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Desalentadas ráfagas de lírico pundonor

Ve la luz un nuevo poemario de Jorge Ortega Blázquez
Diego Vadillo López
miércoles, 23 de marzo de 2022, 10:59 h (CET)

Ha visto la luz “Extrañamiento” (Manuscritos, 2022), de Jorge Ortega Blázquez. Tras de la poesía de Ortega Blázquez hay notorios influjos amalgamados en la pasta densa que son, en el poemario que nos ocupa, los anchurosos versos que lo conforman. Anchurosos por habérsele desaforado el flanco “cioraniano” de su pesimismo antropológico en los últimos tiempos a su auspiciador, valoramos.


EXTRAÑAMIENTO

Esgrimiendo un barroquismo, a veces suntuario; otras introrrealista y otras ambas cosas al unísono, Jorge Ortega versifica teóricamente (¿teoriza líricamente?) incursionando por vericuetos de inefable discursividad que acaban por anegar sus versos-cuitas en el embriago de la palabra poética.


Mediante una erudición que compacta recurrentes motivos y tópicos clasicistas, lúcidas disquisiciones de índole existencial o recursos diversos afiliados a los distintos planos de análisis lingüístico, Ortega Blázquez nos comparte un sentimiento en carne viva cargado de matices y henchido de plásticas magnificencias retórico-filosóficas.


La poesía de Jorge Ortega ha evolucionado mas no desviándose por otros derroteros, desconectados de los de otrora. Recorre parecidas sendas, si bien pertrechado con nuevos aperos de vital experiencia.


Que la vida daña parece una perogruyada. No es lo que exactamente apunta aquí Ortega. Este toma determinadas evidencias en aras de erigirlas en mimbres de un producto poético que, por ello, es algo más que eso, pues la sustancia que lo habita lo determina. El embrujo de la “dispositio” marca la impronta grandemente.


No pone concierto Ortega en las palabras, sino que a estas les insufla desconcierto. En ese desempeño se muestra vigoroso nuestro vate. No nos expone este su desarraigo y/o desesperanza desvaídamente; muy al contrario, maneja hipérbatos gogorinos (“estas de primavera aún no nacidas ráfagas”) y arrebuja y abigarra los metros logrando que se perciban, “mutatis mutandis”, fluidos, al modo de los de un Claudio Rodríguez. Sus versos se antojan berroqueñamente lábiles (o a la inversa).


Jorge Ortega Blázquez ha centrifugado su poética con ímpetu refundador. Su alma se ha desasosegado y su poesía se ha hecho más urgente y estremecida. Los metros de estirpe petrarquista se alían en versículos de conmovida bruma interior.


Se le ha desbordado la poesía a Ortega, una poesía que se yergue y expande a un tiempo, calando en el alma del que se asome a degustarla cumplidamente.


Los formalistas rusos acuñaron el concepto de “extrañamiento” para atribuírselo a la poesía como básica convención de esta. Ortega ejecuta en las piezas que nos ofrece el susodicho concepto adhiriéndose a las acepciones primera y cuarta de la entrada “extrañar” que incluye el Diccionario de la Academia: siente la novedad de la vida en derredor, la observa de manera inusitada y la percibe con extrañeza.

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