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«El año 1976 fue el de la iniciación a la vida de todos los españoles»

Entrevista al escritor barcelonés Sergi Doria, con motivo de la publicación de su nueva novela titulada 'Antes de que nos olviden' -Ediciones Destino-
Herme Cerezo
martes, 21 de septiembre de 2021, 08:28 h (CET)

Son las cinco de la tarde. Primer lunes de septiembre. Fallas recién quemadas. Calor y humedad. En resumen, bochorno. Parece que el verano no quiere terminar. Al otro lado del teléfono, puntual, está Sergi Doria, que tiene nuevo título en el mercado: ‘Antes de que nos olviden’ (Destino), la tercera entrega de su trilogía dedicada a Barcelona. 


‘Antes de que nos olviden’ es una historia de las de siempre, una búsqueda salpicada con buenas dosis de humor e intriga, de esas que nos gusta leer de vez en cuando, ambientada en la Barcelona de la Transición, en los tiempos del destape, de las sectas religiosas, de los cambios políticos, poblada por personajes de turbio pasado, que ayudan a retratar a la ciudad de aquel entonces.


Además de escritor, con varios títulos publicados, Sergi es profesor de la Universidad Internacional de Cataluña y de la Universidad Ramon Llull, y periodista cultural de dilatada trayectoria, que ahora trabaja en ABC. El escritor barcelonés ha descolgado pronto y, tras las presentaciones y otros parabienes, pulso la tecla rec de la grabadora. Se enciende el piloto rojo, esa señal tácita establecida entre el artilugio digital y quien esto suscribe. Y comenzamos a conversar. 


SERGI DORIA B 003

La primera vez que hablo con un escritor suelo iniciar la entrevista con la misma cuestión: ¿qué significa para ti la literatura? 

Yo provengo del periodismo igual que mis primeras publicaciones. Durante muchos años hice crítica literaria y no me atreví a ponerme con una novela hasta el año 2015. Les había leído la cartilla a muchos escritores y pensé que, si yo no escribía bien, podían decir que yo era aquel maestrillo que les daba lecciones acerca de cómo escribir. Pienso que la realidad siempre supera a la ficción. De ahí que la trilogía que cierra ‘Antes de que nos olviden’ esté toda ella basada en hechos reales. Concibo la literatura como una ambigüedad permanente, donde se mezclan cosas verdaderas con otras inventadas. Creo que jugar con la verdad y la mentira es lo que le proporciona atractivo a la literatura, lo que la diferencia del ensayo o de los libros de historia.  


¿En tu caso, la ficción te permite evadirte del mundo real del periodismo y construir tu propia realidad? 

Sí, novelar es una forma de dar un empaque cargado de imaginación a la realidad, que es lo que te aporta el periodismo. Como he dicho antes, en mis novelas, siempre parto de hechos reales, que son como un árbol frondoso, cuyas ramas son materia inventada. La conjunción entre el tronco y esas ramas genera el interés que pueda tener la novela.


Portada SERGI DORIA

¿Como surgió la idea de escribir ‘Antes de que nos olviden’? 

Esto arranca en 2015 con mi primera novela, ‘No digas que me conoces’, basada en un estafador que vivió en los años 20 y estuvo internado en el manicomio de Sant Boi de Barcelona. A partir de su vida quise construir una biografía novelada, porque era un personaje apasionante. Tras la buena acogida del libro, me animé a seguir con las otras dos novelas, que se pueden leer de manera independiente. Por todas ellas transitan una serie de personajes en busca de su identidad personal, que es el leitmotiv de mi literatura, algo muy antiguo y tópico, pero a la vez muy difícil de conseguir. El gran reto de nuestra vida es saber quiénes somos, de dónde venimos y quiénes son nuestros ancestros.   


La novela se desarrolla en Barcelona. Muchos escritores, entre ellos Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Carlos Ruiz Zafón, Francisco González Ledesma, Carlos Zanón, Mercé Rodoreda o tú mismo, habéis escrito sobre la ciudad condal. En verdad, Barcelona sí tiene quien la escriba. 

Sí, Barcelona tuvo siempre buenos escritores, pero creo que el aldabonazo se dio en 2001 cuando apareció ‘La sombra del viento’, que vendió millones de ejemplares en todo el mundo. La novela podrá ser mejor o peor, pero la verdad es que a partir de ese momento Barcelona dio un salto brutal y se multiplicaron los títulos sobre la ciudad, que ya gozaba de una buena bibliografía protagonizada, como tú has dicho, por Mendoza, Marsé, Sagarra, Rodoreda y muchos otros. 

En 2005 junto con Sergio Vila-Sanjuán, publiqué un libro sobre paseos por la Barcelona literaria, donde hablábamos de las rutas de los autores que habían escrito sobre ella. Y tuvimos que hacer una reedición con escritores nuevos. El fenómeno Zafón fue brutal y creó un efecto de llamada para este tipo de novelas. Muchos escritores, que no tenían previsto ambientar sus novelas sobre Barcelona, volvieron los ojos hacia ella y ubicaron sus nuevos títulos entre sus calles.  


Es verdad, la publicación de ‘La sombra del viento’ constituyó todo un fenómeno literario. 

Como periodista cultural, una de las cosas más bonitas que me han ocurrido fue ser el primero que habló de ‘La sombra del viento’ en el ABC Cultural, al mismo tiempo que Sergio Vila-Sanjuán lo hizo en La Vanguardia. El libro no tuvo marketing. Había quedado finalista del premio Fernando Lara y se publicó, medio de tapadillo, gracias a la tenacidad de Terenci Moix, otro gran escritor de Barcelona, que recomendó su publicación, aunque no hubiera ganado el premio.   


A pesar de no gozar del mismo marketing que otras novelas, creo que la portada, tremendamente evocadora, también influyó en su difusión.   

Es cierto. La portada jugó un papel muy importante. La escogió el propio Ruiz Zafón, que encontró un libro del fotógrafo Catalá Roca en una librería de viejo de Los Ángeles. Se pagaron los derechos de autor y se pudo utilizar. La fotografía del padre y el niño envueltos por la niebla es magnífica. 


Bueno, regresemos a tu libro, que «para eso hemos venido». La mayoría de la novela está escrita en primera persona, ¿por qué? 

Me encuentro muy cómodo. La tercera persona produce distanciamiento y, como cuesta un poco meterse en historias desgarradas, con la primera persona te desnudas algo más y te sientes mejor con el personaje. Además, la primera novela la escribí así y decidí mantener esa misma voz narrativa en las dos siguientes. Los personajes hablan también en primera persona y proporcionan una visión poliédrica, e interiorizada, de cada uno de los hechos que suceden.    


A Alfredo Burman, el protagonista, las cosas no terminan de salirle bien: pierde su trabajo; sus nuevas ocupaciones tampoco le funcionan; el amor y el sexo, más de lo mismo… ¿Cómo es Alfredo Burman? 

Es un pobre chico, que pasa la vida totalmente desnortado por un padre, del que le habían contado una cosa y luego resultó ser otra, mucho más siniestra. Es un tipo apocado, traumatizado, además, por la tristeza en la que vivió envuelta su madre a causa de su marido. 


En catalán hay una palabra que podría definirlo muy bien: «cagallàstimes». 

Sí, sí [leve risa]. Es un chico cuyo único reto es como la canción de David Bowie que dice: «seamos héroes aunque sea solo por un día». Él quiere hacer algo que valga la pena, en este caso la búsqueda de la identidad de Promio, otro personaje, un antiguo militante de la CNT, también fallecido y que siempre vivió bajo seudónimo. Al final, Alfredo terminará buscando la identidad de su padre. 


¿Podríamos decir que ‘Antes de que nos olviden’ es una novela de iniciación a la vida para Alfredo Burman? 

Sí, claro, el año 76 no está cogido por gusto. Fue el año de la iniciación a la vida de todos los españoles, porque hacía pocos meses que había muerto Franco. Aún no teníamos elecciones, ni constitución. Había un presidente puesto por el rey y por Fernández Miranda que era Adolfo Suárez. Recuerdo su fotografía en los diarios, con cara de pocos amigos. Pensé que con aquella expresión sería difícil que democratizase algo. Vivíamos cargados de dudas. Todo el mundo se preguntaba qué iba a ser de mayor.  Salíamos de una orilla, la del franquismo, y no sabíamos qué encontraríamos en la otra. Ante esta incertidumbre, unos se lanzaron a vivir a lo loco, con plena libertad; otros, por el contrario, todavía estaban recelosos y pendientes de si se instauraría en España la democracia o no.  


Aparcando los cambios políticos, ¿la gran novedad de aquellos años en la calle fue el destape y la oferta de sexo en cines, kioscos y cabarés? 

Fueron las dos cosas, el tema político y el del sexo reprimido. Todos se iban a  Perpignan a ver una cosa tan triste como ‘El último tango en París’. No he visto película más deprimente. No sé qué esperaban ver, pero la gente se apuntaba a un bombardeo con tal de salir. El sexo era la asignatura pendiente y en la vida siempre hay alguien que sabe captar lo que se necesita en cada momento. Ese alguien se llamó Antonio Asensio, el famoso editor de Intervíu, que hizo el cóctel perfecto y mezcló política, con buenos escritores, y destape, con Marisol desnuda, que había sido el sueño húmedo de tantos y tantos españoles. La semana en que se publicó su desnudo, Intervíu vendió un millón de ejemplares, a 20 pesetas que valía entonces. Un éxito rotundo.   


Incluyes como personaje a Ignacio F. Iquino, un productor/director cinematográfico, especialista en películas de destape y en las dobles versiones. En aquellos años, ¿era necesario alguien como él? Dicho de otro modo, ¿si no hubiera existido Iquino, habríamos tenido que crearlo? 

En cada momento, Iquino supo oler lo que le hacía falta a la gente. Un ejemplo de su forma de actuar lo tenemos a comienzos de los años cincuenta, cuando en Barcelona se celebró el Congreso Eucarístico. En pleno imperio del nacional catolicismo, rodó una película titulada ‘El judas’, que transcurría en la Semana Santa de Catalunya. Constituyó uno de los grandes taquillazos de la época y, a través del arzobispado, consiguió que se pudiera rodar una versión en catalán, que tuvo un enorme éxito. El de Iquino era el mismo caso que Asensio o José Antonio de la Loma, que se especializó en el cine de quinquis, siempre con bajos presupuestos y excelentes rendimientos económicos. Por todo esto, decidí incluirlo en la novela y bajo su propio nombre.   


Hay bastante humor en ‘Antes de que nos olviden’, como recurso literario, ¿qué papel juega el humor en tu literatura? 

El humor es importantísimo. Lo necesitamos, especialmente ahora con todas las cosas que nos vienen pasando. En mis dos novelas anteriores, una es divertida y otra, la segunda, más triste. Transcurre en las checas durante la Guerra Civil y habla de un personaje que ideó torturas psicológicas para los presos, aspectos que no mueven mucho al humor. En esta tercera novela hay mucha ironía y parodia. Por ejemplo, el personaje de Moncada, que es un homenaje a Eduardo Mendoza, un tipo recién salido del frenopático, que habla de cosas muy elevadas y lleva al lector a preguntarse cómo puede hablar así. Su presencia me permite un juego muy divertido y me lo he pasado muy bien escribiendo. Y a los lectores, según me cuentan, les ha sucedido lo mismo y se han reído bastante.  


Haces una incursión al mundo del cabaret, de la sala El Molino en concreto. Entre otros nombres, citas a Tania Doris, una vedette mítica, cuyos carteles yo veía muchas mañanas mientras caminaba hacia mi colegio en València. ¿Qué significó El Molino en la historia erótica de Barcelona? 

Yo nací en el Poble Sec. Vivía a una esquina de distancia de la familia Serrat, con la que tenía mucha relación. De niño pasaba constantemente por el Paralelo y el Barrio Chino, un mundo canalla y prohibido que me fascinaba. En el Teatro Apolo había un gran cartel de Tania Doris, hecho en marquetería y pintado a color. Tenía unas piernas que no se acababan nunca. Yo tiraba de la mano de mi padre y le tocaba una de ellas. 

Una vez vi que El Molino estaba abierto e intenté meterme, porque quería saber qué ocurría allí. Mi padre no me lo permitió, claro. Se hacían dos funciones diarias. La primera era más reducida y barata, con derecho a gaseosa, y en ella entraban los señores que llegaban en autobús desde su pueblo, muy al estilo Martínez Soria, y al acabar la función regresaban. La segunda sesión era nocturna, más cara y larga, e incluía los cubatas. Todo ese mundo lo conocí yo de pequeño y en la novela he tratado de hacerlo revivir y rendirle un pequeño homenaje.  


También habla la novela sobre Titayna, en realidad Elisabeth Sauvy, una reportera que inspiró a Hergé en la creación de su personaje Tintín. ¿Cómo era esta mujer?  

En Francia hubo una revista titulada Vu, cuya reportera estrella se llamaba Titayna, porque afirmaban que su nombre correspondía al de una diosa occitana del Rosellón, donde ella había nacido. También era aviadora y se subía a su avión y volaba, por ejemplo, al Palacio Real de Madrid, donde aterrizó para entrevistar al rey. Por sus entrevistas desfilaron Mussolini, Hitler, Kemal Atatürk, Primo de Rivera y Alfonso XIII entre otros. 

Luego publicó un interesante reportaje sobre Camboya, lo que era la antigua colonia francesa de Indochina. Viajó a un templo jemer, robó la cabeza de un Buda y se la llevó a París. Fue retratada por Man Ray, vestida de cuero y con la cabeza del Buda en su regazo. Este hecho constituyó un escándalo, pero llamó mucho la atención, porque demostraba que cualquier turista francés podía esquilmar el patrimonio vietnamita si le apetecía. Titayna terminó siendo colaboracionista de los nazis en Francia. La incluí en la novela porque se trata de un personaje fascinante, totalmente olvidado.  


Mencionas los cursos CCC, un producto de la época. Nunca hice uno de esos cursos, pero me quedé con ganas de matricularme.  

Sí, también me hacían mucha gracia a mí. En la publicidad, aparecía aquella chica rasgando una guitarra y diciendo que sabía tocar porque había hecho ya dos cursos de CCC. Para la novela, consulté la edición completa de Cambio 16, que guardo en casa, y encontré ese anuncio y los del Seat Supermirafiori, los zapatos Yanko o el Pilé 43, que ahora está de moda otra vez. Loquillo decía que eso de tomar los cubatas en copas de globo llenas de hierbas, como se hace ahora, es una horterada. Los gin-tonics de los años 70 y 80 se bebían en vasos de tubo.  


Para acabar regresamos con el protagonista de ‘Antes de que nos olviden’: ¿qué tiene Alfredo Burman de Sergi Doria? 

Tiene el gusto por la cultura, porque Burman trabaja en lo que era la Editorial Montaner y Simón, que es ahora la Fundación Tàpies, y como ha trabajado en enciclopedias es un chico muy erudito, muy bien formado, tímido e introvertido. Él intenta recuperar el pasado, preocupado por su propia psicología personal y la de su país. En esos aspectos tiene cosas mías, pero en otros no. Yo no sería tan cándido en las relaciones con las chicas. No es que yo fuese Rodolfo Valentino, pero algún pasito más sí que hubiera dado.  

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