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La odisea de divorciarse en Israel

'Gett: El divorcio de Viviane Amsalem' desnuda algunas paradojas de la democracia israelí
Ricardo Pérez
viernes, 11 de septiembre de 2015, 04:45 h (CET)
Tras unos años separados, Viviane Amsalem (Ronit Elkabetz) solicita el divorcio a su marido Elisha (Simon Abkarian) para convertirse en una mujer libre. Sin embargo, éste se niega, por lo que debe ser un tribunal rabínico quien decida si existen o no razones para concedérselo.

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Magnífico drama judicial escrito y dirigido por los hermanos Elkabetz, en el que se denuncia al patriarcado israelí a través de un interminable proceso de divorcio que pone de manifiesto el peso de la religión sobre cuestiones relativas a la vida civil y judicial de los ciudadanos del actual Estado de Israel. La película supone el cierre de una trilogía, formada junto con Ve´Lakhta Lehe Isha (2004) y Los siete días (Shiva, 2008), dedicada a radiografiar las costumbres y relaciones familiares del pueblo judío contemporáneo. En las tres aparece el personaje de Viviane Amsalem en tres momentos diferentes de su vida.

La obra que nos ocupa retrata con gran realismo una problemática que, a día de hoy, padecen muchas mujeres israelíes: la imposibilidad de conseguir el guet o divorcio. En Israel no existe el matrimonio civil (tienes que salir al extranjero), y, por tanto, tampoco el divorcio civil. Una pareja judía que ha contraído matrimonio por lo religioso, sólo puede divorciarse si el hombre le concede a la mujer el guet o documento que la libera (como si fuese una propiedad o una esclava). El problema surge cuando el hombre se niega, ya que sin su consentimiento el divorcio no es posible. Es entonces cuando debe interceder un tribunal rabínico o Bet Din que medie entre ambos, y, de no conseguir la reconciliación de la pareja, decidir si existen o no razones suficientes para la concesión del divorcio. Si Viviane, la protagonista, quiere divorciarse de su marido, es porque no lo quiere. Nada más. Sin embargo, esta razón (¿acaso existe otra más importante?) no está contemplada en las leyes de la Torá y el Talmud, por lo que le resultará muy complicado convencer al tribunal y lograr su objetivo.

Salvando las distancias, hay en Gett una serie de elementos que recuerdan a La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d´Arc, 1928), de Carl Theodor Dreyer. En primer lugar, es un proceso judicial todo lo que se expone durante las casi dos horas de extensión del metraje. En segundo término, son hombres quienes, en base a su criterio moral y religioso, juzgan, y una mujer la que es juzgada. Finalmente, no hay mayor protagonista en el filme que el rostro de su personaje principal femenino recortado por los muros blancos de una pared, lo que remite a la Falconetti en la película del cineasta danés.

La trama de Gett: El divorcio de Viviane Amsalem se desarrolla a lo largo de cinco años, con saltos en el tiempo, y siempre tiene lugar en un único espacio: el de la sala del tribunal y las áreas de descanso contiguas. No sabemos de los personajes nada más que aquello que ellos mismos dicen y lo que de ellos se dice entre las cuatro paredes del mencionado tribunal.

En lo formal se opta por una puesta en escena extremadamente sobria, estática y de cuidada composición. Los realizadores otorgan dinamismo a la narración mediante la concatenación de planos medios cortos, planos de conjunto y primeros y primerísimos planos.

Todo el reparto raya a gran altura, destacando Ronit Elkabetz en su triple función de actriz, guionista y directora.

Por último, no quisiera terminar el comentario sin hacer alusión al complejo juego de miradas del que hacen gala los personajes (sobre todo Viviane y Elisha) en la película. Pocas veces se ha visto en el cine algo así.

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