Tuve un profesor de matemáticas durante la primaria al que admiré como ser humano más que como profesor. Fue él quien me dio la mejor lección de vida, esa a la que recurres cada vez que hablas con tus conocidos, compañeros de trabajos, familiares lejanos o vecinos. Esa lección es muy sencilla: "no hay amigos, sino cómplices".
Él, que nos quería como a sus hijos nos lo repetía todos los días, y como repitiendo se aprende, ahora yo no hago más que recordarlo. "No hay amigos, sino cómplices".
Entonces sé que en todos los rostros de mis amigos y en sus almas, no habrá una total entrega, salvo que yo también les ofrezca algo a cambio. La vida es un negocio y un intercambio de favores y objetos. En eso consiste tener relaciones con el resto del mundo, en el yo te doy ahora y tú me das más tarde, o como te di me tienes que devolver.
Eso es así y creo que nadie podrá cambiarlo ya. Es una forma de ser aprendida y memorizada a fondo como lo es en mí la lección que mi querido profesor nos repetía todos los días y que ya conocéis. El intercambio es algo que se lleva haciendo ya desde hace muchos años y que dice mucho de nosotros pues es muy gratificante dar sin recibir.
"Sólo si das, recibirás de tus amigos", luego yo creo que no tengo amigos, tengo cómplices. Él fue una persona muy especial para mí y me ha dado el mejor consejo de vida que se pude dar en medio de números, cuentas y raíces cuadradas que explicaba como nadie.
Él era un profesor filósofo que me enseñó a vivir en sociedad, por muchos llamada suciedad y puesto que me ha dado eso yo le recuerdo ahora.
Gracias por tu lección día a día repetida.
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