que
intentan meternos a todos en el mismo saco; es mayor, imprescindible,
el requerimiento de unas mejores CONDICIONES para la defensa de las
posiciones particulares. Esa sí que es tarea de todos. Más que una
asignatura pendiente, será una tarea abierta, inacabada, por la
renovación constante de personas y acontecimientos. Es una fascinante
tarea en curso, e imprescindible, no lo olvidemos.
En las conversaciones públicas difundidas como nunca, pero también en
las privadas, asoma una contradicción de base que estigmatiza los
resultados posteriores. Frente a la búsqueda de la comprensión mutua
extraída de los intercambios, detectamos el uso de una estrategia
enconada de BORRADO del interlocutor; digamos que una eliminación
verbal, como apisonadora, sin excesivos razonamientos. Sorprende el
grado de satisfacción de los supuestos vencedores, puesto que dicho
procedimiento les deja aislados en la cumbre momentánea de su triunfo;
sembrando la semilla de futuros enemigos, como reacción al
aplastamiento. Es una técnica de borrado incompleto, sectaria por
naturaleza.
Entre las huestes parlanchinas, las actitudes proliferan en una
extensa variedad. Es habitual la presencia complacida de grupos
ACOMODADOS al ritmo de su lenguaje, distribuyendo a su gusto los
contenidos, en un manejo intrascendente de las circunstancias.
Muestran la congratulación por sus intercambios, henchidos por sus
propias intervenciones, ajenos a otras ambiciones. Los vemos ocupando
escenarios de relumbrón o limitados a esferas de menor popularidad;
sin apreciarles afanes perturbadores de su cháchara. Incluso pueden
ser ejemplares vistosos en tertulias presuntuosas, plataformas
universitarias o estrados propagandísticos; con la mentada rutina en
sus alforjas. Cómodos y complacidos en sus intervenciones.
En nuemerosas ocasiones escuchamos o intervenimos en ciertas
conversaciones centradas en alguna inquietud, pero caracterizadas por
el ALEJAMIENTO geográfico de los asuntos considerados; en una clara
discordancia, porque apenas tratamos los comportamientos cercanos,
sobre todo si son desagradables y tenemos relación con su desarrollo.
El desasosiego mostrado en el diálogo elude las responsabilidades
directas, malos tratos, atención a familiares, respetos vecinales o
colaboraciones abandonadas; entretenidos en las inconveniencias
sucedidas en otros lugares. La distancia suaviza el incordio de las
acciones mal enfocadas. Estas conversaciones representan la paradoja
del habla inquieta instalada en las apariencias.
Aunque seamos reacios a salir de las rutinas, en determinadas
situaciones llamativas, buscamos un tratamiento de mayor interés en
diálogos ACUCIANTES. Basta con detener la mirada en alguno de los
hechos recientes que nos envuelven. Escojamos uno. De pronto, sabemos
del contagio de un niño no vacunado contra la difteria, de su gravedad
y las implicaciones consiguientes de los padres, también de cara a la
posible difusión general de una enfermedad grave. A pesar de las
penosas repercusiones, impresiona la ligereza con que se expresan
quienes no atienden a razones científicas manifiestas. De donde
deducimos tendencias irracionales en asuntos vitales, a expensas de
quien sea, aún de los propios hijos.
Otra agrupación de hablantes poco dispuestos al esfuerzo racional,
participa en las dialécticas dedicadas a las minucias, en un trato
obsesivo, QUISQUILLOSO, de los aspectos insignificantes. Desde ese
bagaje, tampoco deliberan sobre proyectos consistentes. Utilizan datos
desperdigados en su pasatiempo insustancial. En casos limitados a
pocas personas, es una distracción frívola. Su abundancia, de manera
especial en las esferas públicas, compromete las conclusiones
esperadas desde genete preparada. Arrastran rasgos de murmuraciones,
correveidiles y personas irreflexivas; de apariencia ligera, pero
riesgos previsibles. Favorece a los manipuladores informativos esa
gente despreocupada, distraída en pequeñeces.
Con inusitada frecuencia topamos con diálogos encrespados de tipo
inquisitivo, muy polarizados a la averiguación de las entretelas
ajenas, deben partir del ocultamiento de las propias, porque de su
perfección es imposible por naturaleza. ¿Quién lo es? Les
correspondería más apropiadamente el término INQUISIDORAS. Como es
lógico, las de discurso privado apenas las conoceremos. Sin embargo,
las públicas nos invaden los espacios comunes. Sabido es su carácter
sectario, ideologías, partidismos, nacionalismos, servidores de
poderes económicos; es tal la complaciente atención que les prestamos,
que de víctimas de sus desafueros, nos transformamos en cómplices,
participamos de sus orientaciones.
No por muchas repeticiones convertimos la mentira en revelación del
misterio de la verdad; esta es una ilusión perseguida con ahínco, de
la cual sólo encontramos atisbos. Con ser laboriosa dicha tarea,
apasionante, aún nos desvíamos de ella, sugestionados por las
alharacas violentas, calumnias e injurias malsonantes, de tal manera
que las DIATRIBAS adquieren rangos prominentes en las prácticas
desarrolladas a diario. Acostumbrados a su escucha, las percibimos
como versiones normales. Ya estamos otra vez con la normalidad de las
cosas, esa perversa denominación de actos habituales como lo más
natural, que puedan servir de norma, aunque sean de mala calaña. El
matiz habrá impuesto su fuerza en detrimento de la dialéctica sana.
La palabra puede ser una caricia o un reventón, a su través se
transparenta la fogosidad o la templanza de los hablantes, pese a los
intentos de disimulo. Constituyen uno de los ecos de la vida, de los
sentimientos y de las vicisitudes. Quizá emitimos juicios demasiado
civilizados, acartonados, imitadores, despersonalizados; quizá por eso
avanzamos tan desorientados. ¿Por qué se parecen tanto, tantas veces,
lo que aplaudimos como estupendo y lo que es estúpido? Vivimos con
gran nivel de abstracción, pero no tanto como para volar.
¡Aterricemos! Entre la franqueza y la mentira, introduzcamos cuanto
antes esas dosis de RACIOCINIO personal que nadie puede aportar
suplantando a cada individuo. Si ejercemos de ciudadanos, claro.
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