Un año más entramos en los días en que todos nos creemos en la obligación de tener celebraciones, hacer regalos y esperar que nos toque la lotería, pero el nacimiento de Jesús en Belén es un acontecimiento que pasó casi desapercibido en su tiempo. Fue anunciado a unos pobres pastores y a unos magos que decían haber visto una estrella. María y José no encuentran sitio en la posada y tienen que acogerse a un mísero portal donde nace nada menos que el Hijo de Dios.
Dios es siempre desconcertante en los designios que realiza en favor de todos los hombres. ¿Tiene eso alguna relación con los grandes almacenes, un señor gordo vestido de rojo y la competición entre todos los pueblos y ciudades por llenar de luces las calles?
El Niño que nace viene a sufrir y sus padres tienen que huir a Egipto porque un sátrapa loco tiene miedo a perder su puesto de reyezuelo, pero para que no se le escape ordena matar a todos los pequeños de Belén. Todos los detalles podemos leerlos en el Nuevo Testamento.
Las prisas de nuestras celebraciones, si es que celebráramos el nacimiento del Hijo de Dios, no tendrían mucho sentido. Todos los días Jesús, crucificado, muerto y resucitado nos espera en cada iglesia, en cada misa, en cada sagrario. Está a nuestra disposición siempre para que le pidamos por nuestras necesidades, por las necesidades de los demás y las de todo el mundo, siempre dispuesto al perdón y la misericordia.
Celebrar el nacimiento de Jesús, anunciado por los profetas, me parece estupendo, pero olvidarlo cuando terminen estas fiestas y volver a recordarlo en la semana santa me deja un tanto triste. Sufrimos porque estamos enemistados unos con otros, divididos en partidos y banderías contrarios, a menudo irreconciliables, sacando a cada instante los datos de la historia que nos enfrenten y nunca los que pueden unirnos.
Algunos nos proclamamos cristianos para exigir derechos, pero no lo acompañamos con un claro amor al prójimo. Los que nos decimos cristianos tenemos que amar a todo el mundo, también a nuestros enemigos, a nuestros contrarios, buscar su bien y rezar por ellos.
Cuando se habla en estas fechas de amor al prójimo solo pensamos en los pobres y lo solucionamos aportando a Cáritas algo de lo que nos sobra, pero preocuparnos y ocuparnos de ellos, no demasiado. Amar a nuestros enemigos, y hacer el bien a los que nos persiguen y aborrecen es lo que tendríamos que hacer, pero no hacemos, los que nos decimos cristianos.
Que este año negro marcado por la pandemia, el volcán de La Palma, la amenaza de la economía, la posible extinción del llamado estado de bienestar, el descenso de la natalidad, el hundimiento de la familia, las imposiciones de organizaciones internacionales, que nacieron para cosa distinta que difundir perversas ideologías, etc. etc. nos lleve a volver nuestra mirada a Dios, reconocer nuestras culpas, pedir la intercesión de la Virgen.
No escuchemos las insidias diabólicas de los que pretenden un Nuevo Orden Mundial en el que ni siquiera podamos decir Feliz Navidad. Que Dios nos bendiga a todos y nos libre de todo lo malo, como decía mi madre.
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