Conforme a lo establecido en el acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede en el año 1979 sobre la determinación de las festividades religiosas como días festivos, el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen, es considerado como tal por Real Decreto 2001/1983.
Esta fiesta religiosa de carácter nacional para España es mucho más que esto, ya que la Asunción de la Virgen es elevada a dogma de fe en el año 1950 por el papa Pío XII.
Desde la antigüedad hay referencias de la celebración litúrgica entorno a la Asunción de la Virgen, tanto en Oriente como en Occidente. Es destacar el sacramental concedido a Carlomagno en 791 por el papa Adriano I. Un documento en el que, según nos indica la constitución apostólica Munificentissimus Deus, se puede leer lo siguiente: «Digna de veneración es para nosotros, oh Señor, la fiesta de este día, en el que la santa Madre de Dios sufrió la muerte temporal, pero la que engendró a tu Hijo no pudo ser humillada por los lazos de la muerte».
En sus orígenes, la Asunción de la Virgen era una fiesta de gran consideración entre las celebraciones marianas. Más tarde fue enmarcada entre las cuatro fiestas marianas más solemnes del ciclo litúrgico durante el pontificado de Sergio I (687-701): Natividad, Anunciación, Purificación y Dormición.
Además, otro aspecto que se conoce desde sus comienzos y que aporta testimonio de su importancia es que se trataba de una fiesta precedida por la obligación del ayuno.
La fiesta de la Asunción de la Santísima Madre de Dios adquiere mayor solemnidad gracias al papa León IV (847-855) quien prescribe la víspera y la octava.
Durante el transcurso de los siglos, la importancia de esta festividad va aumentando gracias al estudio y manifestaciones de los expertos. Desde la afirmación de san Juan Damasceno en el siglo I, «era necesario que la que había visto a su Hijo en la cruz, recibiendo en su corazón esa espada de dolor de la que había sido inmune al darlo a luz, lo contemplara a la diestra del Padre», hasta la afirmación rotunda de San Alberto Magno en el siglo XIII, tal y como nos recuerda la citada constitución apostólica: «De estas razones y autoridades y de muchas otras se desprende que la Santísima Madre de Dios ha sido asumida en cuerpo y alma por encima de los coros de ángeles. Y esto lo creemos absolutamente cierto».
Toda esta tradición, oral y escrita, se da por culminada con la declaración de dogma de fe por parte de Pío XII en 1950: «La inmaculada Madre de Dios siempre virgen María, al final del curso de la vida terrena, fue asumida a la gloria celestial en cuerpo y alma».
|