Soy un amante inveterado de ese trozo de la Málaga antigua que se denomina como “el perchel” o “los percheles”. Tengo mi motivación: mi abuelo regentaba un establecimiento de curtidos en la calle Ancha malagueña. Allí nació mi madre. Posteriormente pasé varios años de mi infancia en el Pasillo de Santo Domingo. Desde entonces soy hermano de La Esperanza, ante cuyo altar se casaron mis padres. Mi juventud la viví en calle Mármoles, en la acera izquierda, que es perchelera. (La derecha es de la Trinidad).
Creo que puedo sentirme capacitado para defender este barrio a capa y espada. He podido conocer como se hacía la faena en calle Santa Rosa, los baratillos “der llano” o la feria de borregos y los circos en el Pasillo de Santo Domingo. He sufrido esa sutil menosprecio que sufríamos los que vivíamos del Puente “pallá”. Una especie de gueto al “otro lado del río”. El Perchel nació alrededor de la industria de la salazón y el secadero de pescados en “perchas”; de donde toma el nombre. Posteriormente se fue creando una población alrededor de la Parroquia de San Pedro, el Convento del Carmen y la Parroquia de Santo Domingo. Todo ello trajo consigo una proliferación de vecinos de clases obreras; gente de la mar, artesanos, dependientes o ferroviarios. (La estación malagueña también se encuentra en el Perchel). La apertura de la prolongación de la Alameda y el establecimiento de un gran centro comercial en la misma, inició la transformación de todo el barrio en una anodina sucesión de edificios mastodónticos y sin personalidad. Las calles, callejas y callejuelas del barrio fueron convirtiéndose en una sucesión de colmenas humanas. El barrio, como tal, desapareció casi en su totalidad. Aun nos quedaba un pequeño reducto en la zona de calle Ancha y sus alrededores. Un bloque de casas de tres pisos de altura, edificadas entre las calles Malpica y Huerto de la madera. Nos anuncian en la prensa queva a ser derruido para dejar paso a otro mamotreto muy ”funcional” y muy “caro”. “Business are Business”. “La pela es la pela”. Y ya tenemos otro montón de vecinos en la calle. Y otro trozo de la Málaga, en la que me crie, bajo la amenaza de la picota. En el futuro nuestros nietos se volverán locos buscando en la profundidad de nuestros suelos vestigios de aquella Málaga cómoda y cercana donde se vivía sin lujos. Pero feliz. Donde la gente se conocía y donde la gente de barrio se sentía orgullosa de serlo. ¡Qué pena! Cualquier día vemos la Casa de Socorro del Llano convertida en una pizzería.
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