Tuve el gusto ayer (5 de abril) de volver a una nueva edición del ciclo mensual de poesía “La Rioja Poética”, una tertulia a la que (de la mano de la inasequible al desaliento dinamizadora cultural doña Rosario de la Cueva) contempla década y pico de singladura.
Rosario de la Cueva, Mary Paz Hernández Sánchez y Alfredo García Huetos
Como suele ser habitual, doña Rosario principió el acto dando la bienvenida a los presentes y glosando la poesía de los vates invitados así como sus respectivos currículos (en ambos casos, evidenciadores de sendas dilatadas trayectorias líricas y biográficas). Así elucidaba De la Cueva algunos de los rasgos más característicos compartidos por ambos: “Dos autores que aúnan, cada uno en su estro, un profundo humanismo y entrega a la reflexión. Ambos albergan en su fondo un anhelo de trascendencia que emana de su espíritu como razón de ser y de existir. Ambos se complacen (en su poesía) en ahondar en el complejo mundo del discernimiento, que trasciende la realidad de la vida más allá de lo puramente sensible. Para ellos los valores humanos (y el mundo interior) tienen un peso específico que, sin duda, se refleja en su obra poética”.
Ciertamente, como aseveraba premonitoriamente la anfitriona, ambos poetas, sin duda, manifestaban en sus recitaciones un claro y acendrado trascendentalismo cuando de abordar los flancos de la existencia se trataba, incluso en sus más cotidianos y aparentemente irrelevantes ribetes. Ambos (observé) lustran en sus poemas la vivencial experiencia con (verbigracia) endecasílabos henchidos de alucinada beldad. Decoran sutilmente la música de los ritmos que pergeñan con alhajas de tropológica audacia.
Mary Paz Hernández se me antoja una extrovertida hacia adentro y Alfredo García un introvertido hacia afuera. Y en ambos procesos de introspectivo tránsito, llegan a encontrarse en un punto de sus personales trayectos lírico-vitales. Mary Paz asimila con estremecida sutileza los impactos del vivir los cuales filtra con canora suavidad. Alfredo sobreactúa un mundanal desapego que (pienso) no es tal, pues incursiona en la paradoja de acercarse más a determinadas claves del vivir más esperanzador cuando él cree viajar a lomos del équido parduzco de la abdicación. Ambos portan un claro poso existencial; un amor por el paisaje externo que identifican con el interno, un fraternal impulso hacia la otredad…
Atisbo dulce esperanza en las encantadoras voces poéticas de estos dos vates que tuvieron a bien acariciarnos con sus versos en una tarde-noche de desapacible e inaudito frescor primaveral en Madrid.
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