A lo largo de esta semana hemos estado rememorando la Pasión y Muerte de Jesucristo. Han pasado veinte siglos desde entonces, pero cada año, cuando llega el primer domingo de luna llena de primavera, celebramos la Semana Santa, coincidiendo con la Pascua Judía. Pero la fecha más importante, la que los cristianos celebramos con más gozo, es la del Domingo de Resurrección. Sin la Resurrección, la Pasión y Muerte de Jesús habría sido un acto heroico protagonizado por un gran hombre que se auto titulaba como Hijo de Dios. Una vida con un triste desenlace, similar a la de tantos héroes que ha recogido la historia. No fue así. Tal como Él anunció, resucitó al tercer día. La tumba vacía; sus apariciones posteriores a los Apóstoles, el descubrimiento de la Sabana Santa (Síndone), su contenido inexplicable para la ciencia y tantos otros aspectos nos confirman su Resurrección. Mi fe, basada en mi capacidad de aceptar las dudas, se cimenta en la presencia real del Cristo Resucitado entre nosotros; en su cercanía en los momentos difíciles, en el consuelo a los que sufren, en su acompañamiento a los enfermos y los que sufren el abandono y la soledad. ¿Cómo? A través de los que decidimos intentar vivir su estilo de vida y que nos convertimos en sus pies, sus manos y su existencia callada en la tierra. Esta es la Buena Noticia de hoy. La mejor noticia que recibimos los que tenemos la suerte de entenderla y de intentar vivirla. La que nos han transmitido nuestros padres en la fe con su palabra y su testimonio. La que nos permite mantener la esperanza de llegar a la otra vida y compartirla con Su presencia cuando nos llegue la hora. Estamos viviendo la Pascua. El paso de la muerte a la vida. La consecuencia del paso de Jesús por la tierra que nos redime a todos. Esta es nuestra fe. Esta es la Buena Noticia de hoy y para siempre.
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