Los de mi generación éramos unos niños felices que jugábamos en las calles. No teníamos televisión y apenas unas pocas familias contaban con un armatoste que emitía discos dedicados y seriales radiofónicos constantemente. Tuvimos acceso a colegios donde se nos enseñaban todos los contenidos de la Enciclopedia Álvarez, el catecismo Ripalda y el libro de Urbanidad. Jugábamos al futbol en “la parcela” y nos movíamos por toda la ciudad durante nuestras aventuras dentro del juego del “poli-ladro”. Nada de “maquinitas” ni de “móviles”. Los jovenzuelos de ambos sexos de aquella época vivimos nuestra adolescencia y juventud en sana (y poco cercana) compañía. Organizábamos “guateques” donde podíamos y acabábamos ennoviando de una vez y para siempre. A finales de los sesenta habíamos acabado con nuestra formación académica, nos estábamos quitando de en medio la mili o el servicio social, contábamos con nuestro primer empleo y hacíamos planes de boda. Ya durante los primeros años de los setenta, en muy poco tiempo, la mayoría de mis amigos, y yo mismo, contrajimos matrimonio. De eso hace cincuenta años más o menos. Este es el motivo de mi buena noticia de hoy. Ese montón de “pringaos” que en el 95 celebramos nuestras bodas de plata y en estos años estamos celebrando las bodas de oro matrimoniales.
Sí, ya lo sé. No todos hemos llegado a las mismas. Algunos matrimonios se han truncado porque se ha muerto el amor entre ellos, o ha fallecido alguno de sus contrayentes. Pero los supervivientes, que somos la gran mayoría, nos seguimos encontrando en la celebración de una efeméride que sorprende a las nuevas generaciones. A los jóvenes de ahora les va a costar más trabajo llegar a este momento sublime dentro del matrimonio. Por la sencilla razón que se casan mucho más tarde –o no se casan nunca- y se separan o divorcian mucho más. Pienso que realizar este acto, en el que se renuevan los votos matrimoniales cincuenta años después, es una especie de doctorado familiar para los contrayentes. Así lo recalcó el oficiante a mis amigos Isabelina y Pepe que ayer volvieron a refrendar su Sacramento pasadas cinco décadas de su boda. ¿En qué consiste el secreto? En caminar juntos y en la misma dirección. En aceptarse el uno al otro tal y como son. Y sobre todo, en amarse porque sí. Sigo creyendo firmemente en el matrimonio. Y a ser posible… para siempre. Las “bodas de oro” son un doctorado “cum laude”. Un ejemplo a seguir.
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